¿Alcanzará fuerza política en Miami la tendencia más realista y pragmática
dentro del anticastrismo? Ante la afirmación otras veces formulada de que el
reloj cubano tiene dos manecillas, una en La Habana y la otra en Miami, cabe
cuestionarse si ambas continuarán empecinadas en el mismo recorrido: el avance
en reversa, con una tenacidad que amarga al más optimista.
Durante muchos años parece haberse impuesto en ambas orillas un acuerdo
tácito en este retroceso, como si existiera una conspiración de los extremos,
que ha impuesto la marcha más conveniente a sus intereses. El poder absoluto de
volver una y otra vez a remendar un modelo caduco, y seguir retrocediendo. En
la Calle Ocho y en la Plaza de la Revolución igual empeño: mantenerse en una
lucha estéril, sin ceder un ápice. En lo personal, el éxito ha acompañado a
quienes no se apartan de esa vieja senda. Inmovilidad en la cúpula gobernante
cubana, influencia única del sector más recalcitrante del exilio en la política
norteamericana hacia la isla.
El problema fundamental es un logro indiscutible. Tanto en Miami como en La
Habana, a la hora de utilizar los factores que podrían determinar un nuevo
curso de acción, se los ha logrado someter a un control que deja fuera de las
decisiones a millones de cubanos, en ambos extremos del estrecho de la Florida.
No hay ejemplo mejor que el factor económico, para ilustrar como el dinero
ha servido —y sirve— a los objetivos de dos grupos reducidos, antagonistas
declarados desde un principio, pero que comparten el interés en mantener un
statu quo.
En Estados Unidos, millones de dólares a través de las contribuciones de
campaña, labores de cabildeo y mantenimiento de organizaciones exiliadas y
opositoras, que actúan en favor del mantenimiento del embargo, una política de
supuesta confrontación que se destaca sólo por su falta de resultados y
estrategia de aislar a Cuba que no rinde frutos.
En Cuba, millones de dólares también, que llegan en forma de remesas,
llamadas telefónicas y visitas, y contribuyen no solo al alivio de la situación
de familiares, sino al mantenimiento de una precaria economía nacional.
Fondos que influyen de forma determinante en la elaboración de una
estrategia, y cifras aún mayores, que se limitan al ámbito doméstico. Un dinero
que funciona políticamente y otro nulo en igual sentido.
Cambiar esta ecuación parece imposible. Y mientras no se logre, ni La
Habana, ni Miami, ni Washington arriesgarán una pulgada que los acerque a una
situación desconocida.