Entre todos los dictadores, tiranos,
sátrapas y cualquier otro nombre al uso, Fidel Castro ha adquirido el récord de
sufrir en vida una mayor destrucción de su imagen.
Quizá algún día se sepa si fue un
esfuerzo combinado o solo se trató de un plan de su hermano Raúl. Lo más
probable es la influencia de diversos factores, desde una al parecer pérfida
esposa hasta unos hijos más interesados en vivir bien y comprometer lo menos
posible futuro y presente.
Lo cierto es que Raúl Castro es el más
favorecido con este infortunio de la figura de su hermano mayor. Indudable que
para su ascenso era necesario que su hermano descendiera, no solo al deterioro
que significa cualquier enfermedad sino a la humillación de una vejez que ha
logrado esquivar la ignominia pública pero no el descrédito.
Curioso que quien una y otra vez adoptara
el nombre de Alejandro, no simplemente como un mote de guerra sino como un
destino, termine reducido a la imagen del deterioro y el símbolo de la
decadencia.
Fidel Castro le está haciendo un favor a
sus seguidores. No importa lo que escribe o lo que habla. Lo único que vale es
que está ahí. Lo que escribe, cada vez más esporádicamente, no pasa de una
simple muestra de torpes banalidades, una interminable regresión de
repeticiones destinadas a no decir nada.
El célebre slogan “No Castro, no problem”
ha resultado ser mucho más que una calcomanía llamativa, para colocar en el
guardafrenos trasero del automóvil. Resume una forma de pensar caduca, un
círculo vicioso.
Si para confirmar que Fidel Castro está
vivo, el gobierno cubano no tiene mejores recursos que sacar cada varios meses
las imágenes de su asistencia a un evento de poca o ninguna importancia política,
su presencia pública ha sido condenada a comentarios de café con leche.
Que todas las muertes y resurrecciones de
Fidel Castro no sean más que un recurso cansado para alimentar la mitología del
líder, matar el poco entusiasmo restante sobre el futuro de la isla y jugar con
el exilio y la desilusión de los cubanos, estamos no ante el crepúsculo de los
dioses, sino frente a las huellas —cada vez más miserables— del paso del
tiempo. Lo que sí cada vez resulta más burdo es todo el entramado alrededor de
estas fabricaciones.
Durante estos últimos años quienes
residen en la isla han sido testigos de una situación anómala: carteles y
murales continúan mostrando la imagen poderosa de un caudillo que por décadas
los guió, mientras de vez en cuando aparecen fotos y videos de un anciano débil
y balbuciente, que para mantenerse en pie siempre necesita del apoyo de uno o
dos ayudantes jóvenes —más en la labor de sostenedores que en la función de guardaespaldas.
En medio del esfuerzo para lograr la
comida diaria, poco tiempo queda para detenerse y pensar por un momento en esa figura deteriorada.
La enfermedad le hizo a Fidel Castro una
de las peores jugadas que pudo haber imaginado: no lo mató, simplemente se
entretuvo en destruirlo lo suficiente para que quedara convertido en un residuo
de otra época.
Al reconocer que el caudillo ha logrado
sobreponerse lo suficiente —a sus padecimientos y a la edad—, para no ocultarse
por completo a la vista pública, no hay que olvidar que ese triunfo de la
voluntad lo es por el apego a la vida, y por un resto de vanidad que lo obliga
a recordarnos ocasionalmente que sigue vivo.
En parte responde al interés en conservar
la ilusión de que sigue siendo el guía de un sistema que cada día se parece menos
a lo que fue; en parte es una consecuencia lógica de un aferrarse no solo al
pasado sino al presente: existe, no todo está perdido para él. Lo demás es la
espera, inevitable, de la muerte.
Sin embargo, esta permanencia se define
más por esos carteles y fotografías, en periódicos, calles y muros de la isla, donde
el recuerdo impera.
Lo demás, que esa presencia aparezca a
veces —y no sea un fantasma sino simplemente un vestigio— se lo debe al hermano.
Sin este, al que muchas veces relegó y otras despreció —pero nunca lo
suficiente como para apartarlo de su lado—, no sería más que un objeto de
estudio, de repulsa o admiración.
Raúl Castro se ha convertido en el poder
que preserva no al régimen instaurado un primero de enero, sino a los creadores
que caos que vino después. Más guardador que guardián.
Esta dicotomía esquizofrénica entre el
caudillo todo poderoso que fue Fidel Castro, y ese anciano balbuceante e
inseguro, no oculta una realidad: el único acto verdadero que queda por
cumplir, que será observado en todo el mundo, es la famosa noticia mil veces
anunciada de forma anticipada y un funeral de pompa y circunstancia: una
revolución ya muerta, que terminará por definirse en un acto fúnebre.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 13 de enero de 2014.
6 comentarios:
No hay duda, Fidel sigue doliéndole mucho a algunos por ahi. Entonces, que Viva Fidel!!!!
A mi no me duele...me da risa...
A Fidel sí que le duele su estado... y le dolería más si supiera que muchos de los que de alguna forma sufrimos un día su tiranía, lo vemos con compasión.
Realmente lo que produce ver a este detrito humano es asco y desprecio. Despues de haber destruido a toda una nacion y a la una de las sociedades mas descollantes de America ya para la decada de los 50, aun arrastra su miserable existencia envenando todavia el aire que respiran todos los cubanos. Ya da lo mismo si se muere hoy o se muere dentro de un siglo como un repuganante vampiro, ese sera el mismo tiempo que demorara la recuperacion de Cuba.
todavia nos quedan mongolicos....... pero ya van siendo los menos.....
eso de ".... un lider que nos guio...." sera para el que se dejo guiar.......... si es de simular y guillao en esa lista si yo estaba.....hasta que a la primera oportunidad.......zas!!!! pa la Yuma a desarrollar mis capacidades...... y que se quede el comediante en jefe con sus cuentos chinos......
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