Un informe del Gobierno cubano comprueba
una vez más la crisis de la agricultura en la isla. Los datos demuestran el
fracaso de los intentos de “actualizar” el sistema económico imperante, pero es
seguro que las cifras, de por sí, no significarán nada para la permanencia de
Raúl Castro en el mando. En Cuba ser un mal administrador del Estado no implica
la necesidad de un cambio político o de dirección. Durante muchos años los
números se escondieron. Ahora, que hay una tendencia a sustituir los mitos
económicos por cierta dosis de realismo, es posible que sirvan para justificar
la puesta en marcha de algunas medidas. Sin embargo, poco cabe esperar en un
país donde el gobernante que tiene más temor de llevar a cabo algún cambio que
produzca un efecto adverso al objetivo principal de mantenerse en el poder, que
ansiedad por realizar las imprescindibles reformas económicas.
En este sentido, el vicepresidente Marino
Murillo dijo en la última reunión de la Asamblea Nacional del Poder Popular que
el Gobierno pondrá en marcha un proyecto
piloto en la Isla de la Juventud, donde los agricultores podrán comprar
directamente los fertilizantes y otros insumos. Resulta ridículo que a estas
alturas sea necesario un “plan piloto” para intentar demostrar que los
mecanismos obsoletos de compra y venta estatal a los agricultores no funcionan.
El Estado posee el 80 por ciento de la
tierra y arrienda el 70 por ciento a los agricultores y las cooperativas. El
otro 20 por ciento de la tierra es propiedad de las familias de los
agricultores privados y sus cooperativas y produce un porcentaje mucho mayor de
alimentos para la nación.
Un paso de avance es que ya se permite a
los campesinos vender directamente algunos de los alimentos que cultiva. Por
ejemplo, el primer mercado mayorista de productos se puso en marcha este año en
las afueras de La Habana. Entre los clientes hay desde hoteles hasta vendedores
individuales, de acuerdo a una información de la agencia Reuters.
En otras provincias también se esta
intensificando este tipo de comercio.
Los campesinos sostienen que este cambio
está acelerando el ritmo de circulación de los alimentos en el mercado —lo que
ayuda a evitar ineficiencias que con frecuencia provocan que los cultivos se
pudran en los campos— al tiempo que ponen más dinero en los bolsillos de los
productores.
“Hemos comprado este año dos camiones
antiguos, en parte, para ofrecer productos a nuestros clientes estatales en
Camagüey”, dijo el presidente de una cooperativa cercana a la ciudad, situada
en el centro de la isla.
“Hace unos años tuvimos que vender todo
al Estado, que después lo vendió a nuestros clientes unos días más tarde. Ahora
llegan (los productos) frescos y nos quedamos con el 21 por ciento de beneficio
que iba para al monopolio del Estado”, dijo el empresario que requirió el
anonimato, según cita Reuters.
Camiones privados, algunos de los cuales
datan de la década de 1950 y aún antes, se trasladan por las ciudades y pueblos
para entregar bienes a los puestos de venta a cargo de las cooperativas agrícolas
privadas.
En Santiago de Cuba, en el este de la
isla caribeña, los camiones van a los mercados minoristas, donde los vendedores
privados llegan en carros tirados por caballos y triciclos para comprar a
precios mayoristas.
En lugar de brindarle un fuerte apoyo a
este tipo de iniciativas, en la mayoría de los casos el único beneficio que
otorga el Estado es el de no entrometerse. Esta es una de las grandes
diferencias entre el llamado “modelo chino” y los pasos breves y torpes que
realiza el Gobierno cubano para liderar en algún sentido la producción
agrícola.
Sin embargo, mantener el inmovilismo es
simplemente continuar avanzando hacia el abismo. Cuba, que carece de efectivo,
importa alrededor del 60 por ciento de los alimentos que consume a un costo de $2,000
millones.
El año pasado, $500 millones de las
importaciones procedieron de Estados Unidos, en virtud de una excepción al
embargo comercial que permite la venta de productos agrícolas a la isla pagando
en efectivo.
El Gobierno está invirtiendo en algunos
cultivos para reducir las importaciones de alimentos y en otros para impulsar
las exportaciones, mientras que el Estado gradualmente va flexibilizando la
producción y distribución agrícola en favor de la iniciativa individual.
Los resultados han sido variables, pero
en general, luego de cinco años, los avances pueden catalogarse de muy pobres.
La producción de arroz se elevó casi un
50 por ciento a 642,000 toneladas en 2012 frente a las 436,000 toneladas en 2008,
cuando Raúl Castro reemplazó a su convaleciente hermano Fidel en la presidencia
del país. La producción de granos aumentó durante el mismo período en un 28 por
ciento a 127,000 toneladas, el único avance significativo reportado.
Cuba y Brasil han estado trabajando
durante varios años en el cultivo de soja por primera vez en la isla caribeña,
alternando con el cultivo del maíz. Pero no hubo ninguna mención de la soja en
un informe de la estatal Oficina
Nacional de Estadísticas, mientras la producción del maíz se elevó en sólo
30,000 toneladas a 360,000 toneladas en los últimos cinco años.
Los cultivos de exportación como el café
y los cítricos, el tabaco y la caña de azúcar disminuyeron en los últimos cinco
años, según el reporte.
A la ganadería no le fue mejor con la
mayoría de las categorías estancadas o en descenso, excepto la producción de
leche que se incrementó en un 8 por ciento hasta 604.000 toneladas.
“Hay que liberar todo el ciclo de producción,
no sólo partes de ella”, dijo el economista cubano Armando Nova Nova en una
conferencia de expertos nacionales a principios de este año. Los agricultores y
la población de Cuba en general están a la espera de que la Plaza de la
Revolución acceda a este reclamo.