No hay que hacerse ilusión alguna sobre
un relajamiento del control político bajo el gobierno de Raúl Castro. El
régimen busca sembrar el desaliento junto al miedo. Los argumentos pueden no
ser convincentes y los recursos empleados se caracterizan por su falta de
originalidad. Pero al policía no le interesa convencer sino persuadir y la
falta de imaginación es una de las reglas del oficio.
Si en Cuba existiera un atisbo de
democracia, desde hace años los hermanos Castro hubieran sido eliminados del
poder. En primer lugar, por ineptos. Repetirlo es un lugar común, pero la
repetición no nos salva del asombro.
Una información aparecida en el sitio
digital Havana Times da a conocer, al
menos para los que vivimos en el exilio, que las madres cubanas se ven
obligadas a volver a utilizar los culeros desechables o pampers.
“Casi toda la canastilla del bebé se
compra en las tiendas en divisas a un precio exorbitante teniendo en cuenta que
el sueldo básico es de 250 pesos (10 CUC)”, explica Mercedes González Amade.
Mientras el bebé es pequeño, cabe la
posibilidad de que puedan utilizarse los culeros desechables, ya que la
información de Havana Times especifica
que cuando la talla es chica el paquete trae de 20 a 30 culeros. Pero según
aumenta la talla aumenta el precio y disminuye la calidad. Por lo tanto las
madres tienen que recurrir a coger los culeros usados, quitarles el relleno,
lavar lo que queda y ponerlos a secar.
“Una vez seco, por donde se le sacó lo
que comúnmente también llamamos “tripa” (el relleno), se introducen dos culeros
de tela doblados en cuatro y, si por casualidad la parte que antes tenía el
pegolín pierde su efecto, usamos dos alfileres”, explica González Amade.
Tener que recurrir a esta solución es
algo típico de una cultura de la pobreza, donde la necesidad obliga a una
adaptación de las mercancías de acuerdo a una situación de miseria. No hay
“bloqueo imperialista” que justifique este uso. Cualquier pretexto ideológico
no es más que cinismo. Por décadas el régimen cubano se aferró al argumento del
futuro para desviar cualquier mirada crítica sobre el presente. Ahora todo se
reduce a un “sálvese el que pueda”.
Si Fidel Castro proclamó que el Estado se
haría cargo de todo, desde la enseñanza superior hasta la fabricación de
helados, lo que persiste en la actualidad es un desbarajuste total, en que
coinciden sedes universitarias en provincias artificialmente construidas con
ancianos vendiendo cucuruchos de maní, niños que piden a turistas —en internet
hay más de un video que lo muestra— y hombres y mujeres que sobreviven con
oficios de hambre.
Cuando resultó demasiado evidente que el
gobierno cubano no era capaz de satisfacer las necesidades más elementales, no
se optó por otra solución que el trasladar el problema a la familia.
Este es, en última instancia, uno de los
“triunfos políticos” del régimen en los últimos años: que los familiares —sobre
todo los que vive en el exterior— se encarguen del sostenimiento de los menos
favorecidos, en especial niños y ancianos. No solo se tiró por el caño una
igualdad y una cacareada justicia social defendida por años, sino también todo
el entramado económico y social propio de cualquier país, desde el sistema de
pensiones hasta la oferta de trabajo.
La diferencia con Cuba es que quienes
causaron el destrozo se presentan ahora como los capacitados para enmendar el
desastre, con concesiones a cuenta gotas y decretos leyes a paso de tortuga: la
función de gobierno en manos de gente que actúan como componedores de bateas,
arregladores de bastidores y vendedores de latas, con la particularidad de que,
a diferencia de quienes en el pasado recorrían las calles ofreciendo estos
servicios menesterosos, ellos se enriquecen.
Claro que para actuar con la impunidad que
siguen desplegando, no basta el engaño: necesitan reprimir realidades y quejas,
alentar la envidia y mantener el desamparo.
El régimen cambia las leyes y normas con
el objetivo de perpetuarse. Estos cambios son fundamentalmente en esferas de la
vida cotidiana. Lo que en cierta época fue delito en Cuba, ahora es permitido. Durante
el gobierno de Fidel Castro se impuso el criterio de no guiarse por una
mentalidad empresarial, preocupada por el rendimiento y las ganancias, sino
lograr ventajas económicas como resultado de los objetivos políticos. Raúl
Castro parece ser todo lo contrario: el hombre que quiere que “las cosas
funcionen”. Sólo que nadie sabe cómo va a lograrlo y la eficiencia continúa
siendo una frontera y no una conquista.
Pero en esencia, la capacidad o el
derecho a expresar el deseo de cambiar ciertas leyes, así como aspectos y
condiciones sociales, o a la sociedad y el gobierno en su conjunto, sigue
siendo tan refrenado en Cuba como cuando esta persecución se vestía del ropaje
de la lucha de clases.
Esta
es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 3
de junio de 2013.
Fotografía
tomada de tumiamiblog (Foto: Carmen Castillo, Pinar del Rio, abril de
2010).