Hay una ópera que siempre me causa un
profundo terror. Está olvidada casi por completo y fue creada por un compositor
que pocos mencionan, el checo Hans Krasa. Cuenta las aventuras de dos niños,
que cantan para ganar algún dinero que sirva para curar a su madre enferma.
Musicalmente es una mezcla con limitado valor de Debussy, Ravel, Berg y
Gershwin. La primera vez que se representó fue en un orfanato judío en Praga,
en 1942.
Lo que me aterra no es la obra sino la
historia de sus representaciones. Poco después del estreno, Krasa, un judío,
fue enviado al campo de concentración de Terezín (Theresienstadt), considerado
la antesala de Auschwitz.
Allí Brundibár,
que es el nombre de la ópera, fue representada en 55 ocasiones, bajo la
dirección de Krasa y con un reparto siempre variable de niños prisioneros.
Al terminar la puesta en escena, los
nazis escogían entre los pequeños cantantes y mandaban algunos para Auschwitz y
el resto quedaba a disposición del próximo espectáculo.
Siempre se estaba preparando un nuevo
montaje, porque Terezín era un “campo modelo” y no faltaba una audiencia —que
en muchos casos incluía a visitantes enviados por los nazis para mostrarles lo
bien que ellos trataban a los detenidos— con el entusiasmo suficiente para
disfrutar de una jornada de buena música en medio de la barbarie. Nunca
faltaron niños tampoco, que sustituyeran a los escogidos.
Este es un artículo sobre un hecho
trágico, pero no tan trágico como lo que ocurría en Terezín. Tampoco es intento
de establecer comparaciones. Sólo intenta, por una parte, destacar ese malsano
interés que tanto los dictadores de todo tipo, como los regímenes totalitarios,
muestran por los niños. Por la otra quisiera servir de denuncia sobre una forma
de abuso infantil que existe en Cuba: enviar a los niños a participar en actos
de repudio.
Sirve de referencia a esta columna un
documental que acaba de dar a conocer Estado de SATS y que se titula Gusano. Es un materia elaborado sobre la
génesis y el desarrollo de los actos de repudio, y termina enfatizando en uno
que, bajo el disfraz de acto cultural, se realizó frente a la sede de este
proyecto y contra los miembros e invitados por la organización para un
Encuentro Internacional sobre los Derechos Humanos.
El Encuentro conmemoró el 65 aniversario
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se celebró entre los días
10 y 11 de diciembre del pasado año en La Habana. No solo fue interrumpido con
este acto de repudio sino culminó con la detención de varios miembros, entre
ellos Antonio Rodiles, coordinador de Estado de SATS.
Entre otros méritos, Estado de SATS se ha
caracterizado por ser un panel de discusión y análisis sobre la sociedad
cubana, que no se limita a la necesaria denuncia de los abusos sino va más
allá, y busca contribuir a la elaboración de una sociedad civil en la isla. Por
ello la participación de intelectuales y artistas es parte básica del proyecto
y Gusano es una buena muestra de esa
labor: en pocas ocasiones se ve un material con una factura tan bien realizada
dentro de las naturales limitaciones que enfrenta la tarea del activismo a
favor de la democracia y la lucha por los derechos humanos en Cuba.
Hay un aspecto que vale la pena destacar
en este documental, y es la denuncia solo a través de las imágenes, del hecho
siniestro de llevar a niños a esa especie de aquelarre, que por supuesto ellos
no entienden y al que son obligados a convertirse en cómplices inocentes.
Ese objetivo moralmente dañino, de empeñarse
en destruirle la infancia a quienes no se sabe si en el futuro permanecerán en
Cuba o vivirán en otros países, de tratar de convertirlos en repetidores de
consignas huecas e inculcarles un afán de protagonismo y participación política
que debe ser preservado para tiempos peores evidencia una falta de humanidad total,
al estilo de la practicada en la desaparecida Unión Soviética, China, Corea del
Norte y Cambodia.
Detrás de cada acto de repudio hay no
solo un abuso de autoridad y un despliegue de violencia de forma descarnada, cuyos
límites son los que imponen quienes controlan la actividad. También constituyen
una expresión brutal que evidencia la esencia soez del régimen cubano y sus
gobernantes. Tratar de enmascarar esa degeneración humana con una presencia
infantil los hace aún más despreciables.
El documental Gusano detalla el odio que encierra cualquier acto de repudio, pero
además muestra como, al tiempo que niños son convocados a unirse a una
algarabía insoportable, por otro lado son apresados ciudadanos que simplemente
intentan expresar y discutir sus derechos de forma pacífica. Esa mezcla de
terror, chusmería y desprecio hacia los valores ciudadanos más elementales es
lo que el gobierno cubano trata de inculcar a las nuevas generaciones, por
encima de cualquier declaración hipócrita sobre buenos modales.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 3 de febrero de 2014.
1 comentario:
Excelente articulo, formalmente, en su estilo y en la profundidad de su denuncia. Armengol está escribiendo literatura comprometida. El tema de introducción del articulo no pudo escogerse mejor, contrapone la esencia fascista del régimen al ultraje de los inocentes y el abuso a los que no tienen ningún amparo de la ley. Es importante que este articulo se reproduzca viralmente, quizá entonces, los ciegos que no quieren ver, los sordos que no quieren oír, y los mudos que no quieren hablar; decidan salir de su mutismo.
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