Hay una versión castrista del cuento de
la anciana que año tras año le echa a perder la Navidad a la familia, con el
cuento de que para ella será la última.
Aquí es Fidel Castro quien se aparece de aguafiestas
del exilio, recordándonos que aún está vivo y que además no piensa morirse en
largo tiempo, que otros lo hagan por él.
Acaba de hacerlo Mandela y Fidel no habla
tanto del muerto como del vivo. El vivo, por supuesto, es él. Dejó correr las
especulaciones con su ausencia y silencio, y luego se apareció, primero con una
fotografía y luego con un comentario tardío sobre el líder sudafricano. El
Partido no será inmortal, pero el otrora Comandante en Jefe apuesta a que él lo
es.
Puede argumentarse que esa táctica de
dilatar sus apariciones y comentarios, para hacer creer que está más del otro
lado que aquí, es sumamente barata, pero no deja de resultar efectiva. Quisiera
un vendedor de automóviles en Hialeah contar con una propaganda tan eficaz.
Donde las cosas ya no son tan claras para
Fidel es a la hora de escribir. Más allá de la pacotilla que despliega siempre
en sus comentarios —esa sabiduría estilo la revista Selecciones que siempre lo acompaña—, lo que resulta patético es el
aferrarse a una visión del mundo que no solo es caduca y pueblerina sino
aburrida.
Solo la disciplina periodística justifica
la lectura de la llamada por este periódico “columna de Fidel Castro”. Por lo
demás, recomiendo la lectura de cualquier otra información, desde el desnudo de
Sissi hasta el cumpleaños del Papa.
Lo que llama la atención en Fidel Castro
es su autismo. Al final ha resultado que un hombre tan hablador y extrovertido,
que durante décadas se estuvo reuniendo con tanto rico, poderoso y famoso, vive
encerrado en un pequeño mundo, más parecido al de un barbero de esquina que al
del gran estadista que siempre se supuso fuera.
Porque en lo de “pelarle” la cabeza a
muchos, siempre lo hizo sin necesidad de tijera.
Castro dice en su escrito: “Los
fraternales sentimientos de hermandad profunda entre el pueblo cubano y la
patria de Nelson Mandela nacieron de un hecho que ni siquiera ha sido
mencionado, y de lo cual no habíamos dicho una palabra a lo largo de muchos
años”.
Sin embargo, lo que pasa a describir después
—en medio de las digresiones e incoherencias a que nos tiene acostumbrado— son
acontecimientos que desde hace mucho tiempo se saben al dedillo, desde la
participación decisiva de las tropas cubanas en la guerra de Angola, la
repercusión que para el fin del Apartheid tuvo la derrota del ejército
sudafricano por parte de Cuba, las bombas nucleares en manos de Sudáfrica
entonces y hasta la tan traída y llevada Batalla de Cuito Cuanavale.
Toda la información que escribe ahora
Castro no solo es conocida gracias a libros como Conflicting Missions (Havana,
Washington and Africa 1959-1976), de Piero Gleijeses, sino en las propias
reflexiones de Castro, como la publicada en octubre del 2008, en que dejaba en
claro que la guerra de Angola fue la segunda ocasión en que Cuba estuvo
envuelta en un conflicto que podría haber desencadenado una hecatombe nuclear.
No hay comparación entre la Crisis de
Octubre y la guerra de Angola en cuanto a la dimensión y las implicaciones del
diferendo, pero ambas muestran que el gobierno cubano, con Fidel Castro al
frente, no estaba dispuesto a detenerse frente a una amenaza de ataque nuclear.
Junto a este panorama de combatividad,
peligro y una posible destrucción de grandes dimensiones, hay una historia más
vulgar y menos heroica.
'”Sudáfrica no soportó el desafío y
negoció, después que recibió los primeros golpes en esa dirección, todavía
dentro de territorio angolano. En la misma mesa se sentaron durante meses los
yanquis, los racistas, los angolanos, los soviéticos y los cubanos.
Allí estaba, entre los que discutían en
favor de nuestra causa, Konstantín. Lo conocía ya, había tratado de evitar que
se sintiera humillado por nuestra discrepancia y nuestros éxitos. Tenía sin
duda influencia en el mando militar del glorioso Ejército soviético. Sus
errores fueron la más importante contribución a la decisión adoptada por
nuestro país de prohibirles a los racistas intervenir en Angola y de rectificar
los errores políticos que había cometido la Dirección de la URSS en 1976”,
escribió entonces Castro.
Es a Konstantín a quien Castro
vuelve a referirse ahora: “El asesor principal no era, sin embargo, un Zhúkov,
Rokossovski, Malinovsky u otros muchos que llenaron de gloria la estrategia
milita.r soviética”.
Ese asesor soviético es el general Konstantín
Kurochkin, que encabezaba la misión militar soviética en Angola. Es esa visión
de la historia llena de rencor y lugares comunes la que repite Fidel Castro.
Retazos del pasado. Balbucir de déspota.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 23 de diciembre de 2013.