La foto vale más que la noticia.
El hecho es que el secretario de Estado
norteamericano, John Kerry, y el ministro de Asuntos Exteriores venezolano,
Elías Jaua, celebraron un breve encuentro el miércoles y acordaron avanzar en
las relaciones bilaterales. Fue un encuentro al margen de la cumbre de la
Organización de Estados Americanos (OEA) que se celebra en Antigua, Guatemala.
Hablar de reunión suena algo exagerado, porque implica una intención o voluntad
mucho mayor, también un compromiso más fuerte en lograr el objetivo.
Contactos de este tipo no son ajenos a la
diplomacia. Tampoco es la primera vez que se intentan entre Washington y
Caracas desde que Hugo Chávez llegó al poder, en 1999.
La ex secretaria de Estado norteamericana
Hillary Clinton intentó en enero de 2011 retomar los contactos. En aquella
ocasión, la jefa de la diplomacia estadounidense aprovechó la investidura de la
presidenta brasileña, Dilma Rousseff, para reunirse con Hugo Chávez, aunque no
consiguieron avanzar en mayores contactos.
Pero no hay que restarle cierta
importancia al hecho. Tras años de malas relaciones entre los gobiernos estadounidense y venezolano,
hasta un simple apretón de manos tiene una significación, sobre todo mediática.
Washington y Caracas.
Como en otros aspectos de la Venezuela
actual, en el tira y encoge de las relaciones con Washington el gobierno de
Caracas sigue no solo la pauta que le traza La Habana sino repite un patrón
conocido.
Chávez nunca se cansó de repetir las
clásicas acusaciones de injerencia estadounidense en la política venezolana y
las denuncias sobre las acciones del "imperio" en el país
sudamericano.
Por su parte, Nicolás Maduro ha señalado
a Washington como el impulsor de una trama destinada a liquidar a Chávez,
incluso físicamente, y a expulsar del poder al Partido Socialista Unido de
Venezuela. Además, Maduro ha criticado a Washington por no reconocerle como
mandatario tras los comicios del 14 de abril, ante las críticas de fraude
electoral procedentes de la oposición.
En esa repetición del guión habanero,
Jaua enfatizó de inmediato de que Venezuela es un país “libre e independiente”,
y que con esta base, “podremos establecer relaciones de respeto mutuo con el
Gobierno de Estados Unidos”.
“Esperamos el respeto mutuo, la no
injerencia, que cada quien pueda tener una crítica a los procesos políticos,
pero que podamos tratarlo adecuadamente por los canales diplomáticos” repitió Jaua.
Lo demás es que el canciller venezolano
ha avanzado que Washington y Caracas dialogarán para nombrar a un nuevo
embajador —después de que en 2008 ambos países expulsaran a los respectivos
representantes— y de que Kerry ha destacado como un “avance positivo” la
expulsión de Venezuela del cineasta estadounidense Tim Tracy, quien fue
detenido el pasado mes de abril acusado de trabajar como espía para Washington
y de asesorar a los grupos estudiantiles de la oposición sobre cómo
desestabilizar el país.
Sin embargo, hay que ir a la foto: un
Kerry aburrido, que se limita a un acto más de protocolo, aburrido y quizá inútil,
al estrechar la mano del joven canciller, y un Jaua sonriente y altanero, como
si realmente hubiera alcanzado la cima del mundo con ese encuentro breve.
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