En su penúltima columna en el Diario Las Américas, Jaime Bayly
anunciaba que estaba muriéndose. Que se está muriendo Bayly no debe asombrar a
nadie: él mismo lo ha dicho varias veces, durante varios años. No es la crónica
de una muerte anunciada. Es el anuncio de una muerte repetida. A mi todo eso me
parece que es imitar a Woody Allen (hay una conexión entre las dos últimas columnas de Bayly y es Hannah and Her Sisters), pero llegará el día en que se muera y podrá
decir: Se los había advertido.
La noticia aquí viene por otra parte. Alarmado,
el director de la publicación, Manuel Aguilera, ha escrito esta semana en la
misma sección, y le pide al periodista y escritor que no se muera.
Probablemente Bayly lo obedezca y así garantice mantener su columna semanal. Pero
donde se encuentra la noticia es en algo que escribe Aguilera: “me pasaron una
llamada en el Diario de una lectora enfurecida.
‘¿Usted no se lee lo que escriben sus columnistas
antes de publicarles?’, ‘¿Qué [sic] le parece que sus hijos puedan leer esto?’…”.
Todo hace suponer que la lectora irritada
se refiere a niños, porque los hijos grandecitos ya no cuentan. Y aquí sí hay
razón para asombrarse: en Miami hay niños que leen periódicos, o al menos se
amenaza con que esto ocurra. Valía la pena investigar el hecho antes de
escribirlo, pero eso no es lo importante. Lo importante es la pregunta: ¿Es
para alegrarse o para preocuparse?