Al comentar sobre las declaraciones del
opositor cubano Jorge Luis García Pérez, “Antúnez”, tras su llegada a Miami,
una oyente de Radio Mambí expresó: “tiene la piel negra, pero el alma blanca”.
Quiso hacer un elogio, pero lo que puso en evidencia fue solo un racismo
larvario y arcaico, que aún impera en cierto sector de la comunidad exiliada.
Su frase fue un equivalente a otra, que se escuchaba con frecuencia en Cuba
hace décadas, y que aún debe repetirse aunque de forma más o menos callada:
“Negro, pero honrado”.
La expresión no es propia de Miami ni
está ausente de Cuba. En la Universidad de La Habana, durante un curso de
literatura norteamericana para graduados a finales de la década de 1970, impartido
por Beatriz Maggi, una alumna usó la expresión. Recuerdo también la respuesta
de Nancy Morejón, y por supuesto que recuerdo el poema de Nicolás Guillén, que
Nancy tuvo quizá la amabilidad de no traer a colación para no hacer más
lapidario su comentario.
No hay que agregar que la apariencia de
una actitud racista —con independencia del racismo que entonces y ahora existe
en el país, y que ha permitido y en algunos casos incrementado el propio
régimen— era algo muy serio.
Quien pronunció la frase de inmediato se
disculpó y apeló al significado del color blanco como símbolo de pureza —algo
que también puede ser considerado un condicionante cultural propio de una
sociedad de naturaleza racista— y aquello no tuvo mayor trascendencia.
El recuerdo viene a colación porque igual
argumento podría esgrimir ahora la oyente del comentario radial, pero en ambos
casos —tanto en La Habana como en Miami— la frase no logra librarse de la
connotación racial.
Es algo similar a los actores y cantantes
blancos que teñían de negro su cara en los minstrel
shows.
El
negro que tenía el alma blanca, de Alberto Insúa, nos cuenta la historia de un
hombre negro, educado en el seno de una familia blanca acomodada, que se
traslada de Cuba a Madrid tras el conflicto bélico de 1898.
Hay una película española de igual
título, dirigida y protagonizada por Hugo del Carril. El argumento narra que la
llegada a la capital española del famoso cantante y bailarín Peter Wald es todo
un acontecimiento. Se presenta en el Teatro del Sainete y su éxito es total. La
protagonista femenina, Emma, se muestra fría y distante. Lo rechaza por ser
negro. Peter se ha quedado sin pareja de baile y le ofrece la oportunidad de
triunfar a su lado. Se ha enamorado de ella. A pesar de todas las atenciones
los prejuicios crearan una barrera insalvable.
En Pinky,
la cinta de Elia Kazan, el tema gira alrededor de una mujer de raza negra que
por años “ha pasado” por ser miembro de la raza blanca. La identidad racial es
vista como una cuestión de asimilación.
Sea mediante la adopción de patrones de
conducta o en el intento de fingir una pertenencia racial impropia, junto a la
crítica a los prejuicios, el rechazo racial y a la existencia de valores
universales, hay también un objetivo de asimilación de una identidad ajena. El conservar
esa identidad ajena frente a una realidad hostil —así como las dificultades de
formar parte de una diversidad que la sociedad rechaza y solo admite como
subordinación— se da dentro de un sistema de limitantes sociales, donde actos
simples como el amor, el matrimonio o incluso la convivencia están regidos por
un sistema de normas y tabúes que impone barreras. Un medio donde la aprobación
hacia los miembros del grupo racial en desventaja, por el grupo o la raza
dominante, pasa porque que estos subordinados acepten —se propongan o estén
acostumbrados por crianza a considerar que forman parte de ese grupo, esa etnia
o esa raza— un proceso de integración que sustituye la unicidad por la adopción
de los valores de este grupo dominante y donde la raza, en última instancia,
determina la imposibilidad de traspasar ciertos límites. Mientras no se intenta
violar esas fronteras, el otro —el negro en este caso— se acepta socialmente. De
lo contrario, se cae en la transgresión.
