lunes, 24 de febrero de 2014

Cuba y las lecciones venezolanas


Si el presidente Nicolás Maduro está en problemas, con una situación que cada día escapa más de sus manos, el gobierno cubano también debe estar preguntándose qué hizo o qué no hizo en su labor de asesoramiento de seguridad, pero más que un problema de los maestros, lo que ha ocurrido es que los alumnos salieron malos, indisciplinados y torpes.
No hay duda que el principal culpable de lo que está ocurriendo en Venezuela es Maduro, quien desde su llegada al poder ha sido incapaz de lograr el control del país. Ni Caracas es La Habana, y el dominio absoluto sobre todas las instituciones —políticas, económicas y sociales— que alcanzó Fidel Castro en corto tiempo, está muy lejos de la realidad venezolana. Pero más allá de las verdades obvias vale la pena detenerse en algunos datos y detalles, para tratar de descifrar similitudes y diferencias.
El temor de que en su país se repita lo ocurrido en Cuba es un reclamo constante de los manifestantes venezolanos. Sin embargo, no hay comparación entre lo que está ocurriendo allí y el proceso cubano, como antes tampoco la hubo con el gobierno de Salvador Allende en Chile y el primer régimen sandinista en Nicaragua.
La destrucción de la sociedad civil en Cuba fue rápida y completa, por el mismo hecho de que estaba profundamente debilitada. No es lo mismo llegar al poder mediante las urnas, a consecuencia de un legado de corrupción incubado a lo largo de varios gobiernos democráticos, como ocurrió en la Venezuela de Hugo Chávez, que apoderarse del mando luego de una insurrección armada, tras el derrocamiento de una tiranía sangrienta y de la desbandada de un ejército desmoralizado.
Como hizo en su momento Chávez, durante el intento de golpe de Estado en su contra en el 2002, las calles venezolana han vuelto a llenarse de gases lacrimógenos, disparos y agresiones físicas. Se calcula que en aquel entonces hubo más de 20 muertos y 100 heridos. En la tarde del viernes 21 de febrero, que escribo esta columna, en esta crisis ya hay ocho muertos y 137 lesionados, según informó hoy la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz.
Tanto Chávez como ahora Maduro han resultados malos discípulos de Fidel Castro: no han aprendido una lección fundamental del régimen de La Habana, que es reprimir desde el primer día, cuando el régimen está en la cúspide de la popularidad, y no recurrir al asesinato como último recurso sino establecerlo como principio básico. La habilidad del gobierno cubano ha sido evitar, mediante la represión sistemática y sin recurrir a la violencia de último momento, que más de miles de manifestantes se lancen a la calle, incendien e interrumpan las vías.
Esta capacidad para eliminar la sociedad civil, matar la esperanza en el cubano y utilizar la represión profiláctica explica en parte el hecho de que los manifestantes venezolanos estén en las calles pese a la fuerte represión. Porque hay que decirlo: frente a la represión que se está empleando en Caracas y otros lugares, los actos de repudio en Cuba son juego de niños. Y pese a ello, continúan las protestas.
La segunda parte de la explicación de la pasividad de la población cubana radica en esta ciudad. Los que hemos podido hemos preferido el abandono a la permanencia. Miami como destino. El exilio como ara y también pedestal.
Uno de los mayores logros del gobierno de Raúl Castro ha sido la capitalización de los inmigrantes cubanos, para los fines económicos del régimen, sin tener que pagar un rédito político.
Cuando el líder opositor venezolano ahora detenido, Leopoldo López, visitó Miami en noviembre pasado, dejó bien claro que la lucha opositora debía desarrollarse en la calle. Ha sido consecuente con ese propósito. Para entonces ya había la amenaza de Maduro, de que le estaba preparando una “una celda pulidita” y que era “cuestión de tiempo” para que la ocupara. López no se detuvo ante esta amenaza.
También en Miami hemos oído a líderes opositores cubanos expresar igual criterio, de que hay que tomar las calles. Pero hasta ahora —y vuelvo a recordar el momento en que se escribe esta columna— no hay resultados visibles. Salvo los videos que llegan de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), las protestas de la oposición no han logrado la conquista de la calle.
Por su parte, el Frente Nacional de Resistencia Cívica Orlando Zapata Tamayo, que dirige Jorge Luis García Pérez “Antúnez”, planea llevar a cabo una serie de manifestaciones de jueves a lunes en apoyo de los estudiantes venezolanos que están protestando en contra de su gobierno, según publicó este periódico.

