El canciller venezolano Elías Jaua acusó
al secretario de Estado norteamericano, John Kerry, de alentar la ola de
protestas en Venezuela y lo calicó de “asesino”. La táctica no es nueva. Lo
asombroso es que, pese a estar tan gastada, todavía se utilice.
Por supuesto que si algo caracteriza al
gobierno de Nicolás Maduro es la falta de originalidad. A la hora de nombrar a un canciller, eligió a
un equivalente en versión venezolana de Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque:
pacotilla en la arena internacional.
Pero aquí el mensajero no es lo
importante, sino el mensaje. Como tampoco importan los criterios de certeza,
verdad y credibilidad.
Tanto para La Habana como para Caracas,
lo que hay que cumplir es con un patrón que permita ajustar cualquier discurso
a un mecanismos de repeticiones en que las respuestas no se ajustan a una
situación dada, sino las situaciones en su conjunto se adaptan a las respuestas.
Esto permite luego a los repetidores —esos
que tanto en el país como en el exterior hacen el juego comparten los intereses
del opresor— ejercer con facilidad el arte de la manipulación. Tales mecanismos
ofrecen, además, la ventaja adicional de que no se requieren operadores hábiles
para llevar a cabo la tarea.
Así las cosas, denunciar la distorsión o
la falta de justicia se convierte, casi paradójicamente, en un ejercicio
necesario pero incierto: decir que inútil sería llevar el pesimismo al extremo.
Hay siempre una tabla de salvación en mirar hacia atrás: la caída del nazismo,
el fin del comunismo.
Sin embargo, la tentación de la respuesta
rápida siempre termina dejando un sabor agridulce. Para acortarla lo más
posible baste decir que si de algo se puede acusar a Washington en el caso
venezolano es de pasividad: la injerencia norteamericana aquí se da no por la
intromisión en los asuntos de ese país sino por la falta de una participación
más dinámica. Las causas de este fenómeno son históricas y limitarlas a una
critica a la administración actual no supera el marco de la agenda partidista.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, Washington mira hacia todos lados, con
preferencia Europa, Asia y el Oriente Medio, menos al traspatio sudamericano.
En el caso de Venezuela, lo más lejos que
ha ido el secretario de Estado norteamericano es decir que Washington estaría
“preparado” para imponer sanciones económicas contra el gobierno de Maduro,
para a continuación agregar que en la situación actual estas resultarían perjudiciales
al pueblo venezolano. Algo así como amenazar y justificarse de no cumplir con
las amenazas al mismo tiempo. Una repuesta que, en el mejor de los casos, no
solo aparenta ser simplemente una salida de momento sino que sirve poco como
excusa y nada como advertencia.
Preocupación por el pueblo venezolano, de
parte del Departamento de Estado, que vale la pena poner en entredicho cuando
el mismo día en que se producían las declaraciones tres nuevas muertes se
agregaban a la lista fallecidos de ambos bandos.
Así que de momento las palabras de Kerry
solo han servido para ser tomadas como pretexto, y sacar a relucir, una vez
más, al fantasma del enemigo externo. En este sentido, Jaua —ese pequeño
fantoche de rostro de osito de peluche y cacofonía anunciada— aprovecha su
tronar breve de canciller enfurecido en una denuncia torpe fabricada sobre la
mentira
Venezuela vive desde el 4 de febrero
sacudida por una ola de protestas de estudiantes y opositores contra la
inseguridad, la inflación y la escasez de productos básicos. Son problemas
reales, que forman parte de la situación que padece el país. El algunos casos,
como los señalados, tienen su origen en la llegada al poder de Hugo Chávez y
han sido magnificados por la impericia de Maduro. Nunca un conductor tan
incapaz le ha costado tanto a un país. Si siempre debe haber sido un peligro
detrás del timón de un autobús, ahora se ha convertido en una amenaza nacional
y para la región.
Al igual que en Cuba, la exageración como
instrumento para encubrir lo que ocurre. Llamar “asesino” a Kerry es más que
una ofensa un improperio. Culpar a Estados Unidos de lo que ocurre en Venezuela
es similar al marido cornudo que se queja del fabricante de la cama donde se
produce el adulterio.
La obsesión con el enemigo externo, en
especial si considera que la amenaza proviene de Estados Unidos, siempre ha
recorrido los escritos y discursos de Fidel Castro, y aparece como renglón
oportunista en los que su hermano menor se ve obligado a realizar. En los temas más diversos, desde el deporte
hasta la destitución de funcionarios, siempre el culpable, la amenaza o incluso
el responsable fortuito viene de afuera.
Decir que Maduro y quienes lo rodean
carecen de imaginación es, también, poco imaginativo. La pregunta es por cuánto
tiempo, la torpeza puede sobrevivir solo al amparo de la represión e inventando
pretextos.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 17 de marzo de 2014.
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