¿Una nueva guanajada de los muy ricos?
No, una campaña publicitaria que si bien recurre a un tema gastado, no por ello
deja de ser efectiva. Todo depende no solo del adorno con que se acompañe sino
fundamentalmente del dinero y como se invierta. Y aquí es donde juega su papel
la ayuda revolucionaria y el internacionalismo.
Para promover a su compañía de teléfonos
móviles en Francia, Richard Branson se ha disfrazado de Che Guevara.
“Llegamos
con la revolución pacífica en un todoterreno y una producción totalmente a lo
Che Guevara”, expresa
el magnate, que se montó en un vehículo de este tipo y se paseó por el centro
de París con el puño en alto y chicas en minifalda.
La revolución del magnate de las tiendas
de discos y la aviación —la cuarta
persona más rica de Gran Bretaña— es simplemente de tarifas y prestaciones
dentro del competitivo mercado de los teléfonos móviles.
Branson, que siempre se ha empeñado no
solo en tener más dinero —y así echar a un lado la condena de Hemingway
mientras se pretende ser diferente, para beneplácito de Fitzgerald— se ha
codeado lo mismo con Mandela que con Al Gore, o compartido mesa con Peter Gabriel.
Es seguro que no conoce un pepino sobre la vida y el pensamiento del Che
Guevara, que lo hubiera despreciado de inmediato, si no lo fusilaba antes, pero
conserva una ventaja sobre éste: con cada campaña publicitaria, una nueva
camiseta o imagen, la figura del eterno guerrillero argentino se vuelve más
inofensiva, más pequeña en su ardor revolucionario.