lunes, 27 de enero de 2014

La calle ya no es de Fidel


Las imágenes recorrieron Miami la pasada semana. Unos 500 cubanos realizaron una protesta callejera y chocaron con la policía en Holguín, luego de que la policía municipal confiscara artículos de uso doméstico a la venta en una plaza de la ciudad.
También desde hace varios meses, la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) viene presentando videos de actividades del grupo opositor a plena luz y en la calle, fundamentalmente en las provincias orientales.
A lo anterior se une una anunciada nueva estrategia de grupos opositores. Por ejemplo, el disidente Guillermo Fariñas y una docena más de activistas se unieron a una protesta de cerca de 200 dueños de coches tirados por caballos en Santa Clara, a mediados del pasado año.
La necesidad de hacer avanzar la lucha opositora un paso más allá del justo reclamo por libertades políticas es algo que desde hace años se viene comentando en esta ciudad y en Cuba. El problema no es decirlo, sino llevarlo a la práctica.
Organizaciones como la misma UNPACU han avanzado en el esfuerzo de brindar ayuda comunitaria, desde servicios médicos hasta juguetes para los niños, a la población. Un esfuerzo que el régimen ha reprimido con violencia, como cuando a principios de enero de este año, la policía política decomisó juguetes que iban a ser distribuidos.
Un bloguero favorable al régimen consideró el intento de entregar juguetes a los niños como una “provocación”. Es de lamentar que le faltara imaginación, porque podría haber considerado a los Tres Reyes Magos como agentes extranjeros, a Papa Noel o Santa Claus —según el gusto— un mercenario invasor y catalogar de sofisticadas armas al servicio del Imperio  a los camellos, el trineo y los renos.
Pero la realidad es que con regalos y sin regalos de Reyes poco a poco la oposición va conquistando cierto espacio callejero. La calle sigue siendo de los castristas, pero ahora no es solo de los castristas.
En algunos casos, no se trata de protestas políticas, sino de reclamos económicos y gritos contra la injusticia, como acaba de ocurrir en Holguín.
Una necesaria palabra de advertencia.
Considerar valiosa esta “nueva estrategia”, y las manifestaciones de protesta espontánea por reclamos económicos, no impide considerar también sus limitaciones dentro de un sistema totalitario.
En primer lugar porque desde hace años una institución con mayores recursos y fortaleza que la oposición ha intentado desarrollar una agenda de ayuda y apoyo a la ciudadanía, con resultados mixtos.
La Iglesia Católica ha tratado de poner en práctica diversos planes de atención social, como distribución de medicinas, cocinas económicas, centros de atención infantil, y aunque lo ha logrado en algunos casos (distribución de medicamentos), en otros no se le ha permitido, como guarderías y escuelas.
En segundo porque no se trata de una tendencia nueva.
Desde al menos el 2010 se han realizado diversas protestas populares en la isla, sin que hasta el momento se pueda decir que han logrado agrupar un gran número de participantes o estructurarse en un movimiento. Se trata de hechos aislados.
Por ejemplo, el viernes 3 de diciembre de 2010 apareció un artículo en este periódico donde se informaba que las calles de Bayamo, en el oriente de la isla, permanecían bloqueadas por coches de caballos cuyos cocheros han estado protestando durante dos días contra un drástico aumento de impuestos.
El lunes de esa misma semana, cientos de estudiantes en Santa Clara habían reaccionado violentamente cuando la transmisión del partido de fútbol Barcelona-Real Madrid, que habían pagado tres pesos para ver en el Teatro Camilo Cienfuegos,  fue reemplazado por un documental. El mes anterior, conductores de bicitaxis en Las Tunas y camioneros de la provincia Granma habían interrumpido sus labores hasta que se cumpliera con sus exigencias.
Esta serie de protestas marcaron una novedad significativa en Cuba, pero no consiguieron trascender los reclamos puntuales.
Por supuesto que permanecen latentes las posibilidades de que en cualquier momento se produzca un estallido social. A medida que continúa sin solución la crisis económica del país, y de que crecen las desigualdades, este peligro se agudiza.
De producirse esa crisis, la pregunta es que si la población va a buscar una salida hacia afuera o hacia adentro.
La crisis económica de los primeros años de la década de 1990 llevó a una enorme protesta en la avenida costera de La Habana, llamada el “maleconazo”. La consecuencia fue la crisis de los balseros de 1994.
A finales del pasado año un rumor provocó que cientos de cubanos se presentaran en un remoto puerto de la isla, algunos con cámaras de goma en mano, con la esperanza de llegar al barco que se decía estaba esperando cerca de la costa.
 La oposición comienza a conquistar la calle, pero el mar sigue siendo de todos los cubanos, que aún ven en escapar la mejor solución para sus problemas.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 27 de enero de 2014.


