La relación entre el exilio de Miami y la
actual oposición en Cuba requiere de un análisis que contenga pero no se limite
a la efectividad dentro de los intentos por lograr la democracia en la isla, y
en primera instancia una mejora de los derechos humanos.
Medir el avance de esta oposición —que
incluye formas y objetivos diversos dentro de una actitud general de rechazo al régimen— por los cambios que,
gracias a ella, ha experimentado la sociedad cubana en los últimos años, es
abordar el problema con una visión parcial.
En primer lugar debido al hecho de que muchos
de estos cambios no son debidos a la oposición sino puestos en práctica en un
desarrollo paralelo a ésta. En segundo porque esta misma oposición, que reclama
su participación para lograr estos cambios, al mismo tiempo los disminuye o
desestima, al catalogarlos de “cosméticos”, dentro de una retórica que le es
necesaria para justificar su presencia: admitir que, aunque sea de forma parcial,
algunas de sus quejas anteriores ya han sido resueltas: liberación de los
prisioneros de la “Primavera Negra”, posibilidad de entrar y salir del país,
eliminación del bloqueo a blogs y sitios en internet, ampliación del trabajo
por cuenta propia y el permiso a la contratación de personal por empleadores
privados en determinadas categorías.
Pero por encima de estos aspectos, hay
otro que no por evidente deja de contener una serie de aristas polémicas al
tomarlos en consideración: la oposición cubana se define no solo en su
circunstancia insular sino en su relación internacional.
Para opositores y exiliados, la forma más
fácil de resolver esta cuestión es argumentar que, a mayor apoyo internacional,
más pierde en prestigio el régimen castrista; mayor protección tienen quienes
son reprimidos arbitrariamente dentro de la isla —ya sea mediante detenciones
temporales, actos de repudio y acoso, entre otros medios— y también aumentan las
posibilidades de la condena del régimen en los foros internacionales.
Sin embargo, este argumento contiene
puntos débiles, que dificultan sea esgrimido sin la menor duda, salvo cuando obedece
a motivos políticos elementales.
Por demasiadas décadas, la sustentación de
los vínculos económicos del régimen ha estado edificada sobre fundamentos que
no guardan relación ni con la democracia ni con los derechos humanos, sino con factores
gubernamentales en donde este factor ocupa un lugar secundario o no se toma en
cuenta. El embargo estadounidense puede ostentar un récord de permanencia, pero
poco que alegar en cuanto a efectividad.
Así que, en última instancia, los logros
de la oposición y el exilio en este terreno se limitan en muchos casos a la
obtención de gestos, que también pueden ser catalogados de cosméticos.
Lo anterior no debe llevar a desconocer u
opacar lo que sí constituye el mayor logro de esa oposición pacífica en la esfera
internacional, y es la denuncia de los atropellos que a diario comete el
régimen de La Habana. Aquí sí ha ido en aumento la eficacia opositora —en parte
al aumento de quienes se dedican a esta actividad y en parte gracias a los
avances tecnológicos.
Como en lo fundamental el otorgamiento de
la categoría opositora viene dictado no solo por la labor en sí, sino por lo
que determinan La Habana y Washington, los parámetros para medir la efectividad
en muchos casos son ajenos a una incidencia dentro de la situación en la isla, y
responden más bien a una repercusión externa.
Raúl Castro ha
logrado un difícil equilibrio entre represión y reforma. Lo ha hecho dilatando
la segunda y modificando la primera sin que pierda su naturaleza de mantener el
terror. Que ese avance se deba a circunstancias específicas no disminuye el
hecho de que sea real.
Esta situación de
transformación limitada en la isla —con modificaciones económicas decretadas
por un gobierno que en Miami se detesta y rechaza, pero contra el cual se puede
hacer poco— presenta un nuevo problema para el llamado exilio de “línea dura”
de esta ciudad: ¿cómo responder a una situación cada vez más alejada de la
ideología que la sustentó durante tantos años y que se sostiene con el apoyo de
las circunstancias del momento?, ¿cómo hacer frente al sainete, que ha
resultado tan exitoso como la epopeya?
Si hasta el momento
es difícil valorar la repercusión que a la larga tendrán en la isla las visitas
de los disidentes a diversos países (de momento se puede decir que nula), es
posible que estos viajes tengan logros meritorios en conseguir en Miami un
mayor acercamiento a la realidad cubana. Aunque existe el peligro de que al
final se imponga una actitud
complaciente —e incluso mimética.
Entonces todo queda
reducido en la incorporación de nuevos elementos al viejo ejercicio de vender
la ilusión, que en esta ciudad ha resultado en buenos dividendos económicos
para unos pocos. No hay que afirmar que así será. Tampoco es bueno desestimar
de entrada la tentación de la complacencia.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 30 de septiembre de 2013.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 30 de septiembre de 2013.