Si el presidente Nicolás Maduro está en
problemas, con una situación que cada día escapa más de sus manos, el gobierno
cubano también debe estar preguntándose qué hizo o qué no hizo en su labor de asesoramiento
de seguridad, pero más que un problema de los maestros, lo que ha ocurrido es
que los alumnos salieron malos, indisciplinados y torpes.
No hay duda que el principal culpable de
lo que está ocurriendo en Venezuela es Maduro, quien desde su llegada al poder
ha sido incapaz de lograr el control del país. Ni Caracas es La Habana, y el
dominio absoluto sobre todas las instituciones —políticas, económicas y
sociales— que alcanzó Fidel Castro en corto tiempo, está muy lejos de la
realidad venezolana. Pero más allá de las verdades obvias vale la pena
detenerse en algunos datos y detalles, para tratar de descifrar similitudes y
diferencias.
El temor de que en su país se repita lo
ocurrido en Cuba es un reclamo constante de los manifestantes venezolanos. Sin
embargo, no hay comparación entre lo que está ocurriendo allí y el proceso
cubano, como antes tampoco la hubo con el gobierno de Salvador Allende en Chile
y el primer régimen sandinista en Nicaragua.
La destrucción de la sociedad civil en
Cuba fue rápida y completa, por el mismo hecho de que estaba profundamente debilitada.
No es lo mismo llegar al poder mediante las urnas, a consecuencia de un legado
de corrupción incubado a lo largo de varios gobiernos democráticos, como
ocurrió en la Venezuela de Hugo Chávez, que apoderarse del mando luego de una
insurrección armada, tras el derrocamiento de una tiranía sangrienta y de la
desbandada de un ejército desmoralizado.
Como hizo en su momento Chávez, durante
el intento de golpe de Estado en su contra en el 2002, las calles venezolana
han vuelto a llenarse de gases lacrimógenos, disparos y agresiones físicas. Se
calcula que en aquel entonces hubo más de 20 muertos y 100 heridos. En la tarde
del viernes 21 de febrero, que escribo esta columna, en esta crisis ya hay ocho
muertos y 137 lesionados, según informó hoy la Fiscal General de la República,
Luisa Ortega Díaz.
Tanto Chávez como ahora Maduro han
resultados malos discípulos de Fidel Castro: no han aprendido una lección
fundamental del régimen de La Habana, que es reprimir desde el primer día,
cuando el régimen está en la cúspide de la popularidad, y no recurrir al
asesinato como último recurso sino establecerlo como principio básico. La
habilidad del gobierno cubano ha sido evitar, mediante la represión sistemática
y sin recurrir a la violencia de último momento, que más de miles de
manifestantes se lancen a la calle, incendien e interrumpan las vías.
Esta capacidad para eliminar la sociedad
civil, matar la esperanza en el cubano y utilizar la represión profiláctica
explica en parte el hecho de que los manifestantes venezolanos estén en las
calles pese a la fuerte represión. Porque hay que decirlo: frente a la
represión que se está empleando en Caracas y otros lugares, los actos de
repudio en Cuba son juego de niños. Y pese a ello, continúan las protestas.
La segunda parte de la explicación de la
pasividad de la población cubana radica en esta ciudad. Los que hemos podido
hemos preferido el abandono a la permanencia. Miami como destino. El exilio
como ara y también pedestal.
Uno de los mayores logros del gobierno de
Raúl Castro ha sido la capitalización de los inmigrantes cubanos, para los
fines económicos del régimen, sin tener que pagar un rédito político.
Cuando el líder opositor venezolano ahora
detenido, Leopoldo López, visitó Miami en noviembre pasado, dejó bien claro que
la lucha opositora debía desarrollarse en la calle. Ha sido consecuente con ese
propósito. Para entonces ya había la amenaza de Maduro, de que le estaba
preparando una “una celda pulidita” y que era “cuestión de tiempo” para que la
ocupara. López no se detuvo ante esta amenaza.
También en Miami hemos oído a líderes
opositores cubanos expresar igual criterio, de que hay que tomar las calles. Pero
hasta ahora —y vuelvo a recordar el momento en que se escribe esta columna— no
hay resultados visibles. Salvo los videos que llegan de la Unión Patriótica de
Cuba (UNPACU), las protestas de la oposición no han logrado la conquista de la
calle.
Por su parte, el Frente Nacional de
Resistencia Cívica Orlando Zapata Tamayo, que dirige Jorge Luis García Pérez
“Antúnez”, planea llevar a cabo una serie de manifestaciones de jueves a lunes
en apoyo de los estudiantes venezolanos que están protestando en contra de su
gobierno, según publicó este periódico.
Hasta el momento, el exilio como futuro
—como alejamiento colectivo para ganar en individualidad— es un aliciente mayor
que un enfrentamiento callejero. Decirlo no es un reproche ni una
justificación. Es simplemente constatar un hecho: todos somos perdedores.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 24 de febrero de 2014.