lunes, 20 de enero de 2014

Un día triste para la música


Hoy es un día triste para la música. Falleció Claudio Abbado a los 80 años. Ya uno estaba acostumbrado a verlo con esa imagen de hombre enfermo, luego que un cáncer de estomago por poco acaba con él en 2001. Pero tuvimos 13 años más para disfrutar de su dirección musical perfecta y para acostumbrarnos a pensar que, quizá, era inmortal.
No fue así y murió en Bolonia, donde vivía desde 2009. Antes  la vida y su talento, e incluso después la enfermedad, le permitieron dirigir las mejores orquestas del mundo, desde la Staatsoper de Viena hasta la Filarmónica de Berlín, donde sustituyó a Herbert von Karajan.
Abbado dirigió todo tipo de música, desde el barroco hasta obras contemporáneas, pero siempre preferí sus versiones de las sinfonías de Mahler, en especial la Segunda y Tercera.
Creó también la extraordinaria orquesta del festival de Lucerna, una formación que ha logrado reunir a algunos de los mejores músicos de Europa.

Era un hombre de izquierda, y como aún suele ocurrir un defensor del régimen imperante en Cuba. Llevó esa defensa a extremos imperdonables, como no reconocer la violación de los derechos humanos en la isla. De eso no lo salvó la música, pero escucharlo dirigiendo una orquesta casi siempre era suficiente para dejar sus opiniones sobre Castro en el trastero.

