Hay una película donde aparecen los
“vigilantes”, aunque este no es el tema central de la cinta. Se titula Barbary
Coast, dirigida por Howard Hawks y
con la siempre brillante actuación de Edward G. Robinson. La protagonista
femenina es Miriam Hopkins, a la que Guillermo Cabrera Infante injustamente
deja de lado al hablar de las grandes rubias del cine.
La película es de 1935 y
quizá hace entre 15 y 20 años que no la veo. La recuerdo como un filme excelente.
La visión que ofrece de los vigilantes es muy favorable: los presenta como
ciudadanos honestos y decididos, que finalmente se deciden a poner orden y
terminar con la corrupción, el juego y la prostitución en esa famosa zona de
San Francisco. Por supuesto que ello no fue lo que ocurrió, aunque la película
desarrolla una complejidad emocional en algunos personajes y cierta ambigüedad
moral en ellos que ya para entonces estaba desapareciendo por completo en el
cine estadounidense, con una censura más estricta impuesta por la Oficina de Breen,
que fue la responsable del control férreo a todo lo dicho y visto y no el famoso e infame Código de
Hays. En realidad, el papel de Hopkins no se aparta mucho del típico personaje
femenino del Saloon del oeste americano —ya fuera cantante, jugadora o
simplemente dueño del establecimiento, las formas más comunes de opacar su
verdadera función de prostituta o matrona— pero quien se roba la cinta es
Robinson, con el rol del villano: un dueño de una casa de juego, asesino y
corrupto que al final de la película termina en manos de los vigilantes,
quienes vienen a juzgarlo, es decir asesinarlo o si se quiere para oídos más
recatados y conservadores, simplemente ejecutarlo.