El desnudar como humillación siempre ha
sido una práctica muy apreciada por los gobiernos totalitarios. Sin embargo, y
en un sentido opuesto, el desnudo es también una forma de protesta, incluso de
solidaridad. Esta dualidad que encierra el mismo instrumento —el cuerpo humano—
utilizado en dos objetivos antagónicos define no solo la esencia humana sino su
historia.
Llama la atención como en Venezuela se
repitan actos, representaciones y esquemas que reflejan paradigmas de un choque
entre lo viejo y lo nuevo que ojalá fructifique en algo superior. Ni chavismo
ni antichavismo: un nuevo país.
Si desde sus inicios la propuesta de Hugo
Chávez fue una respuesta retrógrada a una sociedad que necesitaba una regeneración
total, en más de una década se vienen repitiendo gestos enfrentados que no
logran ir más allá de un mismo problema. Dos caras que no alcanzan una
solución.
Solo que por momentos surgen indicios que
hacen alentar la esperanza. Un grupo de paramilitares encapuchados detienen a
un joven, le quitan la ropa, lo golpean y lo dejan tirado sobre el pavimento,
adolorido, vejado, tiritando de impotencia. No es un hecho aislado. Gracias a
los teléfonos celulares hemos podido ver al ejercicio repetirse en diversos
barrios y ciudades. Hay un objetivo especifico, alentado y que se ejecuta como
una orden: aterrorizar, crear una sensación de desamparo.
Ahora, frente a este hecho brutal, ha
surgido una campaña innovadora. No es la solución del problema, probablemente
no impedirá que la infamia se siga cometiendo, pero es una propaganda efectiva
contra la represión chavista y la violencia.
#MejorDesnudosQue
es una campaña de repudio al régimen de Nicolás Maduro que recorre las redes
sociales. La imaginación y el decoro contra la vulgar represión.
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