Las imágenes recorrieron Miami la pasada
semana. Unos 500 cubanos realizaron una protesta callejera y chocaron con la
policía en Holguín, luego de que la policía municipal confiscara artículos de
uso doméstico a la venta en una plaza de la ciudad.
También desde hace varios meses, la Unión
Patriótica de Cuba (UNPACU) viene presentando videos de actividades del grupo
opositor a plena luz y en la calle, fundamentalmente en las provincias
orientales.
A lo anterior se une una anunciada nueva
estrategia de grupos opositores. Por ejemplo, el disidente Guillermo Fariñas y
una docena más de activistas se unieron a una protesta de cerca de 200 dueños
de coches tirados por caballos en Santa Clara, a mediados del pasado año.
La necesidad de hacer avanzar la lucha
opositora un paso más allá del justo reclamo por libertades políticas es algo
que desde hace años se viene comentando en esta ciudad y en Cuba. El problema
no es decirlo, sino llevarlo a la práctica.
Organizaciones como la misma UNPACU han
avanzado en el esfuerzo de brindar ayuda comunitaria, desde servicios médicos
hasta juguetes para los niños, a la población. Un esfuerzo que el régimen ha
reprimido con violencia, como cuando a principios de enero de este año, la
policía política decomisó juguetes que iban a ser distribuidos.
Un bloguero favorable al régimen
consideró el intento de entregar juguetes a los niños como una “provocación”.
Es de lamentar que le faltara imaginación, porque podría haber considerado a
los Tres Reyes Magos como agentes extranjeros, a Papa Noel o Santa Claus —según
el gusto— un mercenario invasor y catalogar de sofisticadas armas al servicio
del Imperio a los camellos, el trineo y
los renos.
Pero la realidad es que con regalos y sin
regalos de Reyes poco a poco la oposición va conquistando cierto espacio
callejero. La calle sigue siendo de los castristas, pero ahora no es solo de
los castristas.
En algunos casos, no se trata de
protestas políticas, sino de reclamos económicos y gritos contra la injusticia,
como acaba de ocurrir en Holguín.
Una necesaria palabra de advertencia.
Considerar valiosa esta “nueva
estrategia”, y las manifestaciones de protesta espontánea por reclamos
económicos, no impide considerar también sus limitaciones dentro de un sistema
totalitario.
En primer lugar porque desde hace años
una institución con mayores recursos y fortaleza que la oposición ha intentado
desarrollar una agenda de ayuda y apoyo a la ciudadanía, con resultados mixtos.
La Iglesia Católica ha tratado de poner
en práctica diversos planes de atención social, como distribución de medicinas,
cocinas económicas, centros de atención infantil, y aunque lo ha logrado en
algunos casos (distribución de medicamentos), en otros no se le ha permitido,
como guarderías y escuelas.
En segundo porque no se trata de una
tendencia nueva.
Desde al menos el 2010 se han realizado
diversas protestas populares en la isla, sin que hasta el momento se pueda
decir que han logrado agrupar un gran número de participantes o estructurarse
en un movimiento. Se trata de hechos aislados.
Por ejemplo, el viernes 3 de diciembre de
2010 apareció un artículo en este periódico donde se informaba que las calles
de Bayamo, en el oriente de la isla, permanecían bloqueadas por coches de caballos
cuyos cocheros han estado protestando durante dos días contra un drástico
aumento de impuestos.
El lunes de esa misma semana, cientos de
estudiantes en Santa Clara habían reaccionado violentamente cuando la
transmisión del partido de fútbol Barcelona-Real Madrid, que habían pagado tres
pesos para ver en el Teatro Camilo Cienfuegos, fue reemplazado por un documental. El mes
anterior, conductores de bicitaxis en Las Tunas y camioneros de la provincia
Granma habían interrumpido sus labores hasta que se cumpliera con sus exigencias.
Esta serie de protestas marcaron una
novedad significativa en Cuba, pero no consiguieron trascender los reclamos
puntuales.
Por supuesto que permanecen latentes las
posibilidades de que en cualquier momento se produzca un estallido social. A medida
que continúa sin solución la crisis económica del país, y de que crecen las
desigualdades, este peligro se agudiza.
De producirse esa crisis, la pregunta es
que si la población va a buscar una salida hacia afuera o hacia adentro.
La crisis económica de los primeros años
de la década de 1990 llevó a una enorme protesta en la avenida costera de La
Habana, llamada el “maleconazo”. La consecuencia fue la crisis de los balseros
de 1994.
A finales del pasado año un rumor provocó
que cientos de cubanos se presentaran en un remoto puerto de la isla, algunos
con cámaras de goma en mano, con la esperanza de llegar al barco que se decía
estaba esperando cerca de la costa.
La
oposición comienza a conquistar la calle, pero el mar sigue siendo de todos los
cubanos, que aún ven en escapar la mejor solución para sus problemas.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 27 de enero de 2014.