¡Cuidado, hasta un crucigrama puede ser
subversivo en Venezuela! Confieso que este país ha desbordado mi capacidad
analítica y me ha convertido en un adicto a sus noticias que no son noticias.
También me llena de envidia esa caterva
que rodea al gobernante Nicolás Maduro, esos funcionarios, ministros, generales
y sicarios que, carentes de la más absoluta imaginación, pueden llegar tan
lejos en la inverosimilitud. Al lado de ellos, novelistas y cineastas
palidecen. En pocos casos la estulticia ha podido llegar tan lejos.
Es cierto que durante el terror nazi, fascista
y estalinista se llevaron a la práctica ejercicios más audaces, donde cualquier
simple acto cotidiano estaba cargado de peligros y amenazas.
Por ejemplo, todavía me asombra que la
esposa del compositor ruso Serguéi Prokófiev fuera acusada de espionaje
simplemente porque visitaba embajadas extranjeras y había enviado un dinero a
su madre que vivía en España.
Lina Prokófiev fue condenada a 20 años de
trabajo forzado en un Gulag. Solo fue liberada en junio de 1956. Pasó un año
más, hasta que en 1957 se reconoció oficialmente su inocencia, se le entregó un
certificado de su matrimonio con el compositor y una pensión como viuda
soviética.
También es cierto que Latinoamérica tiene
su historial de hechos similares, durante gobiernos populistas. En especial en
el régimen de Juan Domingo Perón: abusos cometidos contra escritores como Jorge
Luis Borges y condenas injustas. En ese país, en mayo de 1953, la escritora y
mecenas Victoria Ocampo fue arrestada y enviada a una cárcel de prostitutas y
criminales. Tenía 63 años.
A todo esto, por supuesto, hay que añadir
las torturas y asesinatos durante los años de dictaduras militares reaccionarias
en la región.
Sin embargo, todo esto parecía cosa del
pasado en Latinoamérica. Pero no es así, no es así en Venezuela.
Lo que asombra —repito— es la banalidad con
que se lleva a cabo la represión. El hecho de que personas carentes de la más
mínima imaginación inventen conspiraciones y pongan en peligro la vida de
otras.
La ministra venezolana de Comunicación e
Información, Delcy Rodríguez, dice que el diario El Aragüeño incita a la violencia contra el Gobierno de Nicolás
Maduro. ¿Cómo? Mediante mensajes cifrados en sus crucigramas.
Lo mejor del caso es que la ministra no
entró en detalles sobre su denuncia, pero dijo que se ha ordenado una
investigación.
Así que en lugar de promover la información,
la ministra actúa como fiscal e incluso policía, y se dedica a perseguirla. Y
seguro ni siquiera conoce la obra de Franz Kafka.
Resulta aterradora esa capacidad para
crear situaciones kafkianas sin saber la obra del escritor, y si la sabe es
peor todavía.
Más aterrador aún es que este hecho —que
otro momento podría haber producido burla e ironía— forma parte de una campaña
de intimidación desatada por el régimen de Maduro.
No hay que dudar sobre las consecuencias
que denuncias tan absurdas como esta pueden desencadenar
En un editorial, el diario español El
País recuerda que en enero pasado, la fiscalía egipcia investigó a los
creadores de un anuncio televisivo de Vodafone porque sospechaba que sus
muñecos enviaban a los Hermanos Musulmanes instrucciones para poner bombas.
Como señala El
País, “los militares egipcios empiezan persiguiendo muñecos y terminan
condenando a muerte a personas de carne y hueso”. Es de temer que lo mismo
ocurra en Venezuela.
El objetivo de este tipo de acciones, por
parte del régimen de Maduro, es crear el terror y la autocensura. Así lo
hicieron en otras épocas dictaduras y gobiernos totalitarios.
A partir de ahora los venezolanos van a
tener que medir cada chiste, cualquier comentario deportivo y la más invitación
de ir a la playa o a un restaurante. Porque siempre habrá un fiscal implacable,
como Delcy Rodríguez, dispuesto a perseguirlos.
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