Hace unos días el cantautor Silvio Rodríguez
publicó en su blog un “Comunicado de la Red de Intelectuales, Artistas y
Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad”. El primer problema de dicho
“comunicado” es con el título. ¿Por qué estos viejos comunistas se siguen
aferrando a esas parrafadas, de cuando el gasto de papel no importaba, la tinta
era gratis y se apretaba una tecla y no salía una letra sino toda una consigna?
Comprendo que en la época gloriosa para ellos de la guerra fría los costos no
importaban, no existía internet y una imagen —trucada como las recién
divulgadas fotos de Fidel Castro— le valían más recompensas que cien palabras,
aunque ellos no dudaban en gastar mil para repetir consignas.
Pero señores, todo eso ya pasó. Se impone
la síntesis y hasta un rap, el hip hop y otros géneros efímeros son ahora más
efectivos que esas peroratas de Silvio rasgueando (mal) una guitarra. Entonces
Fidel Castro hablaba interminablemente durante ocho horas y leía cables de las
agencias de prensa uno tras otro. Qué cantidad de información maneja esta
hombre, podría pensar uno ingenuamente. Sin embargo, hoy en cualquier servicio
de mensajes por internet de entrada el usuario se encuentra con más información
—útil, frívola, intrascendente, necesaria— que aquellos datos torcidos con los
que el Comandante en Jefe pretendía embaucar a una audiencia cautiva.
Resabios del pasado los que padece Silvio
Rodríguez. Vive en un mundo encantado en que aún se cree que repetir mentiras
lo salva de la verdad. Porque lo que aparece en el “comunicado” no es más que
una sarta de mentiras. Hay que decirlo a las claras, sin temor a perder con
estas palabras la supuesta objetividad periodística y sin miedo a ser
catalogado falsamente de “fascista”, que es el término recurrente y facilitón
que el presidente venezolano Nicolás Maduro repite a diario, como un loro
amaestrado o un muñeco con la cuerda trabada: “fascista, fascista, fascista” y
no sale de ahí, como un reloj con las manecillas trabadas o un viejo disco
rayado que la aguja desgasta incesantemente.
Eso y alguna frase hipócrita y de
ocasión, lamento de vieja socarrona o de bodeguero de esquina que quiere
justificar la oferta de fruta podrida.
Silvio Rodríguez no es más que eso, un
lamentable muñeco de resorte que de vez en cuando sale de la caja e intenta
sorprender con un gesto cansado.
El “comunicado” —las comillas repetitivas
sólo buscan enfatizar que no se comunica nada— recoge las firmas de ocasión de
los complacientes de siempre, aquellos que una y otra vez acuden solícitos a
prestar su nombre ante cualquier infamia en la que creen que por un instante
reverdecen las glorias marchistas de una izquierda que agotó su discurso: No
vale la pena señalarlos, porque uno ni siquiera se los imagina: sabe que
estarán ahí, marchitos en su empeño de proseguir al lado del pasado.
No hay por lo tanto sorpresa en los
nombres extranjeros, de quienes viven fuera de Cuba y Venezuela y se afanan por
figurar como defensores de un sistema que en realidad ni siquiera defienden y
solo se amparan a su sombra a la espera de algún beneficio tardío.
La sorpresa no está en los firmantes sino
en los ausentes. Y aquí sí el documento encierra un pequeño mérito que vale la
pena destacar. Salvo algún conocido y más que predecible firmante, las
ausencias son notables. En otro momento —por compulsión, miedo o conveniencia—
el documento habría estado lleno de escritores, músicos, artistas en general y
hasta titiriteros de ocasión. Ahora no.
Hay que reconocer que esto es un mérito
del “comunicado” y hasta en un rapto de debilidad felicitar a Silvio Rodríguez
por dar a conocer que pocos creadores en Cuba se han sumado a esta farsa, que
los mas jóvenes lo ignoran y los más viejos se refugian en el silencio o no han
abierto la puerta al mensajero que reclamaba su nombre.
Entonces se puede decir que algo ha cambiado
en Cuba, que no todo huele a podrido en La Habana y que el decoro no está
ausente por completo en la sociedad.
Porque al final se justifica que el poder
en Cuba salga en defensa de Maduro, que el gobernante Raúl Castro clame en
defensa de su benefactor y que cualquiera que tenga un cargo político o
administrativo en la isla se calle y una vez más y grite contra los jóvenes que
son reprimidos a diario en las calles de Caracas y de cualquier ciudad
venezolana. Se justifica dentro de la lógica malsana de que busca a toda costa
conservar sus privilegios. Lo que no tiene perdón es que quienes escriben,
pintan o componen se sumen a esa comparsa, como han hecho o han tenido que
hacer en otras ocasiones. Hoy no, hoy los corifeos están más aislados que nunca
y Silvio se ha quedado solo.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 3 de marzo de 2014.