Al hablar sobre el cierre parcial del
gobierno y el Obamacare se mencionan más las consecuencias que las causas del
problema, lo que elude sus aspectos fundamentales.
Ante todo, hay que aclarar lo que esta
crisis no es. No se trata de una batalla entre republicanos y demócratas, o al
menos no se limita a esos términos. Tampoco puede explicarse simplemente con el
rechazo a la Ley Asequible de Cuidado de Salud (ACA). Es cierto, esta se ha
convertido en la “bestia negra” del Tea Party, y sus legisladores están
dispuestos a todo para borrarla. Pero si mañana se pospusiera su entrada en
vigor por un año, o incluso si se anulara, el problema continuaría sin
resolverse.
Lo que este país está enfrentando es,
simplemente, un conato de guerra civil. Por supuesto que no hay tiros ni
amenazas bélicas por parte alguna, pero sí ha estallado una situación latente
desde hace años, que es probable que lleve a un fraccionamiento del Partido
Republicano y a mucho más. No se trata de ser alarmista ni de vaticinar una
secesión. La capacidad de asimilar que tiene esta nación es increíble, pero las
señales están ahí.
Lo que resulta más alarmante en esta
crisis es lo artificial que es y lo fácil que se pudo haber evitado.
El presidente de la Cámara de
Representantes, John Boehner, no quería vincular los fondos para el Obamacare
con los gastos federales. De igual criterio era el líder de la bancada
republicana del Senado, Mitch McConnell. Pero Boehner había sobrevivido un
desafío a su liderazgo del sector conservador en enero y McConnell enfrentará a
un candidato del Tea Party en las próximas elecciones legislativas. Esto los
coloca en una posición débil frente al sector más extremista de su partido.
Aquí hay que enfatizar la palabra extremista, o catalogar a este sector de
fanático, porque no son verdaderos conservadores. Las figuras más destacas del
conservadurismo republicano se oponen a la “estrategia de guerrilla” —como
ellos mismos la han caracterizado— de los representantes del Tea Party.
Todo comenzó así. El 21 de agosto, el
congresista Mark Meadows envió una carta a Boehner, firmada también por otros
80 legisladores, en que le urgía a que utilizara la amenaza del cierre del
gobierno para dejar sin fondos al Obamacare.
El legislador Meadows, representante por
Carolina del Norte, no es un político de experiencia. Era dueño de un restaurante
y su actividad más destacada antes de llegar a Washington era enseñar la Biblia
en una escuela dominical. Lleva ocho meses en el Congreso, mientras Boehner ha
estado por 22 años.
La carta señala que el Obamacare
significará la pérdida de empleos y la reducción de horarios en los trabajos a
tiempo parcial (algo que, cuando se analiza a nivel nacional, no se ha
demostrado ser cierto sino todo lo contrario) y se detiene en una serie de
argumentos en favor de la libertad de religión, los grupos conservadores y a
favor de Israel, que se agrupan dentro de una reclamación más general en contra
del papel del Gobierno. A su vez, plantea que la mayoría de los electores que
ellos representan creen que la ACA nunca debe entrar en vigor. En este último
punto tienen razón, y en ello radica la esencia del problema que enfrenta en la
actualidad Estados Unidos.
La cuestión no es si demócratas y
republicanos pueden ponerse de acuerdo sobre la reforma de salud. Se calcula
que en la Cámara de Representante hay el número de votos necesarios, demócratas
y republicanos, para sacar adelante un “clean bill”, un proyecto de ley
presupuestaria que no contemple el Obamacare. Lo que Boehner no se atreve a
hacerlo, porque posiblemente ello termine costándole el cargo.
Los republicanos se continuarán oponiendo
a la ACA. En lo que difieren es en la táctica contraproducente que ha provocado
el cierre parcial del gobierno. El senador republicano John McCain ha llamado a
la medida “innecesaria”. Karl Rove escribió un artículo en The Wall Street Journal contra esta estrategia. El comentarista
conservador Charles Krauthammer llamó al grupo de los 80 legisladores
republicanos el “suicide caucus”.
Así que no estamos hablando aquí de una
batalla de conservadores contra liberales o de republicanos frente a
demócratas. Estamos, simplemente, frente a un grupo extremista y minoritario
que quiere apoderarse del poder.
Los congresistas que firmaron la carta
—en su mayoría son hombres— casi todos han sido recién elegidos (entre ellos no
se encuentran, por ejemplo, los legisladores cubanoamericanos del sur de la
Florida). Representa a distritos —algunos de ellos redefinidos por los mismos republicanos—
cuya constitución social y demográfica difiere notablemente del resto del país:
de mayoría blanca, pocos latinos y ciudadanos negros, en donde no hay ninguna
gran ciudad y ubicados en las zonas centrales y sureñas. En última instancia,
también la esclavitud era popular entre los dueños de plantaciones.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece el lunes 7 de octubre de 2013.