domingo, 19 de enero de 2014

Ha llegado un inspector




En un nuevo paso dentro del afán de Raúl Castro por ejercer mayor control sobre la economía, el gobierno cubano acaba de unificar las normas y sanciones que regulan el trabajo por cuenta propia. La medida resultaría apropiada si el reglamento anunciado se cumple al pie de la letra y terminan las irregularidades en las inspecciones. Pero conociendo la forma de actuar del régimen, hay que ser muy iluso para esperar un trato justo dentro de un sistema en que aún persiste un enorme prejuicio hacia el mercado y la empresa privada.
La nueva regulación, que unifica diversas normas anteriores, incluye sanciones que van desde una notificación preventiva a multas, así como la prohibición de ejercer determinada actividad, el retiro de la licencia y el decomiso de equipos y materiales de trabajo.
El régimen de La Habana ha logrado mantener separados los modelos de producción estatal y privada.
Su estrategia ha estado dirigida, por un lado, a mantener maniatada la esfera de producción privada nacional, autorizada durante el llamado “Período Especial” e incrementada sustancialmente desde la llegada de Raúl Castro a la presidencia.
Por otra parte, el gobierno de La Habana se ha dedicado a concentrar la inversión extranjera y las empresas conjuntas con capital privado (internacional) en un número reducido de grandes corporaciones, todas en sectores fundamentales a la hora de obtener grandes ingresos.
Las principales víctimas de esta estrategia han sido los cuentapropistas cubanos y los pequeños empresarios extranjeros.
Respecto a los cuentapropistas, su función reduce en la mayoría de los casos a brindar servicios a la población nacional, sin posibilidades de ampliar el negocio hacia mercados con mayores ganancias.
Una contradicción fundamental a la que se enfrenta Cuba, y por la que pasaron la desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este, es que al igual que el sector privado crece de forma “espontánea” y más allá de lo previsto, cuando se posibilita la menor reforma, también la burocracia crece a pesar de los esfuerzos por reducirla.
Lo que ocurre en la práctica —y está sucediendo en Cuba en estos momentos— es la existencia de  dos modelos que compiten por la supervivencia.
Las economías socialistas clásicas (pre reformistas) combinaban la propiedad estatal con la coordinación burocrática, mientras las economías capitalistas clásicas combinan la propiedad privada con la coordinación de mercado.
Uno de los aspectos negativos de la mezcla de ambos sistemas, en una misma nación, es el gran desperdicio de recursos.
Mientras que un sector privado vive constantemente amenazado en un sistema socialista, al mismo tiempo se beneficia de un aumento relativo de ingresos, al poder fácilmente satisfacer necesidades que el sector estatal no cubre.
Sin embargo, estos artesanos o propietarios de restaurantes ―para poner dos ejemplos clásicos— no tienen un gran interés en acumular riqueza y darles un uso productivo. Y como el destino de sus empresas es bastante incierto, en la mayoría de los casos emplean su dinero en mejorar sus niveles de vida mediante un consumo exagerado.
Esta actitud y conducta no difiere de la del burócrata, que sabe que sus privilegios y acceso a bienes y servicios escasos dependen de su cargo.
A este problema se enfrenta el presidente Raúl Castro, al tratar de buscar un mayor control y eficiencia en la economía. Al tiempo que su gobierno toma medidas para evitar la evasión fiscal, las irregularidades y la violaciones de reglamentos en el sector privado, también tiene que luchar contra la corrupción y el robo en las empresas estatales.
Esto tiene como consecuencia que en Cuba exista una especie de “ejercito” de inspectores, y de inspectores de inspectores, para cuidar por un orden y establecer un control que en muchos casos no pasa de ser imaginario.
La cuestión es que tanto el limitado sector privado, como el amplio sector de economía estatal, están en manos de personas que conspiran contra esa eficiencia por razones de supervivencia. Y en ambos casos, quienes inspeccionan y regulan no están a salvo del interés o la necesidad de violar las reglas para sobrevivir.
Por ejemplo, sin fuentes de abastecimiento mayorista para el sector minoritario privado, quienes ejercen su actividad en ese sector se ven obligados a recurrir a los parientes en Miami o al mercado negro. Esa situación, que propicia la ilegalidad y el soborno, no puede ser abolida por decreto.
La fragilidad de un “socialismo de mercado” es que su sector privado, si bien en parte está regulado por ese mismo mercado, en igual o mayor medida obedece a un control burocrático. Al mismo tiempo, este control burocrático lleva a cabo muchas de sus decisiones a partir de factores extraeconómicos: políticos e ideológicos.
Una solución parcial a este dilema sería aumentar el papel del mercado y concederle mayor espacio a las actividades privadas, de forma legal y dejando la vía abierta a la competencia y la iniciativa individual. Sólo que entonces el éxito en el mercado tendría un valor superior a la burocracia. Esto es lo que temen funcionarios e inspectores.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece el lunes 20 de enero de 2014.