Hasta el momento, el exilio como futuro —como alejamiento colectivo para ganar en individualidad— es un aliciente mayor que un enfrentamiento callejero. Decirlo no es un reproche ni una justificación. Es simplemente constatar un hecho: todos somos perdedores.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 24 de febrero de 2014.

lunes, 17 de febrero de 2014

In fraganti


No es el exilio cubano de Miami y ni siquiera Washington. Un informe de Naciones Unidas confirma que el gobierno cubano violó el embargo a las armas decretado por la ONU al país asiático. Es más, La Habana actuó con premeditación y alevosía, si vamos a llevarlo a términos legales, ya que el documento plantea que demostrada “una estrategia cuidadosamente planeada para ocultar” la carga.
El gobierno de Raúl Castro aparenta encauzar la marcha del país por caminos más civilizados en la arena internacional, pero la propia naturaleza del régimen y sus viejas alianzas y compromisos siguen determinando un rumbo opuesto.
Desde un primer momento, el escándalo del carguero Chong Chon Gang puso en evidencia no solo el deterioro económico y político de Corea del Norte, sino también señaló las semejanzas entre los regímenes de La Habana y Pyongyang, así como las similitudes en la situación de ambos países.
Incluso para los criterios de la ruinosa flota de carga de Corea del Norte, que suele transportar contrabando y utiliza los buques hasta que se hunden, el intento fallido de llevar armas cubanas a través del Canal de Panamá fue un negocio demasiado arriesgado desde sus inicios.
Sólo llevar una bandera de Corea del Norte es suficiente para que un barco genere sospechas de las autoridades portuarias y guardias costeras de todo el mundo. Los barcos norcoreanos siempre están bajo una estrecha supervisión debido a las sanciones de la ONU, que fueron impuestas después de que Pyongyang realizó una serie de pruebas nucleares que comenzaron en el 2006.
El hecho es que el buque transportaba armamento oculto y toneladas de azúcar de Cuba, en un aparente pago como trueque por la reparación de los misiles, según el gobierno de Cuba. La realidad es que el descubrimiento se convirtió en una clara señal de lo ansiosa que está Corea del Norte por material bélico básico, pero también lanzó una interrogante: ¿por qué el gobierno cubano, ansioso por brindar una imagen internacional de estabilidad y respeto internacional mutuo, se lanzaba a esta aventura en alianza con uno de los países con peor reputación en el mundo?
La respuesta inicial de Cuba, de que el material bélico retenido en Panamá, estaba siendo enviado para su reparación en Corea del Norte resultaba no solo absurda sino ridícula.
En primer lugar hay que desestimar que dicho material fuera necesario para salvaguardar la soberanía cubana. Cuba es una isla en el Caribe. No tiene ni el temor ni el pretexto de las fronteras terrestres. No es Bolivia ni es Chile. Ni Venezuela y Colombia. Tener una preparación militar adecuada contra quién. ¿República Dominicana? Quizá la “poderosa aviación” del vecino Haití.
El único país que en la zona cuenta con poderío más que suficiente para acabar con las defensas militares del gobierno cubano ya se sabe cual es. Y esa nación es precisamente su mayor garantía de paz. Por décadas Estados Unidos no ha mostrado el menor interés de atacar militarmente a Cuba.
Así que, desestimada la necesidad de defensa nacional, se abría entonces la alternativa de que en realidad se tratara de una operación de venta.
Para entender la naturaleza de esta venta, hay que tener en cuenta que aunque la red de defensa aérea norcoreana es una de las más densas del mundo, está compuesta por equipos obsoletos, según el grupo de inteligencia militar Jane's Intelligence IHS. De ahí que los equipos cubanos, aunque obsoletos de acuerdo a la tecnología moderna, no por ello son completamente inútiles.
Por ejemplo, los misiles SA-2 que transportaba el buque son muy viejos, ya que salieron al mercado por primera vez a principios de la década de 1960, y desde entonces fueron modernizados en varias ocasiones. Sin embargo, un SA-2 iraquí derribó un avión estadounidense F-15E en 1991.
Del análisis más elemental de lo ocurrido se desprende que los hechos señalan el aislamiento del gobierno de los hermanos Castro.
Ni Rusia ni China. Corea del Norte como aliado ideológico y militar. El hallazgo de las armas no hizo más que poner de manifiesto las afinidades entre Pyongyang y La Habana.
La esencia del asunto radica en que la cúpula militar cubana es similar a la norcoreana. Negocios turbios, enriquecimiento ilícito y dictadura sin contemplaciones. Lo demás es propaganda y engaño.
Lo que llama la atención es la torpeza con que el gobierno de Raúl Castro manejó el asunto desde el comienzo. ¿A quién se le ocurre pensar que con tanto viaje de delegaciones militares de alto nivel de Corea del Norte a Cuba los radares no estuvieran encendidos? ¿Cómo pudieron imaginar que un barco norcoreano con armas iba a transitar sin problemas por el Canal de Panamá?
La única conclusión que cabe es que, para Raúl Castro, el mantenimiento de la cúpula militar es la razón de Estado. Por supuesto que no es nada nuevo, pero una verdadera torpeza por parte de La Habana el recordárselo al mundo.

Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 17 de febrero de 2014. 

domingo, 9 de febrero de 2014

Libertad, estabilidad y disidencia


El elemento primordial, tanto en las guerras de independencia como en los movimientos de derechos civiles, es la búsqueda de la libertad por encima de cualquier actuación fundamentada en el mantenimiento de la estabilidad. Además de un concepto, estamos ante un plan de acción.
El concepto es que la libertad actúa como un valor fundamental de motivación en cualquier pueblo —con independencia de credo, cultura, historia y origen— mientras que el plan de acción se fundamenta en la estrategia para lograr que ese valor y esa motivación se encaminen al éxito.
De las declaraciones de los organizadores, que pueden ser más o menos fervorosas pero no siempre efectivas, al logro de la movilización ciudadana, transita la posibilidad de triunfo de cualquier movimiento a favor de la libertad.
Una buena formulación del principio de valorar la libertad por encima de la estabilidad aparece en The Case For Democracy, de Natan Sharansky y Ron Dermer.
Sharansky, un disidente judíosoviético, dedica las trescientas páginas de su libro a explicar como en una época sólo los disidentes de la desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este; unos pocos líderes mundiales —Margaret Thatcher y Ronald Reagan— y algunos legisladores —los senadores Henry “Scoop” Jackson (demócrata) y Charles Vanik (republicano)— fueron capaces de poner por delante de otros intereses el ideal libertario.
Para Sharansky, la lucha por la paz y la seguridad debe estar vinculada con promover la democracia. De lo contrario, sólo se consigue posponer el problema.
Expresa que así ocurrió durante la guerra fría, con la política de la Détente, hasta la llegada de Thatcher y Reagan al poder en sus países respectivos, y de igual manera viene sucediendo en el Medio Oriente.
La confrontación, no necesariamente bélica, pero sin dar respiro al enemigo, es la única solución.
Sharansky es un activista más que un político (aunque ha ocupado cargos en el parlamento y el gobierno israelí).
Ello no le resta valor a sus argumentos, pero obliga a situarlos en el terreno ideológico y no de la política práctica.
En su obra quien fuera un conocido disidente defiende tan ardorosamente sus argumentos, que en muchos casos pasa por alto aspectos que contradicen o complementan sus explicaciones. Vistos los hechos con una perspectiva más amplia, la Détente contribuyó a la caída de la Unión Soviética, mucho más de lo que Sharansky está dispuesto a reconocer, y el afán de consumo jugó un papel tan importante como las ansias de libertad —quizá mayor— en la forma rápida en que los ciudadanos soviéticos y de Europa Oriental volvieron la espalda al sistema socialista en la primera oportunidad que pudieron.
La falta de libertad les impidió hacerlo antes, pero la escasez de productos de Occidente les hizo correr de prisa al abrazo del capitalismo.
El no ceder una pulgada, el no admitir la necesidad de reconsiderar una política de represión feroz, que no admite la menor disidencia, no es algo nuevo en Cuba. Ello no exime a esa actitud de ser una muestra de debilidad del sistema.
En gran medida, esa debilidad es consecuencia de los tres pilares en que se fundamenta el gobierno cubano: represión, escasez y corrupción.
El exigir una posición incondicional es abrir la puerta a oportunistas de todo tipo, quienes a su vez se desarrollan gracias a la escasez generalizada.

