domingo, 14 de julio de 2013

Prensa oficial cubana: servil y anticuada hasta la muerte



No hay que esperar mucho del IX Congreso de la oficialista Unión de Periodistas de Cuba (Upec), que se clausura hoy domingo. Esa falta de esperanza o entusiasmo no obedece a una particular vocación pesimista o a una arraigada esencia reaccionaria, es simplemente una conclusión sensata que parte de un hecho simple: en Cuba la prensa oficial, como se la ha conocido tradicionalmente, cada vez importa menos, no solo a la población sino también al Gobierno. Los llamados a la actualización que se han escuchado en los últimos tiempos hasta ahora han sido más entretenimiento que realidad. De nada sirve ilusionarse con una reunión de un cuerpo profesional que se ha caracterizado por su actitud lacayuna y la exigencia de definición política y militancia ideológica, cuando el dueño de los medios de prensa —es decir, el gobierno cubano; es decir, los hermanos Castro— no hace nada para favorecer el surgimiento de un periodismo que sea, al menos, menos aburrido, para decir lo menos.
Porque los periódicos, la radio y la televisión cubana no son solo aburridos sino cada vez más inútiles. El propio centro de poder en la isla ha terminado despreciándolos, y dedicándole mayor atención a otras formas alternativas que actúan como remedos de lo que existe en la actualidad fuera de Cuba. Así se puede prescindir fácilmente de Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores, y acudir a sitios como Cubadebate, La Jiribilla o los diversos blogs oficialistas o de simpatizantes del régimen, para conocer al menos la versión del Gobierno de diversos hechos que ni siquiera se mencionan en la prensa tradicional.
Lo que debe destacarse —y apostaría a que en este congreso de periodistas posiblemente ni se mencione— es que estos medios tradicionales han quedado relegados a la función de publicar obituarios selectos, los contados discursos de Raúl Castro, algún escrito que ocasionalmente hace Fidel Castro —los cuales, desde hace años, aparecen primero en Cubadebate— y volver una y otra vez a contar la “gesta heroica” que culminó el primero de enero de 1959. Lo demás se reduce a indicar visita de mandatarios y funcionarios extranjeros, crónicas ridículas y pueblerinas, pequeñas informaciones sobre aburridos actos y reuniones inútiles en que se repiten consignas y se ofrecen algunos datos —ahora, hay que señalar, un poco más confiables que durante la época de Fidel Castro—, así como selectas también “actividades culturales”.
Esta prensa oficial se rige, desde hace años, bajo el principio del desprecio hacia los lectores, que al carecer de internet —como ocurre a la mayoría de la población cubana— queda fuera hasta de lo que dicen incluso los repetidores y portavoces oficiosos de la versión oficial.
Bueno, malo o regular, el único desarrollo en los medios de información y opinión del Gobierno se ha producido de cara al extranjero. Para quienes viven en la isla y carecen de internet, solo queda el tedio.
 Así que por mucho que se hable de que la Upec enfrentará los retos de la prensa nacional ante la “actualización” socialista, en medio de un llamado a eliminar el “secretismo” y el “triunfalismo” de los medios, lo que hay que esperar es simplemente una nueva sarta de consignas.
Basta recordar que esa prensa oficial llama ahora “Comandante Supremo” al fallecido Hugo Chávez, no sólo como una copia servil de la expresión poschavista sino en una muestra más de perversión del lenguaje, y en lo que también es un ejemplo de retroceso ideológico: la superstición y el oscurantismo como remedo burdo a un socialismo que se fue.
No es algo nuevo en la sociedad establecida por el régimen cubano. Desde un principio, éste adoptó la propaganda política como el patrón a seguir. Antes que informar, la función fundamental de la prensa era “orientar”. Sólo que esta orientación nunca fue tal, y se limitó a poner en práctica una pauta de dominación, que iba de la aceptación ciega al acatamiento aunque no se creyera.
Basta visitar hoy el sitio en internet del diario Granma y encontrar una sección bajo el título Fidel siempre tuvo la razón: la justificación imperfecta para no celebrar elecciones libres, cambiar sólo lo permitido y seguir eternamente en un presente constante y de miseria. Si debido a las circunstancias e incluso características personales, en lo político y lo económico el gobierno de Raúl Castro no es por completo igual al de su hermano mayor, desde hace años —incluso con Fidel Castro en el pleno ejercicio del poder— la isla vive bajo un limbo ideológico.
En lo que podría llamarse un “posfidelcastrismo” en marcha, poco a poco se relega la ideología y se impone una realidad simplemente económica.
Cuba avanza —o retrocede— hacia un país donde cada vez más la sustentación doctrinaria se encuentra en una especie de limbo o se encierra en la burla.
Sin embargo, los antiguos métodos de propaganda continúan moviendo esa maquinaria arcaica, ya sea por temor, una orden desde arriba o simplemente porque no tienen una forma mejor de hacerlo.
Desde hace algún tiempo se habla en Cuba de incrementar las denuncias de lo mal hecho, así como publicar y dar a conocer ineficiencias, sobre todo en el campo económico y administrativo. Si bien este esfuerzo —de llegar a producirse realmente— resultaría beneficioso, en el mejoramiento de algunas deficiencias administrativas locales y hasta nacionales, no deja de eludir el problema fundamental: la noticia surge o se descubre, pero no se fabrica. Al incurrir en esto último se cae en la tergiversación y el engaño. Con el empleo recurrente de frases altisonantes se cae en el ridículo.
Medios noticiosos anticuados y ridículos. Esa son las características principales de la prensa oficial cubana, que entre el bostezo y el engaño sigue sobreviviendo en un vacío informativo. No creo que un congreso de unos infelices periodistas pueda cambiar esta situación.

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