La vigencia del tema no ha permitido a Storm Center (1956) transcender el
interés histórico. La culpa radica en una trama simplista y unos personajes
estereotipados, los cuales afectan el tratamiento dramático de una cinta que,
por lo demás, cuenta con un buen reparto encabezado por Bette Davis. Aunque es
precisamente el argumento lo que justificaría su reposición en Miami; una
petición tonta, absurda y, lo que es peor, condenada al fracaso. Storm Center continuará limitada al
conocimiento de especialistas, historiadores y cinéfilos, y en esta ciudad se
perderá la oportunidad de aprender de ella.
Sin embargo, las simplificaciones de la
película no impiden —es más, contribuyen a realzar— algunas cuestiones que no
resultan fácil de encerrar como reflejo de un momento de la política o la
historia de Estados Unidos. Porque precisamente esos aspectos de la historia —la
palabra tanto en el significado argumental como en la acepción de sucesos o
hechos de una nación o un pueblo— en cierta medida se han repetido aquí en Miami,
y nada ha cambiado para impedir que vuelva a ocurrir. Todo lo contrario.
Storm
Center (En
el ojo del huracán fue su título en España) es la primera película que
trata el tema de la persecución a los intelectuales y la cultura, que fue un
componente fundamental de la cacería de brujas que bajo el pretexto de la
amenaza comunista desató el senador Joseph McCarthy.
Aunque hay también dos tramas
secundarias, el tema principal es el siguiente: Alicia Hull, viuda de un
militar estadounidense que murió en la I Guerra Mundial, ha sido por 25 años
directora de la biblioteca de un pueblo de Nueva Inglaterra, y su principal
objetivo en la vida parece resumirse en lograr la creación de un ala de lectura
infantil en ese pequeño centro de cultura y educación donde reina con firmeza y
benevolencia. Pero su vida se complica cuando no retira de la sala The Communist Dream, un libro que alaba
el comunismo. Por ello es despedida, acusada de haber sido comunista y
condenada al ostracismo por sus vecinos.
Alicia Hull no defiende el contenido del
libro, al que considera abominable y pura propaganda barata, sino que rechaza
la censura. Su argumento es elemental, aunque
inadmisible para los comisionados del
pueblo: si se permitiera sacar ese libro del estante de Teoría Política, qué
ocurriría con los otros. Allí también está Mein
Kampf. ¿Habría que sacarlo también? Ella no está de acuerdo con lo que
plantean ambos libros, pero considera que su presencia es precisamente una
salvaguarda contra lo que postulan. El arma mejor contra ellos no es ocultarlos
o destruirlos, sino permitir que se lean y así que todos permitan conocer de
sus falsedades. No admite el sacar un libro en favor del comunismo, porque
precisamente eso es lo que hace un Estado totalitario con un libro que defiende
la democracia. Por eso, tras un primer momento en que acepta retirar la obra a
cambio de la construcción del ala de lectura para los niños, cambia de parecer
y decide dejar el libro, aunque sabe que eso le costará el puesto.
Los comisionados no solo no aceptan ese
argumento, sino que tampoco lo entienden. Por una sencilla razón: no actúan
guiados por principios sino por conveniencia política. Uno de ellos incluso
convierte la remoción del libro y la destitución de la bibliotecaria en una plataforma
para hacer avanzar su carrera política. Esta es una de las tramas secundarias,
que sirve para traer a colación una de las cuestiones claves del macartismo.
La bibliotecaria no solo es despedida por
negarse a sacar de la biblioteca un libro de propaganda soviética, sino que en
la discusión sale a relucir su pertenencia en el pasado a diversas
organizaciones que luego se comprobó eran simplemente frentes del Comunismo
Internacional. La respuesta de Alicia Hull, sobre las razones que la llevaron a
pertenecer a estos grupos, es una de las mejores líneas de la película. El
comisionado más agresivo y con mayores ambiciones políticas le dice a la
bibliotecaria: “Usted debe haber creído en algunas de sus ideas”. Ella le responde:
“¡No! Ellos creyeron en algunas de las mías”. Cuando Hull dio cuenta que había
actuado ingenuamente y que en realidad “ellos” nunca creyeron en “algunas” de
sus ideas, se retiró de esas organizaciones. Es ese proceder, más con candor
que por convicción política, lo que sale a relucir ahora. Algo que tuvo su
origen en una situación específica, con una valoración propia de aquel momento
y en medio de una confrontación mundial distinta, lo que se menciona ahora con
un fin mezquino: ser utilizado de forma oportunista y causar daño. No hay
olvidar que todo ello se refiere a la época en que Estados Unidos y la Unión
Soviética eran aliados, aunque
incómodos, y formaron parte de un frente común contra la Alemania nazi. Incluso
en Hollywood se realizaron varias películas en que el héroe era un soldado
soviético, algo que luego saldría a relucir durante el macartismo.
