Por lo general las manifestaciones de
intransigencia de un cada vez más reducido sector de la comunidad exiliada reflejan el ideal
totalitario, que se expresan a diario en internet, la prensa escrita, la radio
y la televisión por cable. No se trata de rebatir una idea, sino de suprimirla.
Bajo el argumento del respeto a la
oposición y el exilio, y a la necesidad de no “hacerle el juego” a La Habana,
ciertos personajes intentan imponer un código de lo que se debe o no se debe
informar.
Todos estos conspiradores de croqueta
—que si viven en Miami prefieren reunirse en el restaurante Versailles para
expresar sus quejas con los estómagos llenos— no son muy diferentes de quienes
al principio de la revolución cubana abogaron y participaron en la nacionalización
de la prensa en la isla.
Sin embargo, en las naciones democráticas
o el mundo capitalista, como quiera llamarse, por lo general estas diferencias
se resuelven a través de la competencia y no de las intervenciones o la
expulsión de quienes manifiestan un criterio contrario. Lo demás es tratar de
importar los vicios que sirvieron para implantar el régimen castrista en Cuba.
Estas personas, pese a declararse
opositoras del régimen cubano, manifiestan una actitud similar a la existente
en la prensa de La Habana: “con nosotros o contra nosotros”, las opiniones e
informaciones contrarias a sus puntos de vida son consideradas un ataque y no
un criterio divergente. Actúan igual que los que en la isla organizan y
participan en actos de repudio.
Quienes no admiten una opinión contraria,
pretenden promover y dirigir la puesta en marcha de una sociedad democrática en
Cuba.
Practicar la moderación y la cordura en
nuestras discusiones políticas no nos libra del exilio. No contribuye, de forma
sustancial, al fin del castrismo o al mejoramiento de las condiciones de vida
en Cuba. Tampoco ayuda a la permanencia del régimen. Simplemente facilita el
entendernos mejor.
Las acciones intimidatorias, las amenazas
y los actos coercitivos no deben tener cabida dentro de la comunidad exiliada,
sea en Miami o cualquier otro lugar del mundo. Si el régimen de La Habana
utiliza estos medios, debe ser condenado por ello, pero en ningún caso imitado.
Hasta ahora, el mejor recurso con que
contaban quienes se oponían a dejarse doblegar en la práctica de un pensamiento
independiente, era el apoyo que brindan las leyes y el Estado de Derecho que
caracteriza a un país democrático, con independencia de sus limitaciones.
En cualquier debate relacionado con Cuba,
los recursos empleados se repiten una y otra vez: la vejación como arma; la
divulgación de mentiras, que en ocasiones se apoyan en elementos aislados de
verdad pero que en su totalidad presentan un panorama falso; el enfoque
demasiado estrecho, que impide una visión de conjunto y la demonización del
enemigo.
Se debe luchar por superar el dejarse
amedrentar por quienes a diario intentan imponer sus criterios apelando al
insulto y los ataques personales.