Alfredo Triff comenta
mi artículo sobre las características fascistas de los regímenes castrista y
madurista, y señala:
“armengol ya se mete en camisas de once
varas con esos que definen el fascismo como un movimiento exclusivamente de la
derecha (zizek y co.). por supuesto vale la pena discutir qué queda de aquella
división tradicional entre izquierda y derecha del siglo XX, algo que
pensadores de la izquierda como laclau ya parecen reconocer. si existe un
fascismo que aplique a la derecha y la izquierda, ¿cuál sería el común
denominador? 1- un rechazo a la democracia parlamentaria, 2- a la sociedad de
consumo y su producto: la sociedad burguesa, pero sobre todo, 3- la fascinación
por la violencia”.
Más allá de los comentarios de Triff y
mío —y tratando de evitar la percepción de regodeo en citas mutuas— hay una
cuestión que considero fundamental, y es la relatividad de ciertas categorías
al uso, de las que nos cuesta trabajo desprendernos y que aun se repiten (en lo
particular, desde ahora me declaro que no estoy libre de ese pecado). Aquí
entran de lleno los conceptos, o mejor el continuar apelando a los términos de “derecha”
e “izquierda”.
Octavio Paz ya alertaba sobre ello en un
artículo publicado en el número 168 de la revista Vuelta,
en noviembre de 1990, que “las denominaciones ‘izquierda’, ‘derecha’ y otras semejantes
no son confiables, sí lo son, en cambio, las actitudes, las ideas y las
opiniones. Y más adelante agregaba: “¿Izquierda o derecha? Lo que cuenta no son
las denominaciones sino las actitudes”.
Entre el discurso de Pinochet y el de
Fidel Castro siempre hubo más de una similitud. En una entrevista aparecida en
la revista The New Yorker, poco antes
de su arresto en Inglaterra, el general chileno se atrevió a caracterizar al
gobernante cubano como un líder "nacionalista", al que respetaba por
la defensa firme de sus ideas. Castro siempre mostró su reserva durante el
cautiverio de Pinochet, apelando al criterio de la territorialidad y
advirtiendo que él nunca se dejaría capturar fácilmente.
Se ha avanzado en la denuncia de las
violaciones a las libertades individuales, por encima de los criterios
partidistas. Pero aún queda aún mucho por hacer. Perseguir y torturar a un ser
humano por sus ideas merece la repulsa internacional.
Parece casi imposible que se pueda
"limpiar" toda denuncia de maltratos de la carga ideológica. Algunas
organizaciones, como Amnistía Internacional, lo logran. Pero no son pocas las
víctimas y sus defensores que con todo derecho exigen el castigo de sus
torturadores, mientras injustamente miran para otro lado cuando se trata de
condenar a otros.
No hay terrorismo bueno y terrorismo
malo. No se justifica ningún estado policial. El gobierno de Nicolás Maduro
merece esa condena internacional a cual se niegan los gobiernos que representan
una supuesta “izquierda” latinoamericana, que se proclama radical y
antiimperialista, cuando no es más que corrupta y déspota.
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