El tercer tema de Storm Center es particularmente débil desde el punto de vista
dramático, pero igualmente significativo. Un niño que se diferencia de sus
compañeros por dedicar la mayor parte del tiempo a leer y estar en la
biblioteca, una madre con una carrera frustrada de pianista y un padre inculto,
que ve a los libros, la lectura y la bibliotecaria como los culpables de su
falta de comunicación con el hijo. La adoración que siente el niño por la
bibliotecaria se transforma en rechazo, y el amor por los libros en odio. Termina
quemando libros y biblioteca porque se siente engañado y convierte en ira esa
inteligencia que antes lo distinguía de sus amigos: la integración al grupo, la
sociedad, la nación y la raza mediante la violencia, un tema predilecto del
nazismo. Aunque todo se plantea de forma muy estereotipada, no por ello es
menos importante el hecho de que la película destaque el repudio a la otredad y
el intelecto como fundamentos en que se desarrollan la intolerancia, la
detracción y los rumores peor intencionados.
El guión de Storm Center fue escrito en 1950 por Daniel Taradash, pero antes de
ser convertido en filme ocurrió una serie de cambios de actores, productores y
realizadores que despierta más de una sospecha y no se explica simplemente como
algo típico de Hollywood.
Se anunció en 1951 que —con el título The Library— la cinta iba a servir para el regreso a la
pantalla de Mary Pickford luego de 18 años de ausencia, bajo la dirección de
Irving Reis y con Stanley Kramer como productor. Sin embargo, al siguiente año,
y un mes antes de comenzar el rodaje, Pickford rechazó el proyecto bajo el
pretexto de que no era una película en Technicolor. A los pocos días Kramer contrató
a Barbara Stanwyck para reemplazarla, pero otros compromisos de la nueva
protagonista dilataron repetidamente el comienzo de la filmación. Mientras
tanto, Reis falleció y Kramer terminó por abandonar el proyecto, que permaneció
en el limbo hasta que Taradash decidió filmarla él mismo con un nuevo título y
sin cobrar un centavo por su labor. Sería su única labor en ese terreno. Nunca
más volvió a dirigir cine.
Por su parte, en la elección de Bette
Davis no hay que ver solo un compromiso democrático sino también la necesidad
en que se encontraba la actriz de encontrar una nueva definición para su
carrera. Atrás habían quedado los grandes éxitos de las década de 1930 y 1940. All About Eve (1950) había sido su
último gran papel.
La película —uno de cuyos méritos más reconocidos
en la actualidad es el cartel anunciador y la secuencia original de los créditos, ambos de Saul Bass— fue un
fracaso comercial. Si bien la crítica señaló su valor como denuncia y el coraje
de su realización, también destacó lo esquemático de los personajes y el
facilismo en la articulación de los diversos temas. En 1957 recibió el Prix de Chevalier da la Barre en el Festival
de Cannes, donde fue caracterizada como la película que ese año mejor ayudaba a
la libertad de expresión y la tolerancia.
Uno de los principales ataques vino de la
Legión Nacional de Decencia, que afirmó que se trataba de “una película de
propaganda que ofrece una solución deformada y sobresimplificada emocionalmente de los complejos problemas de
las libertades civiles en la vida americana”. Lo que había de verdad en la
declaración, en cuanto al tratamiento dramático del tema, era utilizado para
desestimar un problema que no por “complejo” debía quedar oculto. Mejor una
película simplista que ninguna película, a la hora de la denuncia. Que por años
una organización fundamentada en la moral y la hipocresía católica determinara
y valorara los contenidos éticos, morales y cívicos de los productos de una
industria dominada por el talento y el capital judíos, y cuyo destino era una
audiencia protestante, es una muestra más de incongruencia dentro de la
sociedad estadounidense.
Que Taradash no volviera a dirigir tras Storm Center, no hay que verlo
necesariamente como una señal de ostracismo. Siempre fue fundamentalmente un
guionista. Su fuerte vocación a favor de las libertades civiles, y el hecho de
que varios de sus amigos escritores hubieran sido incluidos en la lista negra
durante la época de McCarthy, lo impulsaron a dirigir esta cinta; quizá lo vio
como último recurso para lograr que llegara a ser realizada y hay que
agradecérselo.
Con un Oscar ganado con anterioridad por
su guión en From Here to Eternity (1953)
y su participación también como guionista en éxitos como Rancho Notorious (1952), Desiree
(1954) y Picnic (1956), Taradash fue
un miembro activo de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas,
vicepresidente de la institución de 1968 a 1970 y elegido presidente por tres
años en 1970. Murió a los 90 años en 2003.
Hoy Storm
Center recuerda en cierta medida algunos episodios padecidos en Miami,
desde la supresión de un libro de las bibliotecas públicas escolares hace
algunos años hasta las discusiones del nuevo presupuesto del condado Miami-Dade
para 2013-2014 —que originalmente contempló la posibilidad de cierre de 22 de
las 49 bibliotecas públicas de la zona, junto a una declaración del alcalde
Carlos Giménez, quien expresó que las bibliotecas eran algo pasado de moda— y
hechos ocurridos a lo largo de muchos años, en que la libertad de expresión, de
leer lo que venga en gana, o acudir al espectáculo recreativo, artístico o
deportivo que se quiera, ha tratado de ser impedida por motivos políticos,
agendas oportunistas y fanatismo e ignorancia. Simplemente por eso vale la pena
verla de nuevo o por primera vez.