Nicolás Maduro ha escogido la bravata
como el camino más rápido y sencillo para afianzar su poder político. No solo
es una vía con un resultado incierto sino la peor en la situación venezolana
actual. Nada de eso parece importarle. Ante la incapacidad para conducir a la
nación de una forma independiente, no le queda más remedio que imitar a sus dos
únicos modelos Hugo Chávez y Fidel Castro. El problema en su caso es que carece
de esa capacidad innata que tanto Chávez como Castro mantuvieron siempre: el
difícil equilibro entre asumir una actitud
bélica en muchas ocasiones y en otras poner en práctica —no siempre de
forma pública— un conveniente retroceso en sus posiciones más agresivas.
Maduro, sin embargo, carece de sagacidad.
Para él todo es público, cuando grita y cuando calla. Por supuesto que ello
constituye una fuente de inseguridad constante, pero no necesariamente implica
que sea imposible gobernar por largo tiempo en una situación hostil. Eso fue lo
que hizo Fidel Castro mientras estuvo al mando del gobierno cubano de forma
visible. Eso es también lo que practicó Chávez después. Lo que quiere el actual
gobernante venezolano es que lo reconozcan como miembro de esa élite donde el
mando se asume como una aventura y no como un deber administrativo. No es
gobernar desde la doctrina, algo en lo cual tiene referencias de sobra en los
déspotas que por años se impusieron en los diversos sistemas totalitarios,
tanto de un signo como de otro, sino algo más burdo: adoptar la pose del
buscapleitos.
“Ratifico que doy por terminadas todas
las conversaciones iniciadas en Guatemala con John Kerry”, dijo este sábado
Maduro al validar el comunicado de la cancillería que la noche del viernes dio
“por terminados” los contactos iniciados hace mes y medio en Guatemala.
La razón para esta declaración tan
drástica es que la futura embajadora de Washington ante la ONU, Samantha Power,
dijo ante una audiencia senatorial que luchará contra la “represión” en
Venezuela.
Al referirse a las palabras de Power, la
cancillería venezolana expresó: “Sus opiniones irrespetuosas han sido hoy
avaladas y respaldadas por el Departamento de Estado, contradiciendo el tono y
el contenido de lo expresado por el secretario de Estado” en Guatemala.
La cancillería venezolana envió una nota
de protesta el viernes a la Embajada de Washington en Caracas, pero el
Departamento de Estado defendió las críticas de Power.
“Cuando se trata de Venezuela,
continuaremos expresando nuestro firme apoyo al fortalecimiento de las
instituciones democráticas, respeto a la libertad de expresión, protección de
la sociedad civil y mejoramiento del diálogo interno”, afirmó la portavoz Marie
Harf.
Lo que en cualquier diferendo entre
naciones no debió pasar de un intercambio de declaraciones, en que por lo
general los mensajes pueden incluir un tono más o menos fuerte, pero que no
pasan de eso —palabras de momento—, se convierte así en una acción política.
No solo Maduro demuestra inmadurez
política —si al menos conociera algo sobre los mensajes intercambiados por
años, durante la guerra fría, entre Washington y Moscú— sino se muestra
dispuesto a condenar a su país al aislamiento con el que en la práctica es su
primer socio comercial, el primer socio comercial, que le compra unos 900.000
barriles de petróleo diarios. Todo ello en una época donde los analistas han
demostrado una disminución constante de la dependencia energética
estadounidense con respecto al crudo venezolano.
Ahora el incidente ha pasado de las
palabras a los hechos.
A Maduro esto no solo parece no importarle,
sino todo lo contrario: su actitud y acciones demuestran que lo que busca es la
confrontación con Washington.
No hay mejor ejemplo en este sentido que
ese deseo vehemente de que el exanalista de inteligencia Edward Snowden se
refugie en Venezuela.
El problema que Rusia está desesperada
por quitarse de encima (“un presente no deseado que Estados Unidos le endilgó a
Rusia”, ha dicho Vladimir Putin), al que el gobierno ecuatoriano dio de lado y
el régimen cubano ha dejado en claro que no quiere involucrarse, le fascina a
Maduro. Poco falta por implorarle a Snowden que acabe de comprar el boleto de
avión.
La cancillería venezolana considera a
Snowden “víctima de la más feroz represión”. Suena patético sino fuera
ridículo.
“Construir una buena relación con el
gobierno de Estados Unidos pasa por practicar el respeto mutuo y el
reconocimiento absoluto y total de los principios de soberanía y
autodeterminación”, ha expresado la cancillería venezolana en palabras que si
no fueron dictadas desde La Habana reflejan como una copia al carbón la
verborrea cubana sobre la “soberanía”, ese concepto de independencia nacional
nunca practicado y siempre repetido para justificar cualquier acción.
La táctica de Maduro, de imponerse en
medio del caos entreteniendo al país con una avalancha de discursos,
apariciones en los medios cada vez más controlados o asfixiados por el gobierno
y gestos absurdos busca otorgarle permanencia a través del bochinche. Pero la
realidad se impone.
Entre diciembre y junio la moneda local,
el bolívar, se ha devaluado un 172%; las ventas petroleras del primer trimestre
del año —el 96% de los ingresos— cayeron a 21.300 millones de dólares, un
13,41% menos que en el mismo periodo de 2012, y el índice de desabastecimiento
de productos básicos llegó al 20,5% en mayo, una cifra jamás alcanzada en
tiempos de Chávez. Hasta el 11 de julio las reservas internacionales habían
caído en 5.363 millones con respecto al mismo periodo del año pasado., según un
artículo aparecido en el diario español El
País.
La tasa de inflación acumulada en el
primer semestre es la expresión más concreta de todos los malestares del
venezolano, agrega El
País.
Mediante pequeñas concesiones a la
empresa privada, una tibia lucha contra la corrupción y una incesante retórica izquierdista
Maduro cree haber encontrado la fórmula ideal par consolidar su poder. Sin
embargo, este constante transitar entre el aspaviento y el arañar
incesantemente en los recursos petroleros tiene muchos riesgos. Las fuentes de
sustentación de su poder —una oposición que se debilita por días tras sus últimos
logros electorales, una burguesía que va del miedo a la participación a
regañadientes, la actitud cómplice de los gobiernos populistas de la zona y el
mantenimiento de un elevado precio del crudo— no crean estabilidad y mucho
menos desarrollo.
En la arena internacional, resulta claro
que la opción de gobierno es hacia el aislamiento. Maduro acaba de acusar a Mariano
Rajoy de “padrino” de la oposición venezolana. El presidente venezolano tachó
al mandatario español de "corrupto" al referirse al “caso Bárcenas”.
Así que los aliados naturales de Caracas, más allá de los gobiernos populistas
de la zona son los regímenes parias del mundo —Cuba, Irán, Corea del Norte,
para citar unos pocos ejemplos— junto a una China que se mueve de acuerdo a su
conveniencia estratégica y política y no de acuerdo a simpatías ideológicas.
Esa división entre un estar siempre ”tapando agujeros“ en el terreno nacional,
ya sea ignorando a la oposición, manteniendo alianzas forzadas dentro del
chavismo y repartiendo beneficios y privilegios, mientras despotrica contra
Estados Unidos y países de Europa como España se encamina al desastre, o se
hunde en este. Si finalmente Snowden opta por Caracas, Maduro podría sufrir el
desenlace que amenaza siempre a los payasos: tomarse en serio a sí mismos.