Gran parte de una programación que imperó
por años en la televisión pública en Estados Unidos, o que caracterizó parte
pero no toda la filmografía de un actor tan notable como Sidney Poitier, puede
ser clasificada dentro de este estereotipo integrador. Programas de televisión
y películas que se consideraron de corte liberal, avanzan o en contra del
racismo, y en cierto sentido lo fueron de acuerdo al momento. Es también el
síndrome del “tío Tom”, rechazado en un principio por los sectores más
radicales del movimiento negro en EEUU, y que en la actualidad se ha
generalizado a la mayoría de esa comunidad. Es cierto que la adopción al
extremo de ese rechazo llega a una posición igual de negativa en su
irracionalidad, como es la negritud, pero vale la pena destacar que por encima
de cualquier estereotipo —del que no se libra grupo o raza alguna— la
aceptación del otro es lo que debe caracterizar a la democracia.
Aquí es donde se ejemplifica —aunque para
algunos toda esta argumentación puede resultar exagerada— el sentido no solo
negativo sino ominoso de la afirmación de la oyente de Radio Mambí, que más que
un elogio fue una aprobación.
Al decir que ,”Antúñez” es un “negro con
el alma blanca” no solo formula un comentario racista, sino que pone en claro
que el sector del exilio que ella representa lo acepta porque “es uno de los
nuestros”.
Precisamente eso es lo que desde su
llegada ha intentado dejar en claro el opositor. Al referirse al congresista demócrata
Joe García como “un personajillo” no solo comete una falta de respeto elemental,
por parte de un visitante recién llegado, sino que se apresura a manifestar su
identificación con un sector del exilio al que él intenta pertenecer o con el
cual se identifica. Se convierte en un miembro más al republicanismo
intransigente y rudo que por años ha tratado de dominar la opinión pública de
esta ciudad. Algo que no resulta novedoso en sus declaraciones y puntos de
vista ya formulados desde la isla, como es su oposición a la apertura del
turismo norteamericano a la isla. Posición que, por otra parte, encaja dentro
de la pluralidad de criterios existentes en la oposición cubana, donde otros se
oponen al embargo estadounidense y apoyan la flexibilización en turismo, viajes
de cubanoamericanos y el envío de remesas
Por supuesto que tiene todo su derecho a
esa identificación, pero al mismo tiempo no es ajeno a una actitud de
pertenencia a la que aspira pero no alcanza —porque las diferencias sociales y
económicas no pueden borrarse con una simple declaración política—, y que en
última instancia implica una voluntad de subordinación.
Es precisamente esa subordinación la que exige
como un requisito indispensable ese sector del exilio —llámese “histórico,
vertical” o con cualquier otra expresión más o menos eufemística en que quiera
expresarse— para aceptar a cualquiera del exterior.
En este caso, el concepto “exterior” no
se limita a venir de la isla y a no formar parte de las primeras oleada de
exiliados, sino a ser otro.
Es precisamente esa cualidad de
“distinto” la que fundamenta y exige no solo la oposición en Cuba sino la
totalidad de esa mantra siempre repetida de la sociedad civil, a la que se
aspira y ahora —a duras penas debido a la represión imperante en la isla—
comienza a constituirse. Y de entrada esa diversidad también admite no solo las
diferencias sino también las semejanzas, por lo que la afinidad de “Antúnez”
con el sector del exilio con el cual se identifique es tan válida —desde una
perspectiva personal y democrática— como el sentar discrepancias mayores y
menores.
Aceptar esa premisa vale tanto para los
que comparten los criterios del opositor como para quienes tienen otros. Lo
importante no es solo saludar afinidades sino aceptar puntos opuestos. Ahora
bien, el objetivo común debe ser de cara al futuro. Ya hace años que El negro que tenía el alma blanca pasó
de moda. Repetirlo en la actualidad es encerrarse en el pasado.