Los chavistas parecen no tener problemas
con la falta de productos básicos de la canasta familiar, en primer lugar con
los alimentos. Parece también que les sobra el tiempo y no tienen que dedicarlo
a hacer largas filas frente a los establecimientos, especialmente los
supermercados, para comprar algún producto. No, los chavistas dedican su vida a
cosas más meritorias.
Al cumplirse 20 años de la salida de la cárcel
de Hugo Chávez, los chavistas rememoraron la caminata que realizó el caudillo
luego de dos años de encarcelamiento por intentar un golpe de Estado contra el entonces
gobernante Carlos Andrés Pérez. Y no solo dedicaron su tiempo a caminar.
También hubo poemas, alabanzas y gritos de victoria. Y todo ello fue
transmitido, sin interrupción, por la cadena de televisión estatal, Venezolana
de Televisión.
Curiosa cosa que en un país donde el
actual mandatario repite a diario que se lleva a cabo un golpe de Estado en su
contra, éste se dedique a celebrar a un golpista. Porque el propio gobernante
Nicolás Maduro se unió a la marcha en su recorrido final.
Los chavistas han convertido cada palabra
de Chávez, cada gesto y cada mueca en motivo de celebración.
¿Y qué hizo Chávez para merecer todo eso?
Qué hizo por los venezolanos, porque a
Maduro lo que hizo fue dejarlo en el poder. Y eso bien vale no recorrer un
corto trayecto, sino dedicarle todo un maratón.
Si de alguna forma se puede categorizar a
Chávez, es de un mandamás que recibía los reclamos, las súplicas,
las peticiones simples y absurdas. Una persona caprichosa y volátil, despiadada
e injusta: un ser humano que actuaba con la omnipotencia de un dios y aspiraba
a convertirse en mito, a continuar cercano y presente en Latinoamérica con un
mandato hasta 2030, año en el que se cumplirán 200 años de la muerte de Simón
Bolívar.
Chávez, que siempre se creyó el
continuador de Simón Bolívar e imitó a Fidel Castro hasta en el enfermarse, fue
solo la versión masculina de Eva Perón. Mucha fanfarria y poca esencia. Migajas
a los pobres y delirios de grandeza. Un carisma que obedeció a circunstancias
políticas e históricas, y gestos altisonantes. Al igual que con Evita, un
cáncer se interpuso en una carrera
política marcada por baños de multitudes.
Sin embargo, a diferencia de Eva Perón,
que siempre fue el poder tras el trono, alguien a quien acudir en busca de
favores, un medio para llegar al jefe, Chávez representó la versión actualizada
del caudillo.
En tratar de imitar el caudillismo de su
protector, Maduro dedica todo minuto de su vida. Y por ello ha escogido la
bravata como el camino más rápido y sencillo para afianzar su poder político.
No solo es una vía con un resultado
incierto sino la peor en la situación venezolana actual. Nada de eso parece
importarle. Ante la incapacidad para conducir a la nación de una forma
independiente, no le queda más remedio que imitar a sus dos únicos modelos Hugo
Chávez y Fidel Castro.
El problema en su caso es que carece de
esa capacidad innata que tanto Chávez como Castro mantuvieron siempre: el
difícil equilibro entre asumir una actitud
bélica en muchas ocasiones y en otras poner en práctica —no siempre de
forma pública— un conveniente retroceso en sus posiciones más agresivas.
Maduro, sin embargo, carece de sagacidad.
Para él todo es público: cuando grita y cuando calla. Por supuesto que ello
constituye una fuente de inseguridad constante. Ve conspiraciones, enemigos y
conspiraciones por todas partes.
Lo que quiere el actual gobernante
venezolano es que lo reconozcan como miembro de esa élite donde el mando se
asume como una aventura y no como un deber administrativo.
No es gobernar desde la doctrina, algo en
lo cual tiene referencias de sobra en los déspotas que por años se impusieron
en los diversos sistemas totalitarios, tanto de un signo como de otro, sino
algo más burdo: adoptar la pose del buscapleitos.
La táctica de Maduro es imponerse en
medio del caos y la violencia, al tiempo que intenta entretener a sus seguidores con
una avalancha de discursos y gestos altisonantes. Todo ello mientras incrementa
la represión a diario.
En una incesante retórica izquierdista
Maduro cree haber encontrado la fórmula ideal para consolidar su poder. Eso y los
palos a los manifestantes, la violencia que degenera en asesinatos y la
detención arbitraria de sus opositores.
Sin embargo, este constante transitar
entre el aspaviento y el arañar incesantemente en los recursos petroleros tiene
muchos riesgos. Las fuentes de sustentación de su poder se han reducido a la
actitud cómplice de los gobiernos populistas de la zona y al despilfarro
petrolero. Pero estos medios de subsistencia en el poder, cada vez más
reducidos, no crean estabilidad y mucho menos desarrollo.
En la arena internacional, los aliados
naturales de Caracas, más allá de los gobiernos populistas de la zona, son los
regímenes parias del mundo —Cuba, Irán, Corea del Norte, para citar unos pocos
ejemplos— junto a una China que se mueve de acuerdo a su conveniencia
estratégica y política y no de acuerdo a simpatías ideológicas.
Esa división entre un estar siempre
”tapando agujeros“ en el terreno nacional, ya sea reprimiendo a la oposición,
manteniendo alianzas forzadas dentro del chavismo y repartiendo beneficios y
privilegios, mientras despotrica contra Estados Unidos, y especialmente contra
Miami, se encamina al desastre.
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