El gobierno cubano acaba de declararle la
guerra al alcoholismo, al menos eso creen algunos en Miami. Todo porque el
programa Mesa Redonda Informativa, de la Televisión Cubana, ha iniciado una
serie sobre las causas, consecuencias, actitudes y comportamientos nocivos que
se vinculan al consumo excesivo de bebidas alcohólicas. Así que no sorprende
leer en esta ciudad que “los cubanos sucumben ante una ola de alcoholismo”,
como titula el Diario Las Américas[1].
Pero el título no es más que una forma fácil de llamar la atención. En realidad
los cubanos “sucumbieron” a la bebida desde hace muchos años. Lo demás es
repetir lo que dice Cuba.
Cierto que un caso reciente ha servido
para reavivar el tema. Ocurrió en el habanero municipio de La Lisa. Más de 80
personas se intoxicaron —entre ellas una niña de dos años y medio debido a la
leche del pecho de su madre, una de las bebedoras— y 12 murieron producto de la
ingestión de metanol a través de una bebida adulterada. Pero aquí lo notorio no
debe limitarse al alcoholismo, sino a un problema incluso más grave: el
deterioro social y económico que lleva al consumo y la utilización de productos
carentes de calidad y sin la más mínima garantía. Igual podría haber ocurrido
una erupción en la piel por un jabón malo u otra intoxicación y muerte por un
aceite supuestamente comestible y de origen dudoso.
Sacar a relucir el alcoholismo es
simplemente hablar solo de parte de problema. Como cuando el gobernante Raúl
Castro se refirió a las malas costumbres que imperan actualmente en la
población de la isla, el carácter soez, la chusmería, la falta de educación y
la baja moral. En última instancia, es parte del juego del régimen.
Si la prensa en Cuba trata el asunto
ahora, es porque al parecer ha encontrado una respuesta al llamado de ser más
crítica, a tratar los problemas existentes y no referirse solo a un panorama
idílico de cumplimiento de metas y consignas al uso.
Es tomar al pie de la letra lo expresado
por el primer vicepresidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz-Canel, cuando
calificó de “quimera imposible” prohibir la circulación de noticias cuando
estas pueden llegar a la opinión pública a través de redes sociales y páginas
en internet. Así que las noticias sobre el problema del alcoholismo de pronto
ha adquirido luz verde. Los cubanos ya no son alcohólicos anónimos: salen en la
tediosa Mesa Redonda.
Por supuesto que el problema existe.
Comenzó a agudizarse durante el llamado “Período Especial”, que es evidente no
ha concluido. Lo que ejemplifica es que a la escasez —imperante en mayor o
menor medida desde el 1 de enero de 1959— se ha añadido una miseria creciente.
Durante décadas resultó imposible comprar
en Cuba —en establecimiento alguno salvo los reservados a extranjeros y con
venta en divisas— una botella de ron nacional. Eso para no hablar de bebidas
extranjeras. Si acaso la botella ocasional de vino procedente de algún país con
una alianza política de moda —del campo socialista o en su momento de Chile— y
el socorrido vodka que aparecía en los convites con los técnicos y asesores
soviéticos.
Si no una literatura, hay al menos una nomenclatura
de residuos de nombres exóticos —mejor sería llamar rastrojos— que fueron
apareciendo con el tiempo: “Chispa’e tren”, “Salta pa tras” y muchos más que se
sumaron al benigno vino “Pancho el bravo” que ofrecían las “pilotos” —unos
locales mugrientos creados alrededor del fracaso de “la zafra de los diez
millones”— y al aligeramiento de los excesos de la “ofensiva revolucionaria”.
Todo ello no fue más que consecuencia de
otro fracaso: esa especie de “ley seca” que imperó durante la “ofensiva” y donde
el consumo de alcohol se limitaba a una cerveza por comida y si acaso un coctel
o un jaibol en un restaurante de lujo.
Por años, en el país estuvo casi
prohibido beber —o prohibido por
completo en algunos momentos— salvo para militantes de rango y funcionarios de
altura.
Porque si por décadas hubo una distinción
clara, fue entre quienes podía o no beber. El ejemplo más notorio: quien ahora
preside la nación. Raúl Castro era nuestro “bebedor nacional”. Si lo continúa
siendo es parte de los “secretos de los generales”. Lo más posible es que la
edad atemperara el gusto. Beber, y no cualquier cosa: Royal Salute single malt
de Chivas Regal, para ser más exactos.
El ejemplo de Raúl era —y aún debe ser—
seguido con fidelidad por colaboradores cercanos. Generales que a diario
consumían una botella, tras sus faenas cotidianas, en medio de ellas o por las
noches. El general Julio Casas Regueiro, vicepresidente del Consejo de Estado y
ministro de Defensa, lo hizo por años, para citar un ejemplo.
Así que en Cuba, tras la llegada de Fidel
Castro al poder, siempre han existido dos tipos de alcohólicos: los de “Chispa’e
tren” y los de Chivas Regal. Ahora han llegado a la prensa los primeros.
El alcoholismo no es, por supuesto, un
asunto que se limita a Cuba, pero sus características sociales sí reflejan un
problema nacional: frustración, desamparo y desesperanza. No se bebe por
placer, se bebe para evadir por unas horas la miseria cotidiana y la ausencia
de un futuro mejor.
Curiosamente, fue algo que también
persiguió a los mandatarios soviéticos, que no solo eran grandes tomadores, sino que en diversas ocasiones se vieron obligados a
enfrentar la cuestión.
La decadencia del Imperio Soviético se
caracterizó por un aumento creciente del número de alcoholizados. Era común
verlos en Moscú, las calles cubiertas de nieve, a la puerta de diversos
locales; a la salida y la entrada de las estaciones de metro. Aquí también, hay
un paralelo que no debe pasarse por alto.
[1] Update: el título que
se menciona en este artículo ya no aparece en la edición online del Diario Las Américas. Al día siguiente de
publicarse este post fue cambiado
por: Campaña contra el alcoholismo.