domingo, 30 de junio de 2013

Disidencia: ¿doméstica o domesticada?



En julio de 2005, Martha Beatriz Roque lanzó un llamado para que la disidencia iniciara una campaña más activa de participación ciudadana, no sólo con reuniones en los hogares y llamadas a las estaciones de radio de Miami, sino de manera pública. Fue un reto importante y valiente. Pero ocho años más tarde no se ha materializado.
Ni su organización ni otras dentro del amplio espectro de la oposición pacífica han logrado ampliar su labor. Hoy subsisten en medio de dificultades y en un incremento del hostigamiento.
Roque, economista y presidenta de la Asamblea para la Promoción de la Sociedad Civil (APSC), afirmó entonces: “El camino es la calle y vamos a utilizar la calle en toda la nación”. Luego de varios años, se ha comprobado que esta declaración solo fue una audacia verbal.
Tras los primeros años de la llegada de Fidel Castro al poder, en contadas ocasiones las tensiones políticas en Cuba han llegado a la confrontación callejera.
La calle marca la frontera de lo permisible por el régimen. Para el gobierno de los hermanos Castro, uno de los principios claves de la estrategia política nacional es no dejar que se pierda la calle.
Para neutralizar o acabar con sus enemigos, el régimen nunca ha dudado en ejercer la represión, pero también ha desarrollado hábilmente la práctica de dejar abierta una puerta de escape a los opositores —siempre que existiera esa posibilidad— y de anticiparse a las situaciones límites: evitar manifestaciones de fuerza masivas y públicas, no recurrir si las circunstancias lo permiten a desplegar el poder policial descarnado. De esta forma, ha logrado combinar un rigor extremo con un historial que tras los primeros años mencionados se ha visto casi libre de escenas sangrientas a la luz pública.
Este uso de la represión como profilaxis se ha intensificado luego de la llegada de Raúl Castro a la presidencia del país. La conclusión es que ahora en Cuba se mantiene una tendencia a la disminución o el fin de las largas condenas a los opositores, al tiempo que se reprime cualquier manifestación de disidencia desde el inicio. Detenciones por varios días, hostigamientos y actos de repudio al menor intento de protesta, encierros por varias horas.
Sin una prensa extranjera receptiva y con un hostigamiento constante, la disidencia ha visto reducidas al mínimo sus actividades.
El factor represivo explica en buena medida las limitaciones que siempre han enfrentado los opositores pacíficos para realizar su labor. Pero no es el único. Para la mayoría de la población de la isla, la disidencia es una alternativa política pero no económica. Esta última no radica en la denuncia opositora sino en el mercado negro. Aunar estos aspectos ha resultado imposible para la oposición.
En el terreno social y económico, donde se define en gran parte la batalla por la calle, la disidencia ha tenido un efecto casi nulo. En los momentos de mayor crisis económica del país, durante el llamado período especial, la Iglesia Católica dio importantes pasos de avance para cumplir una función de alivio. Pero una vez que el Estado logró una mínima recuperación económica, intensificó el esfuerzo para recuperar el terreno perdido. La campaña contra la corrupción que viene desarrollando en los últimos años juega también un importante papel en este sentido. Lo demás queda a cargo de las remesas familiares, un factor que genera envidias, resentimientos y diferencias en la población, pero del que por el momento el régimen no puede prescindir.
Además de enfrentar una fuerte represión, toda organización disidente que intente hacer llegar su mensaje a la población tiene que otorgarle preferencia a los temas vinculados a la subsistencia diaria. Aunque los grupos más importantes de la disidencia interna contemplan una amplia plataforma, las cuestiones políticas han predominado en su discurso. Por lo general, se perciben como opositores más preocupados por la libertad de expresión que por un programa de justicia social.
Más allá de sus diferencias ideológicas —y de la imposibilidad que enfrentan todos los grupos disidentes para hacer conocer sus puntos de vista—, éstos se perciben dedicados a la defensa de los derechos humanos (en un sentido universal) y no de los derechos e inquietudes de los ciudadanos (trabajo, vivienda, salud pública).
Para llevar su mensaje a la calle, la disidencia pudo haber explorado un terreno más popular, como protestar por la falta de viviendas antes que buscar la asistencia a una recepción en una embajada.
Vista hace unos años como la esperanza para el resurgimiento de una sociedad civil en Cuba, en la actualidad la oposición pacífica se encuentra en peligro de no sobrevivir por mucho tiempo o impedida de salir de sus casas, luchando por existir en medio de la dura realidad de la isla. 