Por décadas el gobierno cubano ha caminado en la cuerda floja, con la población controlada entre el uso de una represión casi siempre profiláctica y la ilusión del viaje a Miami, pero siempre bajo el peligro de un estallido social.
Si La Habana admitiera un mínimo de cordura, y diera muestras de superar el encasillamiento que ha mantenido por décadas, el peligro de este estallido social disminuiría. Pero por el contrario, lo único que hace es alimentarlo a diario.
Detrás de este control extremo, que no permite manifestación alguna de los derechos humanos, hay un fin mezquino. El mantenimiento de una serie de privilegios y prebendas. La represión política actúa como un enmascaramiento de una represión social que ha penetrado toda la sociedad. En última instancia, el régimen sabe que el peligro mayor no es la posibilidad de que la población se lance a la calle pidiendo libertades políticas, sino expresando sus frustraciones sociales y económicas.
De producirse un estallido social en Cuba, el régimen lo reprimirá con firmeza. No hacerlo sería la negación de su esencia y su fin a corto plazo. Imposible no usar la violencia. La habilidad del gobierno castrista radica en evitar las situaciones de este tipo.

Nunca como ahora el ideal de libertad y democracia para Cuba había estado tan aislado. Los gobiernos latinoamericanos miran para otra parte, la Unión Europea busca esperanzas donde no las hay y Estados Unidos vacila una vez más. Los cubanos, mientras tanto, siguen a la espera. Y en todas partes, mantener la estabilidad de momento se impone sobre cualquier ideal de libertad.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 10 de febrero de 2014.

