Es la noticia más importante sobre cine
en lo que va de año. Se acaba de hacer público el hallazgo de una película
perdida de Orson Welles. A la sorpresa se añade un dato singular: la referencia
a Cuba. Anecdótica, simplista, estereotipada y con decorados falsos. Es cierto.
Pero no deja de llamar la atención que la isla siempre salte en donde menos se
la espera que aparezca.
Quizá la sorpresa no sea tal y solo
muestre un chovinismo trasnochado. La cercanía de Cuba a Estados Unidos y los
vínculos históricos es lo que determina siempre, y repetirlo casi da vergüenza
por lo manido. Pero primero la noticia.
Ayer The New York Times la daba a conocer
y hoy el diario español El País tiene una amplia información
al respecto. Se trata del descubrimiento en Italia de Too Much Johnson, la película que incluso Welles dio por perdida
había sido encontrada en la pequeña localidad de Pordenone, Italia. Restaurada
en Holanda y Estados Unidos, va a ser presentada en octubre y colocada en
internet.
El País cuenta en detalle todo lo
sucedido: como la peste a vinagre que despedía la cinta fue decisiva en el
descubrimiento —las películas de nitrato al envejecer padecen lo que los expertos
llaman “síndrome acético”— y el casi milagro de que se pudiera rescatar el 96
por ciento del material. Sin embargo,
aunque el periódico señala que el hecho “supone un acontecimiento mayúsculo
para la historia de este arte [el cine]” no menciona que, antes de Citizen Kane estuvo Too Much Johnson.
Se considera que fue esta película la que
despertó lo que puede llamarse —nunca un cliché ha resultado más apropiado— la
pasión de Welles por el cine.
No se trata de que veremos próximamente una
nueva obra maestra de Welles. Too Much
Johnson, que dura unos 40 minutos, es una película inacabada, silente y no
se realizó con el objetivo de proyectarla de forma independiente, sino como
parte de la presentación de la obra de teatro de igual título.
Cuando finalmente se exhiba, será
principalmente una curiosidad —en gran parte aburrida por las repeticiones y la
falta de edición en muchas secuencias— y más un producto para estudiosos y
fanáticos de Welles. Nada de esto, sin
embargo, restará valor a lo que constituye su valor principal: resultará
imprescindible.
Esta película, que estaba destinada a ser
un complemento y nunca se ha exhibido públicamente, es realmente el primer
contacto de Orson Welles con el cine (hay un corto anterior, que hoy puede ser
visto en You Tube, The Hearts of Age, pero que se
categoriza más bien como una “película casera”).
Ya por los fotogramas que se han dado a
conocer, se puede apreciar esa profunda vinculación de Welles con el cine
silente —la leyenda de que se encerró durante un año la filmoteca del Museo de
Arte Moderno de Nueva York y vio toda la producción silente— que se
desarrollará a plenitud en El Ciudadano.
¿Y dónde está la “conexión cubana”?
Realmente en la obra de teatro. Too Much
Johnson fue escrita por William Gillette, quien es recordado principalmente
por su labor de actor y el haberle impreso el carácter y la figura definitiva
al personaje de Sherlock Holmes —una figuración que permanece hasta hoy en el
cine y el teatro—, y que entre cosas fue además inventor y autor teatral. Es
más, el rastreo de la fuente puede ir más allá, ya que Too Much Johnson no es otra cosa que la adaptación de una farsa
francesa, La Plantation Thomassin, de
Maurice Ordonneau.
La comedia de Gillette, escrita en 1894,
trata sobre un mujeriego neoyorquino, Augustus Billings (interpretado por el
propio Gillette en la obra original y por Joseph Cotten en la película de
Welles), que engaña a su esposa en múltiples ocasiones y para ello siempre acude
al pretexto de que tiene una plantación en la isla, la cual “visita” con
frecuencia, cuando lo que en realidad hace es estar con su amante de turno. Solo
que hay un dueño de una plantación cubana verdadero, Joseph Johnson. Billings no
solo intenta no ser descubierto por su esposa, sino que huye también de una
amante obsesiva y del violento esposo de esta. Todos, Billings, su esposa y
suegra, su amante y el marido, Johnson y su novia, se encuentran finalmente en
un barco que va precisamente a… Cuba.
La producción de Too Much Johnson, para la temporada de 1938, del Mercury Theatre,
fue un rotundo fracaso, pero ello no influyó mucho en la trayectoria de Welles,
que por entonces tenía tan solo 23 años. Tres meses después, gracias a su programa
de radio sobre la obra de otro Welles (Herbert George), La Guerra de los Mundos, alcanzó la celebridad que nunca le
abandonaría. Solo faltaban tres años para que transformara al cine para
siempre, con El Ciudadano, su primera
obra maestra. Tampoco lo abandonaría esa tenue conexión cubana.
El protagonista de El Ciudadano está inspirado en el periodista, editor e impulsor de la
Guerra Hispano-Americana, William Randolph Hearst, pero aquí la referencia a
Cuba se limita a una línea del libreto: Kane recibe la comunicación de un
reportero (el corresponsal de guerra y célebre ilustrador Frederic Sackrider Remington), que
dice “No hay guerra en Cuba”, a lo que él responde: “Usted se encarga de
brindar una prosa poética, yo pongo la guerra”. La célebre frase atribuida a
Hearts.
Hay otra referencia a Cuba en Orson
Welles. Se encuentra en The Voyage of the
Damned, la película de Stuart Rosenberg de1976, una cinta menor sobre una
gran tragedia y que contó con un reparto estelar que no la salvó de un tratamiento
dramático convencional.
En la cinta de Rosenberg, Welles
interpreta a un cubano tan corrupto como su célebre personaje de Harry Lime, en
un filme que es casi —o no casi— una obra maestra: The Third Man (El Tercer Hombre)
de Carol Reed, realizada en 1949.
En El Tercer Hombre, Welles no solo aportó una actuación memorable, sino que
introdujo lo que es la mejor línea del excelente guión de Graham Greene, que no
es magnífico porque fue Welles quien creó y dijo esto:
“En Italia, en 30 años de dominación de
los Borgia hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel,
Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad, 500 años
de democracia y paz y ¿que tenemos? El reloj de cuco”.
Welles recuerda esta declaración de arte
e infamia, y hace otra similar en el personaje que brevemente interpreta en The Voyage of the Damned. Bien vestido,
con un puro en la boca, José Estedes, que participa en la negociación —que
resulta infructuosa— para permitir a los refugiados judíos a bordo del St. Louis
entrar en Cuba expresa:
“En La Habana, de lo único que uno puede
estar seguro, es de un tabaco”.
La frase guarda toda la vigencia que
puede ofrecer el humo.