Hay dos chistes judíos al inicio de Annie
Hall. Woody Allen se dirige a la cámara
y los cuenta. El primero se refiere a dos mujeres que se quejan de la calidad
de los alimentos en un centro turístico. La primera dice: “La comida en este
sitio es pésima”. La otra le responde: “Sí, me he dado cuenta. Y las porciones
tan pequeñas”. El segundo tiene un pedigrí realmente notable, porque por lo
general se le atribuye a Groucho Marx, pero donde apareció originalmente fue en El chiste y su relación con el inconsciente, de Sigmund Freud. Es el
siguiente: “Nunca quiero pertenecer a un club que le gustaría admitirme como
miembro”. Ambos resumen muy bien la esencia del internet en Cuba.
Hace poco el gobierno cubano puso en
funcionamiento 118 lugares públicos
especialmente acondicionados para la navegación por internet en toda la isla:
Las agencias cablegráficas se apresuraron a difundir la noticia como una
ampliación del servicio y a destacar que se podían visitar sin censuras
portales como el blog de Yoani Sánchez, Generación
Y, así como este periódico. También señalaron el elevado costo del
servicio.
Las tarifas fijadas por ETECSA son de 4.5
pesos convertibles (CUC) por hora para la navegación plena, 0.60 CUC por hora
el acceso a la red local (intranet) y 1.50 CUC por hora para revisar correos.
Estos precios convierten al internet en Cuba en uno de los más caros del mundo
—o quizá el más caro—, lo que lo sitúa fuera del alcance de la mayoría de la
población. El sueldo básico en la isla es de 250 pesos (10 CUC).
Por otra parte no hay duda que es —más
que un paso de avance— una nueva grieta, en el muro del aislamiento que por
décadas ha impuesto el régimen de los hermanos Castro. Hasta la fecha el acceso
internacional pleno estaba limitado a los hoteles o en pocos casos mediante
permisos especiales para firmas extranjeras.
Sin embargo —y toda apariencia de una
buena noticia en Cuba siempre viene acompañada de un pero— desde el principio
quedaba claro que el sistema no solo era extremadamente costoso sino sujeto a
una vigilancia constante.
En las oficinas que prestan el servicio
hay que firmar un contrato, antes de sentarse frente a la pantalla del
ordenador, donde se advierte que no se debe usar el servicio para “acciones que
puedan considerase (…) dañinas o perjudiciales para la seguridad pública”. Se
trata, como bien ha especificado Yoani Sánchez, de “una espada de Damocles que
podría ser interpretada también a partir de considerandos políticos e
ideológicos”.
Claro que los defensores del régimen
castrista pueden alegar que la vigilancia, no solo del internet sino de las
comunicaciones en general, incluso las telefónicas, es una realidad del mundo
actual. En este país ha vuelto a salir a relucir la existencia de un sistema
extenso y detallado de escucha y grabación de conversaciones, puesto en
práctica tras los atentados terroristas del 9/11 por el gobierno del entonces
presidente George W. Bush.
Aunque el supuesto argumento es ridículo,
porque no hay comparación entre perseguir potenciales terroristas y vigilar
cualquier posible muestra de oposición, rechazo y disidencia. Pero —y seguimos
con los peros cubanos— hay algo más.
En lo que las agencias se equivocaron o
no especificaron, es que no sólo los sitios de referencia, que se señalaban
como ejemplos de apertura ideológica, podían ser visitados con anterioridad,
sino que otros censurados seguían sin poderse ver en Cuba. Es decir, que “el
cuartico está igualito”, para decirlo con una frase musical cantada por
Panchito Riset, bolerista y sonero ilustre.
Fue también la propia Yoani quien se
encargó de advertir que persisten las “webs prohibidas”.
“Entre los sitios censurados en esta
conexión se encuentran Cubaencuentro,
Cubanet y Revolico”, escribió
Sánchez en su blog.
(Un detalle que no es interesante, pero
sí interesado: quien escribe este artículo es director editorial de Cubaencuentro.)
La razón para que tres sitios tan
disímiles —dos dedicados a la información y el análisis de la situación cubana
e internacional y otro, Revolico, que
brinda anuncios clasificados— es tan oscura como la propia censura. La
conclusión sencilla: el régimen cubano se reserva la potestad de no permitir
que los cubanos se enteren de “cosas que ocurren”, desde la venta de un
cachivache hasta la detención de un disidente o una entrevista a un economista
destacado.
Es en este sentido que la realidad cubana
no es la misma pero es igual: si bien hay temas que se pueden hablar, nombres
de escritores y artistas que se pueden citar y comentarios que se pueden hacer,
algo que resultaba imposible hace pocos años, las pautas de libertad permitida
las sigue determinando el poder central desde la Plaza de la Revolución. Los
cubanos pueden ahora entrar a una oficina y acceder a internet, pero les cuesta
demasiado, los vigilan mucho y les siguen censurando en exceso.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 17 de junio de 2013.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 17 de junio de 2013.