Desde hace años resulta más difícil
imponer una política cansada aquí en Miami: no permitir eventos en que
participen quienes viven en ambos extremos del estrecho de la Florida o la
actuación de artistas y deportistas procedentes de Cuba. No por ello el sector
del exilio que propugna esta actitud de aislamiento cesa en su empeño, de
infundir miedo y crear presiones para que dichos eventos se realicen. Es un
segmento que se reduce desde el punto de vista demográfico, pero no por ello es
menos poderoso hoy que ayer. Sobre todo desde el punto de vista económico y de
influencia con funcionarios y políticos locales y nacionales. Tampoco hay el
menor atisbo de vergüenza, de pudor —¿y que otra cosa se podía esperar?— entre
quienes desde La Habana o como repetidores entre nosotros se apresuran a gritar
sobre la intransigencia aquí, para al mismo tiempo callar sobre la miseria, la
represión y el desamparo allá. Todo un escenario desagradable que se repite y
resulta ridículo y escuálido al mismo tiempo.
Es posible que aún se celebre en esta
ciudad los 50 años del equipo de béisbol cubano los Industriales, pero el
empeño en que la actividad no se lleve a cabo, o se realice de la forma más
pobre posible, se anotó un tanto cuando logró que la Universidad Internacional
de la Florida no facilitara su estadio con ese fin.
Un día después de dar a conocer de manera
oficial la cancelación de los encuentros en esa instalación, representantes de
Somos Cuba Entertaiment Group, auspiciadora del viaje de los peloteros de la
capital cubana, recalcaron que no descansarán hasta ver esa idea convertida en
realidad, pese a que la nueva sede no cumpla con los mejores requisitos para
hacer un evento de magnitud, de acuerdo a la información de El Nuevo Herald.
No es la primera vez que la pelota choca
con la política. Nada más lejos que una neutralidad ideológica durante lo que
podría considerarse los “años dorados” del deporte impulsado por el régimen
cubano. En especial el béisbol, terreno propicio y fundamental para los juegos
entre Cuba y Estados Unidos, y para que Fidel Castro se vanagloriara, exhibiera
y se retratara junto al Equipo Cuba, como si fuera de su propiedad. Incluso se
llegó a la frase estúpida de que los norteamericanos eran capaces de llegar a
la Luna, pero no de ganarle a los cubanos en la pelota.
El deporte cubano —y por los motivos más
diversos— pierde esplendor casi a diario. Resulta válido considerar esta
pérdida un buen ejemplo de la decadencia del sistema. Pero de ello a la
adopción de una actitud de impedir o dificultar un evento en que participen deportistas
cubanos, por el hecho de que estos permanecieron en la isla y lograron triunfos
que por años sirvieron de vanagloria al régimen, hay la distancia que va del
reproche al revanchismo.
En esta ciudad se pueden seguir dos
sendas opuestas. Considerar cada hecho y situación de acuerdo a lo que
representa, o juzgarla a priori según pautas ideológicas. El primer camino no
está libre de errores. El segundo es un error en sí. Anteponer la valoración política
a cada circunstancia es una muestra de que no se ha logrado escapar del
totalitarismo, no importa la sociedad o el país en que se viva.
Según Alejandro Cantón, al frente de los
organizadores de la celebración de los 50 años de los Industriales en Miami,
las autoridades deportivas de FIU se aprovecharon de un punto del contrato
firmado con Somos Cuba, que estipulaba “condiciones especiales y extremas’’
para cancelar los dos juegos, según la información aparecida en El Nuevo Herald.
Cantón se abstuvo de mencionar la palabra
“presión’’ de parte de grupos del exilio, dejó entrever que la negativa a
rentar el parque vino desde lo más alto de la universidad, agrega la
información citada.
En el Instituto de Estudios Cubanos y
Cubano-Americanos (ICCAS), de la Universidad de Miami, se realizará un
conversatorio con el opositor Guillermo Fariñas, el viernes 26 de julio. En la
Universidad Internacional de la Florida han ofrecido conferencias conocidas
figuras cubanas que buscan la democracia en Cuba, como Yoani Sánchez.
La realización de un conversatorio o una
conferencia a favor de la democracia en Cuba y el esgrimir un pretexto como
justificación para no facilitar un estadio, a fin de que se lleven a cabo dos
sencillos juegos de pelota definen más que un contraste: constituyen ejemplos
de la forma en que parte del exilio de Miami considera la libertad de expresión
y tolera las diferencias.
Da la impresión que la lucha a favor de
los derechos humanos y la democracia en Cuba y la libertad deportiva en Miami marchan
por sendas opuestas, incluso en el medio universitario.
Tener clara esa división, entre aspirar a
la democracia en la isla y adecuarse a las exigencias de un sector poderoso en
esta ciudad, parece ser un punto especialmente sensible para una universidad acusada
injustamente, y en las más diversas ocasiones, por ese mismo exilio
supuestamente radical que rechaza este y cualquier evento en que participen
deportistas residentes en la isla; un centro docente en donde fueron encausados
un profesor y su esposa, una empleada de la institución, fueron encausados de
ser agentes del gobierno cubano (el profesor se declaró culpable de conspirar
como agente de la inteligencia cubana en Estados Unidos y su esposa de ocultarlo).
Ninguna actuación deportiva asegura la sobrevivencia
de un régimen. La pelota no es solo el deporte nacional de Cuba, sino motivo de
orgullo y discusión entre sus habitantes. Mezclar la política y el deporte no
es nada nuevo para el régimen de los hermanos Castro. Desde su llegada al
poder, Fidel Castro utilizó los triunfos deportivos como parte de su perenne
campaña de propaganda. Pero también un boicot deportivo resulta
contraproducente, incluso cuando se fundamenta con buenos argumentos, como
ocurrió con los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú en 1980, donde EEUU no
participó debido a la invasión soviética a Afganistán. Y lo que está intentando
este sector del exilio de Miami es un boicot, lo único que en estos momentos
—en que acaba de concluir un torneo amistoso de béisbol entre un equipo cubano
y otro de universitarios estadounidenses— no cuentan con el apoyo de la Casa
Blanca.
Sacar a la política del terreno deportivo
es algo que nunca ha practicado el régimen castrista, ni tampoco algunos de sus
detractores aquí en Miami, donde a falta de una táctica mejor contra el
gobierno de La Habana, se entretienen en un deporte inútil: el del odio y resentimiento.