domingo, 12 de enero de 2014

Castro o la vejez como mortaja


Entre todos los dictadores, tiranos, sátrapas y cualquier otro nombre al uso, Fidel Castro ha adquirido el récord de sufrir en vida una mayor destrucción de su imagen.
Quizá algún día se sepa si fue un esfuerzo combinado o solo se trató de un plan de su hermano Raúl. Lo más probable es la influencia de diversos factores, desde una al parecer pérfida esposa hasta unos hijos más interesados en vivir bien y comprometer lo menos posible futuro y presente.
Lo cierto es que Raúl Castro es el más favorecido con este infortunio de la figura de su hermano mayor. Indudable que para su ascenso era necesario que su hermano descendiera, no solo al deterioro que significa cualquier enfermedad sino a la humillación de una vejez que ha logrado esquivar la ignominia pública pero no el descrédito.
Curioso que quien una y otra vez adoptara el nombre de Alejandro, no simplemente como un mote de guerra sino como un destino, termine reducido a la imagen del deterioro y el símbolo de la decadencia.
Fidel Castro le está haciendo un favor a sus seguidores. No importa lo que escribe o lo que habla. Lo único que vale es que está ahí. Lo que escribe, cada vez más esporádicamente, no pasa de una simple muestra de torpes banalidades, una interminable regresión de repeticiones destinadas a no decir nada.
El célebre slogan “No Castro, no problem” ha resultado ser mucho más que una calcomanía llamativa, para colocar en el guardafrenos trasero del automóvil. Resume una forma de pensar caduca, un círculo vicioso.
Si para confirmar que Fidel Castro está vivo, el gobierno cubano no tiene mejores recursos que sacar cada varios meses las imágenes de su asistencia a un evento de poca o ninguna importancia política, su presencia pública ha sido condenada a comentarios de café con leche.
Que todas las muertes y resurrecciones de Fidel Castro no sean más que un recurso cansado para alimentar la mitología del líder, matar el poco entusiasmo restante sobre el futuro de la isla y jugar con el exilio y la desilusión de los cubanos, estamos no ante el crepúsculo de los dioses, sino frente a las huellas —cada vez más miserables— del paso del tiempo. Lo que sí cada vez resulta más burdo es todo el entramado alrededor de estas fabricaciones.
Durante estos últimos años quienes residen en la isla han sido testigos de una situación anómala: carteles y murales continúan mostrando la imagen poderosa de un caudillo que por décadas los guió, mientras de vez en cuando aparecen fotos y videos de un anciano débil y balbuciente, que para mantenerse en pie siempre necesita del apoyo de uno o dos ayudantes jóvenes —más en la labor de sostenedores que en la función de guardaespaldas.
En medio del esfuerzo para lograr la comida diaria, poco tiempo queda para detenerse y pensar por un momento en  esa figura deteriorada.
La enfermedad le hizo a Fidel Castro una de las peores jugadas que pudo haber imaginado: no lo mató, simplemente se entretuvo en destruirlo lo suficiente para que quedara convertido en un residuo de otra época.
Al reconocer que el caudillo ha logrado sobreponerse lo suficiente —a sus padecimientos y a la edad—, para no ocultarse por completo a la vista pública, no hay que olvidar que ese triunfo de la voluntad lo es por el apego a la vida, y por un resto de vanidad que lo obliga a recordarnos ocasionalmente que sigue vivo.
En parte responde al interés en conservar la ilusión de que sigue siendo el guía de un sistema que cada día se parece menos a lo que fue; en parte es una consecuencia lógica de un aferrarse no solo al pasado sino al presente: existe, no todo está perdido para él. Lo demás es la espera, inevitable, de la muerte.
Sin embargo, esta permanencia se define más por esos carteles y fotografías, en periódicos, calles y muros de la isla, donde el recuerdo impera.
Lo demás, que esa presencia aparezca a veces —y no sea un fantasma sino simplemente un vestigio— se lo debe al hermano. Sin este, al que muchas veces relegó y otras despreció —pero nunca lo suficiente como para apartarlo de su lado—, no sería más que un objeto de estudio, de repulsa o admiración.
Raúl Castro se ha convertido en el poder que preserva no al régimen instaurado un primero de enero, sino a los creadores que caos que vino después. Más guardador que guardián.
Esta dicotomía esquizofrénica entre el caudillo todo poderoso que fue Fidel Castro, y ese anciano balbuceante e inseguro, no oculta una realidad: el único acto verdadero que queda por cumplir, que será observado en todo el mundo, es la famosa noticia mil veces anunciada de forma anticipada y un funeral de pompa y circunstancia: una revolución ya muerta, que terminará por definirse en un acto fúnebre.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 13 de enero de 2014.

