La noticia apareció la pasada semana, con
el regreso de los escolares de Miami a las aulas. Miles de niños residentes en
esta ciudad habían pasado parte o la totalidad de sus vacaciones en Cuba.
La cifra puede resultar imprecisa, pero
el dato no es anecdótico. No se trata de una familia aquí y otra allá. Las
agencias de viaje tienen información sobre un aumento del número de niños
viajando solos a la isla. Por requerimientos federales, estos pequeños
requieren atención especial y han tenido que aumentar, en algunos vuelos, el
número de azafatas.
Tampoco se trata de un fenómeno reciente
y hay testimonios de años anteriores, que indican que los padres han preferido
que sus hijos vayan de visita a Cuba, con tíos y abuelos, mientras ellos
disfrutan de un par de meses de mayor privacidad y tiempo disponible para la
pareja.
Las ventajas enunciadas siempre han sido
las mismas: menor costo, mayor seguridad y la posibilidad de compartir con
familiares en la isla, de acuerdo a un reportaje de Rui Ferreira en el diario
español El Mundo.
Se puede argumentar y discutir sobre
estas ventajas, pero lo que queda claro es que se trata de una nueva opción que
en buena medida sirve de ejemplo a la hora de caracterizar la realidad de la
comunidad cubana en Miami: las fronteras entre esta ciudad y la isla son cada
vez más porosas.
A esto se une el hecho de que la cantidad
de cubanos que han dejado su país se incrementó con fuerza en los últimos años.
El éxodo ha alcanzado niveles no vistos desde 1994, cuando decenas de miles se
lanzaron al mar en balsas.
Con el Departamento de Estado extendiendo
la duración de la mayoría de las visas de visitantes para los cubanos de seis
meses a cinco años —permitiéndoles por lo tanto realizar múltiples viajes a
este país en ese período— y la flexibilización llevada a cabo en enero por el
régimen cubano, con un alivio importante a las restricciones para que sus
ciudadanos viajen al extranjero, se han introducido cambios en la política
migratoria de ambos países, que podrían ser utilizados para facilitarle a los
cubanos no solamente los viajes, sino el poder quedarse a trabajar en Estados
Unidos por un tiempo y volver a la isla cuando quieran.
En los últimos cinco años, los cubanos
han estado emigrando a un promedio anual de 39,000 personas, el promedio más
alto en un periodo similar desde los primeros años de la llegada de Fidel
Castro al poder.
Este éxodo masivo y silencioso está
conformando un nuevo panorama en el exilio, donde los conceptos de temporalidad
e indefinición de fronteras cobran nuevos significados e importancia.
Por supuesto que esa brigada de respuesta
rápida que mantienen algunos cubanos que viven en Estados Unidos ya ha
redoblado la petición de que se debe revisar las solicitudes de residencia y naturalización
de esos padres y colocarlos en listas para ser deportados. Si la estulticia no
fuera tan enorme entre quienes así comentan, deberían ser considerados
simplemente malvados —¿y por qué no?, lo son—, al igual que es malvada e idiota
la respuesta rencorosa de quien le echa la culpa de todo a la actual administración
y suspira por un próximo presidente de Estados Unidos que reduzca al mínimo o
elimine viajes y remesas.
Entre la ira estéril y el reclamo
plañidero se debaten quienes quieren imponer una categoría de exiliados que,
para empezar, ellos no practican, ya que se limitan al comentario refrigerado y
la algarabía soez. La Ley de Ajuste Cubano no es una medida destinada al
otorgamiento de asilo político. Quienes se han beneficiado con ella pueden
escoger si viajan a Moldavia o a Cuba después de un año y un día de residir
aquí. Es simplemente una elección personal. Lo demás es cuestión de conseguir
visa.
Hay una Cuba a la que viajan con
frecuencia quienes residen en Miami. Hay otra, de la que han comenzando a
llegar —también con frecuencia en aumento— los disidentes y opositores. Ambas
son válidas y destacar una por encima de la otra es en buena medida una
decisión de cada quien.
Como un ritual característico de esta
ciudad, estos disidentes y opositores visitan estaciones de radio y televisión,
hacen declaraciones a la prensa escrita. Llama la atención que en lo
fundamental destaquen “lo que les hacen” —es decir, la represión que sufren— y
no “lo que hacen”, porque en esto último los resultados continúan siendo
pobres, por no decir nulos.
Mucha represión, es cierto, pero también
desinterés y abulia generalizados en la población cubana, que sigue apostando
por la partida como la mejor opción para un regreso temporal que permite el
paso de humillado a exaltado. Y así transcurre la vida para la comunidad cubana
en Miami: mientras unos se entretienen oyendo a los disidentes, otros simplemente
preparan las maletas aquí y allá.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 26 de agosto de 2013.