El Che al olvido



Fue en 1965. Fidel Castro daba a conocer una carta que le había enviado Ernesto “Che” Guevara, en que este le comunicaba su renuncia a todos los cargos en la isla y a la nacionalidad cubana. La carta es un rosario de frases cargadas de retórica revolucionaria, en párrafos construidos por un combatiente de profesión que siempre aspiró al oficio de escritor. Al final el destino unía esa voluntad de lucha y ese anhelo intelectual en un documento que era más una elegía anticipada que un llamado a la lucha. El Guevara que escribe sabe que va a morir y no hace un testamento ni un epitafio sino su elogio funerario. Lo encubre además con una mezcla de recurso literario y sumisión política. Una sumisión demasiado declarada para ser del todo verdadera.
Desde su inicio oficial y frío, con la fecha resumida en “Año de la Agricultura”, hasta la despedida plagada de consignas, que aparenta un tono personal y emotivo pero se sabe escrita para la posteridad, el documento constituye un modelo de militancia ejemplar para todos expresada en una forma personal de “pasión revolucionaria”: la versión guevarista de un realismo sin barreras sentimentales, casi un tango: esos “días luminosos y tristes”.
La carta la leyó públicamente por primera vez Fidel Castro, durante el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. En su momento provocó sorpresa, entusiasmo y temor, tanto en Cuba como en el extranjero. Se repitió por muchos años. La frase “Hasta la victoria siempre” posiblemente es la más famosa del Che.
Hasta hoy.
Fidel Castro acaba de enviar otra carta, en esta ocasión a Daniel Ortega. Termina de esta forma:
“¡Hasta la victoria siempre! Como decía nuestro Comandante Hugo Chávez”.
El Che al olvido. El dinero ha terminado por sustituir al recuerdo.

