Al igual que el gobierno de Ronald Reagan
le sacó producto a la reacción violenta de los blancos sureños contra el
movimiento de los derechos civiles, y estos pasaron de haber apoyado
abrumadoramente a los demócratas a volcarse de igual forma con los republicanos,
en el caso de muchos exiliados cubanos una táctica similar explica su transformación
en miembros furibundos del Partido Republicano.
Respecto al caso cubano, dos factores son
fundamentales para entender esa transición: la renuencia de los exiliados
provenientes de la isla a comportarse como una minoría —sin que esto les
impidiera reclamar los beneficios circunstanciales acordes a dicha
clasificación— y el rechazo a una asimilación total por parte de la nación que
les dio refugio.
En ambos hay orgullo nacional, pero pese a lo repetido hasta el cansancio, el patriotismo —entendido como el ideal de lograr un derrocamiento del régimen de La Habana— no ha sido el motivo fundamental a la hora de elegir partido político en este país. Más bien una socorrida respuesta emocional, explotada una y otra vez por políticos oportunistas pero también aceptada sin un cuestionamiento profundo por votantes demasiado dispuestos a admitir cualquier justificación al paso.
En ambos hay orgullo nacional, pero pese a lo repetido hasta el cansancio, el patriotismo —entendido como el ideal de lograr un derrocamiento del régimen de La Habana— no ha sido el motivo fundamental a la hora de elegir partido político en este país. Más bien una socorrida respuesta emocional, explotada una y otra vez por políticos oportunistas pero también aceptada sin un cuestionamiento profundo por votantes demasiado dispuestos a admitir cualquier justificación al paso.
Eso explica la fidelidad al
republicanismo, pese a los reiterados fracasos de los gobernantes de este
partido en lograr cualquier cambio en Cuba. Es cierto que los mandatarios
demócratas no han logrado mucho tampoco, pero un republicano siempre es
absuelto cuando al demócrata se le condena por anticipado.
La renuencia al melting pot llenó de orgullo a las primeras generaciones de
refugiados. Esta excepcionalidad y la miopía ante las circunstancias condicionaron
—y siguen determinando— varias explicaciones erróneas sobre el comportamiento
de éstos.
Una de ellas es su preferencia partidista.
Aunque esta cifra ha ido disminuyendo, aún en la actualidad la mayor parte de
los cubanoamericanos que son votantes registrados pertenece al Partido
Republicano y no al Demócrata, que tradicionalmente ha sido el preferido por
las minorías negra y latina.
Se justifica el hecho argumentando que
las preferencias políticas de los exiliados están basadas en criterios de
política internacional y no con relación a temas locales.
Dos mandatarios cargan con la
responsabilidad del alejamiento de la comunidad exiliada de las filas
demócratas. Primero al sentirse ésta traicionada por la actuación del expresidente John F. Kennedy en la invasión de Bahía de Cochinos, y luego durante
la crisis de octubre. Posteriormente por la política del expresidente Jimmy
Carter, que autorizó el “diálogo”, los viajes de la comunidad y abrió la
Oficina de Intereses de Washington en La Habana.
La realidad es mucho más compleja.
Numerosos políticos cubanos continuaron siendo demócratas, incluso tras la
llegada de Ronald Reagan al poder. Por ejemplo, Lincoln Díaz-Balart fue
demócrata hasta 1985. En 1984 actuó de copresidente de la organización
Demócratas a Favor de Reagan, un hecho que lo enemistó con otros miembros del
que entonces era su partido y donde nunca llegó a triunfar en las elecciones
primarias.
El cambio mayoritario de demócratas a
republicanos en muchos electores cubanos obedeció a diversas circunstancias: la
creación de la Fundación Nacional Cubano Americana, la actuación del exgobernador
de la Florida Jeb Bush en favor de ciertos miembros de la comunidad convictos
de actos terroristas y la habilidad del Partido Republicano para aprovechar la
frustración del exilio ante el fracaso de la lucha armada y la conversión del
embargo norteamericano hacia la isla en la última tabla de salvación para los
opositores a Castro.
Los exiliados no son republicanos ni
demócratas por vocación, sino que al igual que ocurre con el resto de la
población de este país se dejan guiar por sus líderes.
La conveniencia política —quizá sería más
indicado decir una política de conveniencias— ha jugado un papel de igual
importancia que la percepción del republicanismo como la filosofía política más
adecuada a sus ideales de lucha frente al castrismo. Así se explica la mayor tolerancia
hacia los mandatarios republicanos, en lo que de refiere a la política
norteamericana respecto a la isla.
Otro mito —de orden diferente— es la
autonomía empresarial del exilio y su defensa denodada de la menor
participación posible del Estado en la gestión económica. Tal filosofía ha
servido para que estos exiliados se consideren representantes ejemplares del
neoliberalismo. Pero un análisis del desempeño de algunos capitales cubanos en
esta ciudad muestra un panorama distinto, y el mérito y la virtud en obtener
riquezas se encuentran más cerca de un astuto aprovechamiento de los vínculos
con el poder local, estatal y nacional en una forma que los convierte en la
práctica en paladines del mercantilismo —el modo económico en que el poder
gubernamental se pone de parte de determinados grupos de interés para
facilitarle la adquisición de prebendas, contratos y ganancias— y no en
competidores que miden sus fuerzas y recursos en un mercado abierto.
Esta unión de negocios y política se
encuentra en la raíz de las posiciones de algunos líderes comunitarios,
portavoces del exilio y representantes políticos. Define sus conceptos y
valores sobre lo que consideran mejor para el futuro cubano y explica sus
apoyos y rechazos respecto a la forma no sólo de lidiar con el gobierno de la
isla, sino de considerar las aspiraciones de quienes viven en ella.
Intereses comerciales y económicos que
bajo un disfraz de patriotismo intentan algo más simple: hacer negocios. Si hoy
son republicanos, es porque piensan que con este partido sus posibilidades son
mayores. Lo demás es ruido y patriotismo de café.