Publiqué esta columna el 1 de agosto del 2011 en El Nuevo Herald. Más que la Historia, es el error el que se repite
una y otra vez.
Contra la nación y el mundo
El ministro del gobierno británico, Vince Cable, es quien mejor ha resumido
la crisis por la deuda en Estados
Unidos: “La ironía de la situación actual (…) es que la mayor amenaza al
sistema financiero mundial viene de unos pocos locos derechistas del Congreso
estadounidense en vez de la zona euro”.
Si el Congreso no eleva el techo de la deuda, EEUU podría caer en una
suspensión de pagos, haciendo subir los costos para el Gobierno y los
consumidores. La mayor economía del mundo, que vive una lenta recuperación,
podría volver a la recesión, complicando a la economía global.
El tesorero
australiano, Wayne Swan, dijo que un prolongado debate sobre el techo de la
deuda estadounidense sumaba incertidumbre a la economía global.
“Con la
recuperación global y la confianza aún frágil, es de interés de todos que las
autoridades estadounidenses trabajen hacia una resolución rápida”, dijo Swan en
un correo electrónico a la agencia de noticias Reuters.
La nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine
Lagarde, advirtió el jueves a su vez que si EEUU no alcanza un acuerdo para
elevar el tope de deuda “podría conllevar un declive del dólar” como la
“principal divisa de reserva”.
Nada de esto parece preocupar a los legisladores que
representan al Tea Party, un grupo de fanáticos arrogantes empeñados en
destruir este país.
El actual gobierno
británico es un buen punto de comparación, entre un conservadurismo que puede
ser considerado incluso extremo en algunos aspectos y una banda de
irresponsables cuyo celo ideológico e irresponsabilidad está más allá del
sentido común.
Tras la llegada de los conservadores al poder y de hablarse de una nueva
´´revolución tory´´, ésta no ha resultado tan terrible como la pintan, aunque
se ha impuesto la corriente ideológica que propugna la rebaja de los servicios
sociales y mira al Estado como un mal necesario.
Un mal necesario, pero que en Gran Bretaña no se pretende limitar a las
funciones policiales y militares, como intentan hacer los demagogos del Tea
Party en EEUU, y los republicanos nerviosos y cobardes que no saben hacer otra
cosa mejor que seguirles la corriente.
La realidad es que en Gran Bretaña hay un gobierno de coalición, así que
las ideas conservadoras pasan por el tamiz de los liberales-demócratas, y si es
hora de recortes ello obedece más a la crisis que a un corte por motivos
ideológicos.
En Washington, en la actualidad la ideología está por encima de cualquier
razonamiento. El ´´circo político´´ de los republicanos ha ido avanzando cada
día en nuevas exigencias de los fanáticos.
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, el conservadurismo en EEUU ha
girado hacia lo que sería mejor considerar como una fuerza de inspiración y
objetivos anticonservadores.
Lo que se conoce como movimiento conservador norteamericano tiene su origen en
las ideas del pensador y político inglés Edmund Burke, quien a finales del
siglo XVIII postulaba que el gobierno debía nutrirse de una unidad “orgánica”
que mantenía cohesionada a la población, incluso en los tiempos de revolución.
El conservadurismo de Burke no se sustentaba en un conjunto particular de
principios ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las
ideologías. En este sentido, el debate conservador se ha situado entre los que
se mantienen fieles a la idea de Burke de enmendar la sociedad civil, mediante
un ajuste de acuerdo a las circunstancias imperantes en cada momento, y quienes
buscan una contrarrevolución revanchista. Y una y otra vez, han ganado los
contrarrevolucionarios.
Estos derechistas han ido tan lejos
en sus posiciones, que no sólo abandonaron cualquier vestigio de los
planteamientos de Burke, sino que se convirtieron en una especie de comunistas
a la inversa, colocando la lealtad al movimiento —en este caso muchos de los
postulados puestos en práctica por el gobierno de Ronald Reagan—por encima de
sus responsabilidades civiles y políticas.
El escritor Paul Auster ha asegurado que en Estados Unidos ''hay una
especie de guerra civil'' que se libra sin balas pero ''con palabras e ideas''
y que se ha agravado desde la llegada de Obama a la Casa Blanca.
Responsable de este estado de cuasi beligerancia es la ultraderecha
norteamericana, la cual se ha apoderado de buena parte del Partido Republicano
y se aprovecha de la actitud pusilánime de la otra parte, que no la quiere pero
le teme.
Quienes ahora reclaman la dirección del movimiento conservador norteamericano,
en realidad no son verdaderos conservadores. Se trata de un grupo de
revanchistas que tuvieron su momento de gloria durante el gobierno de George W.
Bush, y quieren repetirlo, pero aún peor.
Se apoyan en que en este país existe un fuerte rechazo al Establishment -la
tradicional clase gobernante y las estructuras de la sociedad que ella
controla- y que la palabra Estado es casi anatema.
Esta nación se encuentra bajo la amenaza de un movimiento pro fascista que
cobra fuerza a diario.
Lo malo para el país es que los movimientos populistas tienden a crecer en
época de crisis, y los legisladores republicanos tienen tanto miedo ―o por
oportunismo o convicción están comprometidos con las fuerzas más arcaicas y
explotadoras― que están haciendo lo posible por empeorar la crisis. Que es una
actitud antipatriótica no les preocupa. Son prisioneros de un concepto
ideológico tan desafortunado y falso como el que llevó a los jerarcas
soviéticos a pensar que el comunismo terminaría conquistando el mundo