Si hay algo de cierto en el objetivo del
gobernante cubano Raúl Castro, expresado en su discurso del primero de enero en
Santiago de Cuba, es el carácter profundamente reaccionario del proceso que
acaba de cumplir 55 años.
Pero hay algo más y muy grave. La
decisión tomada sobre el rumbo a seguir por el régimen, entre la vía china y la
norcoreana, se inclina definitivamente por la segunda: Pyongyang en La Habana.
Castro dedicó la parte final de su
discurso —y a todas luces la única importante— a lanzar una advertencia
sobre “la permanente campaña de
subversión político-ideológica concebida y dirigida desde los centros del poder
global para recolonizar las mentes de los pueblos y anular sus aspiraciones de
construir un mundo mejor”. A partir de ese momento, la retórica anticuada que
como siempre había manchado su oratoria se hizo más espesa aún: “intentos de
introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración
del capitalismo neocolonial”; “vender a los más jóvenes las supuestas ventajas
de prescindir de ideologías y conciencia social”; “inducir la ruptura entre la
dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones”; “promover
incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, “desmantelar desde adentro el
socialismo en Cuba”.
Como si el supuesto socialismo cubano no
estuviera más que desmantelado —al igual que los centrales azucareros— por los
propios hermanos Castro.
Si fuera verdad que la intención de Raúl
fue abrir el desvencijado armario ideológico —y hay que enfatizar la duda,
porque quizá todo no fue más que palabras para satisfacer a los “duros” en su
día de celebración espuria—, el año comienza muy mal para los cubanos.
Porque desde hacía algún tiempo la
ideología en Cuba había sido tirada a un rincón, sentada detrás de la mesa
cotidiana y encerrada en los días de fiesta. Algo así como la boba de la
familia.
De pronto Raúl Castro habla de Marx y
Lenin y el sempiterno Martí a su uso. Alerta sobre el peligro de estar “favoreciendo
el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista”. El general señala la
amenaza del “menoscabo de los valores, la identidad y la cultura nacionales”.
Así que nada del anciano Deng Xiaoping,
que lanzó la consigna de ¡Enriqueceos! El viejo Raúl Castro nos recuerda que
nunca hay que olvidar “que esta es la Revolución Socialista de los humildes,
por los humildes y para los humildes”. Da cuerda al reloj detenido que es el
país, pero no lo pone en hora, sino que lo atrasa una vez más.
Ni siquiera se atreve a un “neocastrismo”,
Es simplemente el Castroviejo de siempre.
En un país que se arrastra entre la
necesidad de que se multipliquen supermercados,
viviendas y empleos, y el miedo a que todo esto sea imposible de
alcanzar sin una sacudida que ponga en
peligro o disminuya notablemente el alcance de los centros de poder tradicionales, el general al mando opta
verbalmente por el retroceso.
Por supuesto que las respuestas en favor
de las transformaciones habían sido
descorazonadoras. El avance económico y las posibilidades de empleo
sustituidas por la vuelta al timbiriche.
Sin embargo, desde hace años en la esfera
cultural se avanza con pereza y temor en un ambiente más laxativo, en que la
tensión de la barricada ideológica se ha venido sustituyendo en cierta medida por
una distensión programada.
¿Se interrumpirá este relajamiento? ¿Una
vuelta a la cultura de consignas? El gobernante apela al “compromiso patriótico
de la gran masa de intelectuales, artistas, profesores y maestros
revolucionarios”, y las palabras tienen el eco tenebroso de los años 70. Raúl
Castro recrimina que “no se ha avanzado lo necesario” en la esfera ideológica. Y no es una alerta,
sino más bien una advertencia a intelectuales y maestros.
De lo que no hay duda, es que esta parte
del discurso estuvo dirigida contra los activistas de la sociedad civil,
periodistas y blogueros independientes, y grupos como Estado de SATS. Yoani
Sánchez y Antonio Rodiles están en la mirilla. Lo han estado siempre.
En este sentido, el discurso de Raúl
Castro no es una sorpresa. Desde hace semanas, en Cuba y Miami se ha
intensificado la campaña contra quienes intentan abrir la sociedad cubana
mediante la información y el debate de ideas.
De nuevo el régimen está utilizando la
represión como otra forma más de distraer la atención de los graves problemas
económicos que afectan el país. Una táctica que se repite sin agotarse: la
intimidación, ya sea mediante advertencias, arrestos preventivos o
encausamientos, y el empleo de turbas para llevar a cabo los tristemente
célebres actos de repudios. La eficacia del método se fundamenta en la
supervivencia en el poder de quienes los ordenan.
Ahora con su discurso Raúl Castro ha dado
un paso más allá —o mejor dicho, un paso más atrás— y le ha recordado a
escritores y artistas que un cuadro, un poema o una línea siempre son
peligrosos en Cuba.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 6 de enero de 2014.
1 comentario:
Ilusos los que aun creen que ese regimen puede generar los cambios que puedan conducir a Cuba a una transformacion verdadera de su asquerosa realidad actual. Los que conocimos muy bien las entrannas de ese sistema enfermo estamos cada dia mas convencidos de que solo la total desaparacion del sistema y de todos los miserables dinosaurios y sus cachorros que desde hace mas de cincuenta annos medran y se enriquecen a costa del sufrimiento de la gran mayoria del pueblo cubano, seria el punto de partida de una verdadera transformacion. Cualquier otro escenario con los Castros o el Castrismo al frente es pura basura de los mismo o peor.
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