“Hemos
percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el
acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la
decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas
de los demás.
Recordemos
las palabras de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de
noviembre de 2005, cuando dijo que a esta Revolución no podría destruirla el
enemigo, pero sí nosotros mismos y sería culpa nuestra, advirtió.
Así,
una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado. Se
propagaron con relativa impunidad las construcciones ilegales, además en
lugares indebidos, la ocupación no autorizada de viviendas, la comercialización
ilícita de bienes y servicios, el incumplimiento de los horarios en los centros
laborales, el hurto y sacrificio ilegal de ganado, la captura de especies
marinas en peligro de extinción, el uso de artes masivas de pesca, la tala de
recursos forestales, incluyendo en el magnífico Jardín Botánico de La Habana;
el acaparamiento de productos deficitarios y su reventa a precios superiores,
la participación en juegos al margen de la ley, las violaciones de precios, la
aceptación de sobornos y prebendas, el asedio al turismo y la infracción de lo
establecido en materia de seguridad informática.
Conductas,
antes propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso
indiscriminado de palabras obscenas y
la chabacanería al hablar, han venido incorporándose al actuar de no pocos
ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.
Se
ha afectado la percepción respecto al deber ciudadano ante lo mal hecho y se
tolera como algo natural botar desechos en la vía; hacer necesidades
fisiológicas en calles y parques; marcar y afear paredes de edificios o áreas
urbanas; ingerir bebidas alcohólicas en lugares públicos inapropiados y
conducir vehículos en estado de embriaguez; el irrespeto al derecho de los
vecinos no se enfrenta, florece la música alta que perjudica el descanso de las
personas; prolifera impunemente la cría de cerdos en medio de las ciudades con
el consiguiente riesgo a la salud del pueblo, se convive con el maltrato y la
destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes; se
vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico,
alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del tránsito y
las defensas metálicas de las carreteras.

Lo
mismo pasa en los diferentes niveles de enseñanza, donde los uniformes
escolares se transforman al punto de no parecerlo, algunos profesores imparten
clases incorrectamente vestidos y existen casos de maestros y familiares que
participan en hechos de fraude académico.
Es
sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación
del individuo en función de la sociedad y estos actos representan ya no solo un
perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.
Esas
conductas en nuestras aulas son doblemente incompatibles, pues además de las
indisciplinas en sí mismas, hay que tener presente que desde la infancia la
familia y la escuela deben inculcar a los niños el respeto a las reglas de la
sociedad.
Lo
más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los buenos
modales del cubano. No puede aceptarse identificar vulgaridad con modernidad,
ni chabacanería ni desfachatez con el progreso; vivir en sociedad conlleva, en
primer lugar, asumir normas que preserven el respeto al derecho ajeno y la
decencia. Por supuesto, nada de esto
entra en contradicción con la típica alegría de los cubanos, que debemos
preservar y desarrollar”.
Fragmento del discurso del gobernante
cubano Raúl
Castro Ruz en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea
Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 7 de julio de 2013.