Fue en 1965. Fidel Castro daba a conocer
una carta que le había enviado Ernesto “Che” Guevara, en que este le comunicaba
su renuncia a todos los cargos en la isla y a la nacionalidad cubana. La carta
es un rosario de frases cargadas de retórica revolucionaria, en párrafos construidos
por un combatiente de profesión que siempre aspiró al oficio de escritor. Al
final el destino unía esa voluntad de lucha y ese anhelo intelectual en un
documento que era más una elegía anticipada que un llamado a la lucha. El
Guevara que escribe sabe que va a morir y no hace un testamento ni un epitafio
sino su elogio funerario. Lo encubre además con una mezcla de recurso literario
y sumisión política. Una sumisión demasiado declarada para ser del todo
verdadera.
Desde su inicio oficial y frío, con la
fecha resumida en “Año de la Agricultura”, hasta la despedida plagada de
consignas, que aparenta un tono personal y emotivo pero se sabe escrita para la
posteridad, el documento constituye un modelo de militancia ejemplar para todos
expresada en una forma personal de “pasión revolucionaria”: la versión guevarista
de un realismo sin barreras sentimentales, casi un tango: esos “días luminosos
y tristes”.
La carta la leyó públicamente por primera
vez Fidel Castro, durante el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. En
su momento provocó sorpresa, entusiasmo y temor, tanto en Cuba como en el
extranjero. Se repitió por muchos años. La frase “Hasta la victoria siempre”
posiblemente es la más famosa del Che.
Hasta hoy.
Fidel Castro acaba de enviar otra carta,
en esta ocasión a Daniel Ortega. Termina de esta forma:
“¡Hasta la victoria siempre! Como decía
nuestro Comandante Hugo Chávez”.
El Che al olvido. El dinero ha terminado
por sustituir al recuerdo.