lunes, 3 de febrero de 2014

“Gusano” y el abuso infantil


Hay una ópera que siempre me causa un profundo terror. Está olvidada casi por completo y fue creada por un compositor que pocos mencionan, el checo Hans Krasa. Cuenta las aventuras de dos niños, que cantan para ganar algún dinero que sirva para curar a su madre enferma. Musicalmente es una mezcla con limitado valor de Debussy, Ravel, Berg y Gershwin. La primera vez que se representó fue en un orfanato judío en Praga, en 1942.
Lo que me aterra no es la obra sino la historia de sus representaciones. Poco después del estreno, Krasa, un judío, fue enviado al campo de concentración de Terezín (Theresienstadt), considerado la antesala de Auschwitz.
Allí Brundibár, que es el nombre de la ópera, fue representada en 55 ocasiones, bajo la dirección de Krasa y con un reparto siempre variable de niños prisioneros.
Al terminar la puesta en escena, los nazis escogían entre los pequeños cantantes y mandaban algunos para Auschwitz y el resto quedaba a disposición del próximo espectáculo.
Siempre se estaba preparando un nuevo montaje, porque Terezín era un “campo modelo” y no faltaba una audiencia —que en muchos casos incluía a visitantes enviados por los nazis para mostrarles lo bien que ellos trataban a los detenidos— con el entusiasmo suficiente para disfrutar de una jornada de buena música en medio de la barbarie. Nunca faltaron niños tampoco, que sustituyeran a los escogidos.
Este es un artículo sobre un hecho trágico, pero no tan trágico como lo que ocurría en Terezín. Tampoco es intento de establecer comparaciones. Sólo intenta, por una parte, destacar ese malsano interés que tanto los dictadores de todo tipo, como los regímenes totalitarios, muestran por los niños. Por la otra quisiera servir de denuncia sobre una forma de abuso infantil que existe en Cuba: enviar a los niños a participar en actos de repudio.
Sirve de referencia a esta columna un documental que acaba de dar a conocer Estado de SATS y que se titula Gusano. Es un materia elaborado sobre la génesis y el desarrollo de los actos de repudio, y termina enfatizando en uno que, bajo el disfraz de acto cultural, se realizó frente a la sede de este proyecto y contra los miembros e invitados por la organización para un Encuentro Internacional sobre los Derechos Humanos.
El Encuentro conmemoró el 65 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se celebró entre los días 10 y 11 de diciembre del pasado año en La Habana. No solo fue interrumpido con este acto de repudio sino culminó con la detención de varios miembros, entre ellos Antonio Rodiles, coordinador de Estado de SATS.
Entre otros méritos, Estado de SATS se ha caracterizado por ser un panel de discusión y análisis sobre la sociedad cubana, que no se limita a la necesaria denuncia de los abusos sino va más allá, y busca contribuir a la elaboración de una sociedad civil en la isla. Por ello la participación de intelectuales y artistas es parte básica del proyecto y Gusano es una buena muestra de esa labor: en pocas ocasiones se ve un material con una factura tan bien realizada dentro de las naturales limitaciones que enfrenta la tarea del activismo a favor de la democracia y la lucha por los derechos humanos en Cuba.
Hay un aspecto que vale la pena destacar en este documental, y es la denuncia solo a través de las imágenes, del hecho siniestro de llevar a niños a esa especie de aquelarre, que por supuesto ellos no entienden y al que son obligados a convertirse en cómplices inocentes. 
Ese objetivo moralmente dañino, de empeñarse en destruirle la infancia a quienes no se sabe si en el futuro permanecerán en Cuba o vivirán en otros países, de tratar de convertirlos en repetidores de consignas huecas e inculcarles un afán de protagonismo y participación política que debe ser preservado para tiempos peores evidencia una falta de humanidad total, al estilo de la practicada en la desaparecida Unión Soviética, China, Corea del Norte y Cambodia.
Detrás de cada acto de repudio hay no solo un abuso de autoridad y un despliegue de violencia de forma descarnada, cuyos límites son los que imponen quienes controlan la actividad. También constituyen una expresión brutal que evidencia la esencia soez del régimen cubano y sus gobernantes. Tratar de enmascarar esa degeneración humana con una presencia infantil los hace aún más despreciables.

El documental Gusano detalla el odio que encierra cualquier acto de repudio, pero además muestra como, al tiempo que niños son convocados a unirse a una algarabía insoportable, por otro lado son apresados ciudadanos que simplemente intentan expresar y discutir sus derechos de forma pacífica. Esa mezcla de terror, chusmería y desprecio hacia los valores ciudadanos más elementales es lo que el gobierno cubano trata de inculcar a las nuevas generaciones, por encima de cualquier declaración hipócrita sobre buenos modales.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 3 de febrero de 2014.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...