lunes, 6 de enero de 2014

Castroviejo


Si hay algo de cierto en el objetivo del gobernante cubano Raúl Castro, expresado en su discurso del primero de enero en Santiago de Cuba, es el carácter profundamente reaccionario del proceso que acaba de cumplir 55 años.
Pero hay algo más y muy grave. La decisión tomada sobre el rumbo a seguir por el régimen, entre la vía china y la norcoreana, se inclina definitivamente por la segunda: Pyongyang en La Habana.
Castro dedicó la parte final de su discurso —y a todas luces la única importante— a lanzar una advertencia sobre  “la permanente campaña de subversión político-ideológica concebida y dirigida desde los centros del poder global para recolonizar las mentes de los pueblos y anular sus aspiraciones de construir un mundo mejor”. A partir de ese momento, la retórica anticuada que como siempre había manchado su oratoria se hizo más espesa aún: “intentos de introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial”; “vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social”; “inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones”; “promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, “desmantelar desde adentro el socialismo en Cuba”.
Como si el supuesto socialismo cubano no estuviera más que desmantelado —al igual que los centrales azucareros— por los propios hermanos Castro.
Si fuera verdad que la intención de Raúl fue abrir el desvencijado armario ideológico —y hay que enfatizar la duda, porque quizá todo no fue más que palabras para satisfacer a los “duros” en su día de celebración espuria—, el año comienza muy mal para los cubanos.
Porque desde hacía algún tiempo la ideología en Cuba había sido tirada a un rincón, sentada detrás de la mesa cotidiana y encerrada en los días de fiesta. Algo así como la boba de la familia.
De pronto Raúl Castro habla de Marx y Lenin y el sempiterno Martí a su uso. Alerta sobre el peligro de estar “favoreciendo el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista”. El general señala la amenaza del “menoscabo de los valores, la identidad y la cultura nacionales”.
Así que nada del anciano Deng Xiaoping, que lanzó la consigna de ¡Enriqueceos! El viejo Raúl Castro nos recuerda que nunca hay que olvidar “que esta es la Revolución Socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Da cuerda al reloj detenido que es el país, pero no lo pone en hora, sino que lo atrasa una vez más.
Ni siquiera se atreve a un “neocastrismo”, Es simplemente el Castroviejo de siempre.
En un país que se arrastra entre la necesidad de que se multipliquen supermercados,  viviendas y empleos, y el miedo a que todo esto sea imposible de alcanzar sin una  sacudida que ponga en peligro o disminuya notablemente el alcance de los centros de  poder tradicionales, el general al mando opta verbalmente por el retroceso.
Por supuesto que las respuestas en favor de las transformaciones habían sido  descorazonadoras. El avance económico y las posibilidades de empleo sustituidas por la vuelta al timbiriche.
Sin embargo, desde hace años en la esfera cultural se avanza con pereza y temor en un ambiente más laxativo, en que la tensión de la barricada ideológica se ha venido sustituyendo en cierta medida por una distensión programada.
¿Se interrumpirá este relajamiento? ¿Una vuelta a la cultura de consignas? El gobernante apela al “compromiso patriótico de la gran masa de intelectuales, artistas, profesores y maestros revolucionarios”, y las palabras tienen el eco tenebroso de los años 70. Raúl Castro recrimina que “no se ha avanzado lo necesario”  en la esfera ideológica. Y no es una alerta, sino más bien una advertencia a intelectuales y maestros.
De lo que no hay duda, es que esta parte del discurso estuvo dirigida contra los activistas de la sociedad civil, periodistas y blogueros independientes, y grupos como Estado de SATS. Yoani Sánchez y Antonio Rodiles están en la mirilla. Lo han estado siempre.
En este sentido, el discurso de Raúl Castro no es una sorpresa. Desde hace semanas, en Cuba y Miami se ha intensificado la campaña contra quienes intentan abrir la sociedad cubana mediante la información y el debate de ideas.
De nuevo el régimen está utilizando la represión como otra forma más de distraer la atención de los graves problemas económicos que afectan el país. Una táctica que se repite sin agotarse: la intimidación, ya sea mediante advertencias, arrestos preventivos o encausamientos, y el empleo de turbas para llevar a cabo los tristemente célebres actos de repudios. La eficacia del método se fundamenta en la supervivencia en el poder de quienes los ordenan.
Ahora con su discurso Raúl Castro ha dado un paso más allá —o mejor dicho, un paso más atrás— y le ha recordado a escritores y artistas que un cuadro, un poema o una línea siempre son peligrosos en Cuba.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 6 de enero de 2014.



La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...