sábado, 29 de junio de 2013

Ladrón de Guevara




La bronca por las “pertenencias” de Alfredo Guevara acaba de comenzar. Ahora vendrán las interpretaciones diversas sobre el interés del difunto, el colocarse de un    lado o el otro y ese interés en las circunstancias del momento —típico del periodismo— que por lo general omite, esconde e incluso tergiversa mucho del pasado.
El destape de lo ocurrido tiene de inicio una característica de violencia brusca que es por completo ajena a la táctica de Guevara: la perfidia en la sombra.
Agentes policiales irrumpieron este sábado en la vivienda de quien fuera figura tenebrosa de la cultura cubana y detuvieron a personas encargadas de cuidar la papelería y otras pertenencias del muerto. Esto es de acuerdo a la información publicada en CaféFuerte, que por supuesto omite la adjetivación y el tono altisonante que aquí se le otorga al párrafo: hasta lo cursi es útil a la hora del rencor y la venganza,
“Familiares de Guevara residentes en México denunciaron el violento operativo policial desplegado con 22 agentes en la casa de Guevara, ubicada en la Calle 11, entre 2 y 4. en el barrio habanero del Vedado, desde el amanecer del sábado”, añade CaféFuerte.
“Siguen dentro del domicilio, con las líneas telefónicas cortadas, rompiendo puertas en rigurosas requisas y reteniendo a las personas encargadas del cuidado de los bienes particulares de la familia”, dijo Jonathan Gincoff desde Ciudad de México, agrega la información. Gincoff es novio de la modelo Claudia Guevara Cueto, nieta adoptiva del excomisario cultural fallecido el pasado abril.
Hay dos aspectos que vale la pena señalar de inicio, aunque no son los más importantes.
Guevara al parecer terminó comportándose igual que otros comisarios políticos y culturales, a los que las humillaciones de la edad, el fracaso de la aventura castrista y el fin del mundo comunista —probablemente una mezcla de todo ello con la bilis acumulada por tanto comportamiento hijo de puta— acabaron por hacerles rumiar un desenlace en que quizá nunca se atrevieron al arrepentimiento, pero sí al desengaño.
No se explica de otra manera ese aparente testamento de quien siempre aspiró —y por momentos lo obtuvo— ser zar de la cultura en Cuba, para terminar convertido en una especie de terrateniente repartiendo bienes a una familia putativa y tardía.
“Nosotros somos los herederos legales de todo, incluyendo, como lo dejó escrito en su testamento, de papeles, documentos, bienes y obras de arte”, dijo Antonio Guevara, ese hijo adoptivo de la madurez, en declaraciones a CaféFuerte.
El segundo aspecto tiene que ver la realidad cubana actual, donde la ideología y el dinero se mezclan y confunden.
Primero se declaró “patrimonio cultural de la nación” a los documentos relacionados con la vida y obra de Guevara. La resolución fue dictada por el Ministerio de Cultura (MINCULT) el 25 de abril, apenas una semana después de la muerte de Guevara.
De acuerdo al decreto gubernamental, cualquier forma de utilización, difusión y promoción de los bienes de Guevara debe ser tramitado con el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural (CNPC).
El decreto es tanto una forma de censura como una sorprendente muestra de temor, ante la remota posibilidad de que Guevara escribiera algo no conveniente al poder en Cuba. Ese algo, es evidente que solo puede ser algún documento, chisme o secreto relacionado con los hermanos Castro. Las rencillas entre intelectuales desde hace unos años salen al aire en Cuba con mayor o menor transparencia. Pero en el caso de Guevara hubo algo más: un conocimiento de primera mano de la época estudiantil de Fidel Castro y una participación por muchos años en gran parte del entramado del proceso cubano.
¿Fue capaz Guevara de escribir algo que pudiera resultar “inconveniente” a los hermanos Castro o al régimen en que tanto participó, del se aprovechó en todo momento y al que siempre aparentó lealtad absoluta? Difícil imaginarlo. Más aún de ser cierta la cobardía que siempre se le atribuyó.
Por otra parte, de existir una papelería crítica o indiscreta, lo más probable es que un taimado como él desde hace rato la habría mantenido a buen recaudo de miradas indiscretas o profesionales de la persecución.
Nada de ello, sin embargo, cuenta bajo la óptica de una maquinaria inquisidora. Durante sus últimos años, bajo vigilancia y aislado, Nikita Khrushchev daba la impresión de ser un viejo medio idiota, siempre acompañado de un radio portátil. Pero a las pocas horas de su muerte su habitación estaba completamente sellada, para impedir la salida de cualquier hoja de papel mínima. No es que las precauciones estuvieran convertidas en razones de Estado, lo que es natural también en las naciones democráticas, sino que la desconfianza es la esencia del totalitarismo.
¿Cuál aspecto queda entonces, que resulte más importante que el allanamiento y la fuerza, la paranoia y el secreto, al momento de comentar el destino y las tropelías en torno a la herencia guevariana? Uno muy simple: el origen del botín.
No hay que olvidar que Alfredo Guevara no fue un simple coleccionista privado de pintura cubana. Durante décadas, fue un traficante ilegal de obras de arte, algunas de ellas expoliadas y muchas obtenidas gracias a su posición encumbrada dentro del régimen.
Tras el primero de enero de 1959, muchas viviendas y colecciones de miembros de la alta burguesía cubana o figuras del antiguo régimen fueron confiscadas o simplemente quedaron en manos del Gobierno al abandonar el país sus dueños. No todas las piezas pasaron a las bóvedas del Estado, las salas de los museos y las paredes de las dependencias gubernamentales. Con los años se produjeron adquisiciones y abundaron los donativos. Las paredes de las oficinas y pasillos del ICAIC estaban llenas de obras de artistas cubanos. En muchos casos el regalarle un cuadro a Alfredo Guevara no fue una burda compra de favores, pero sí un acto destinado a lograr una mirada amable o un gesto protector. Para un funcionario de su jerarquía, la distinción entre la pared de su oficina y la de la sala o una habitación de su apartamento era inexistente. Desde el punto de vista moral, admitir un carácter privado en el origen y la ampliación de esta colección se puede impugnar de forma similar a cualquier otro acto de expolio artístico.
Alfredo Guevara no fue un millonario —o al menos no se le conoce una fortuna de esas dimensiones— ni un productor de cine famoso ni el presidente de una gran  compañía cinematográfica. Aunque disfrutó de buen número de los privilegios inherentes a esas posiciones. Fue un funcionario estatal de un gobierno comunista. Pero al igual que otros de su tipo, se sirvió del Estado no solo para explotarlo, sino también para explotar a los demás. Si es cierto que existe un testamento en que deja esa colección de arte a su “familia”, el documento constituye su última estafa a los cubanos.
Por supuesto que se argumentará —y especialmente desde Miami— que el régimen lo que quiere es apropiarse de esas obras para venderlas o repartirlas entre los actuales herederos de moda. Es muy posible. Pero entonces se trata de un delito de otra índole. Un robo no justifica el siguiente. Un acto de justicia mínima sería el conservar lo más valioso para ser exhibido en un museo o colocado en dependencias públicas. Lo demás —el allanamiento, la lipidia, los chismes— no es más que otra muestra de la decadencia moral y física de la actualidad cubana.

Yoani de nuevo a Europa



Yoani Sánchez ha anunciado vía Twiter que ella y Reinaldo Escobar viajarán a Europa el lunes, para “participar en varios eventos periodísticos y cívicos. Un viaje breve”.
Según nota de prensa, Sánchez aparece entre los participantes en este evento:

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...