La prensa oficial cubana acaba de
publicar una carta que dirigió Fidel Castro a los dignatarios extranjeros de
visita en Cuba por el 60 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y
Carlos M. de Céspedes.
Hay tres aspectos que merecen destacarse:
El primero es la obsesión por recordar su
protagonismo y el ser siempre el primero:
“No está de más repetir lo que he contado
otras veces, la primera célula marxista del Movimiento la creé yo con Abel
Santamaría y Jesús Montané, utilizando una biografía de Carlos Marx, escrita
por Franz Mehring”.
También el afán por justificar sus
acciones, como si le persiguieran fantasmas que lo acecharan con acusaciones de
cobardía:
“Es imposible en tan breve tiempo
expresarle a nuestros ilustres visitantes las ideas que suscitan en mi mente
los increíbles tiempos que estamos viviendo.
Cuando, después de los hechos que se
consumaron el 26 de julio, un último carro se acerca y me recoge, monté en la
parte trasera del vehículo repleto del personal, otro combatiente se acerca por
la derecha; me bajo y le doy mi asiento; el carro parte y me quedo solo”.
Ese ser el primero, ese quedarse solo y
seguir luchando buscan reafirmar de nuevo —en este caso dentro de las
limitaciones de un papel escrito— la supremacía de siempre; la interpretación que trata de convertir a una
acción mal preparada, una retirada forzosa y una búsqueda de escondite en una
acción heroica e invencible.
El segundo aspecto que destaca en la
carta es el pesimismo:
“No puedo pensar que dentro de 10 años,
en el 70 aniversario, escribiría un libro. Desgraciadamente nadie puede
asegurar que habrá un 70, un 80, un 90, o un centésimo aniversario del Moncada”.
De inmediato matiza el comentario con una
referencia a que él ha dicho que el hombre es una especie en peligro de
extinción, y todo se diluye en divagaciones anteriores y posteriores sobre la
amenaza nuclear y la contaminación del medio. Sin embargo, la posibilidad de que
la celebración por el 26 de Julio desaparezca, lo que no es más que repetir que
el proyecto que él creo —esto no los ha dejado claro— no tiene futuro. No es la
primera vez que Castro formula advertencias y resabios, y en ello hay mucho de
viejo al que la edad y la vida han echado a un lado. Se puede afirmar que piensa
que tras de él, el Diluvio, pero darlo a conocer públicamente es otra cosa.
Lo que llama la atención aquí es que no
se trata de una referencia aislada. Con anterioridad ha escrito:
“Hace breves días, cuando observaba
desde mi asiento en la parte media de un
vehículo de doble tracción lo que fuera un viejo centro genético para la
producción lechera, pude leer una brevísima síntesis de solo un párrafo del
discurso pronunciado el Primero de Mayo del año 2000, hacía ya más de 13 años.
El tiempo borrará aquellas palabras en
letra negra sobre una pared blanqueada con cal”.
“Revolución […] es luchar con audacia,
inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es
convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la
fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es
luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la
base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”.
El señalar que se trata de un “viejo
centro genético”, para luego especificar que “el tiempo borrará aquellas
palabras” es una clara declaración de decadencia, abandono y falta de futuro
del sistema social que trató de implantar, un detalle significativo que va más
allá del intento de expresión literaria con que se formula.
Más llamativo aún es el hecho de que la
carta no solo es un recordatorio de que él es el “padre del cordero” sino que
en su letra y espíritu entra en contradicción con el discurso de Raúl Castro
pronunciado en el acto de celebración.
Si Raúl Castro afirmó: “Esta sigue siendo
una revolución de jóvenes”, Fidel Castro no solo le recuerda que fue hecha por
los que ahora son unos ancianos, sino que los supuestos logros económicos que
sirvieron de símbolos en una época ahora ya también son viejos, como ocurre con
el centro genético. Si Raúl Castro es un discurso vacío intentó al menos cierto
optimismo, la carta de Fidel Castro es de un pesimismo despiadado, en primer
lugar contra él mismo.
Por último también resulta interesante la
mención al incidente con el barco coreano con armas cubanas detenido en Panamá.
Aunque se trata de un comentario que pretende ser tangencial, es la única
referencia a lo ocurrido más allá de la declaración de la cancillería en que se
admitía que el material bélico pertenece a Cuba.
Lo curioso aquí es que, de pronto, Fidel
Castro retoma la palabra como si él fuera aún el Jefe de Estado.
“No vacilo en asegurar que aunque durante
años nos negamos a suscribir acuerdos sobre la prohibición de tales armas
porque no estábamos de acuerdo en otorgar esas prerrogativas a ningún Estado,
nunca trataríamos de fabricar un arma nuclear.
Estamos contra todas las armas nucleares.
Ninguna nación, grande o pequeña, debe poseer ese instrumento de exterminio,
capaz de poner fin a la existencia humana en el planeta”.
Ese plural totalitario es de momento una
vuelta al poder, aunque sea en el papel, un moverse entre el añorar la gloria y
maldecir el destino.