El dengue es un enemigo algo raro en
Cuba. En ocasiones se combate, pero no se menciona. En otras se ha usado como
ejemplo de “agresión imperialista”. A veces se oculta la enfermedad bajo un diagnóstico
vago. Hay que destacar que esta situación esta cambiando, y que tanto
periodistas independientes como otros que trabajan en la prensa oficial han
comenzado a decir la verdad sobre lo que ocurre. Una tarea nada fácil, pero que
de momento parece imparable.
Ante las cámaras de la televisora local
Perlavisión, el doctor Alfredo Varens Álvarez, director municipal de Higiene y
Epidemiología en Cienfuegos, confirmó que existen más de 3,500 casos
diagnosticados en esa provincia desde octubre del año pasado hasta el 22 de
mayo, de acuerdo a una información de El
Nuevo Herald.
Según Varens, en las últimas semanas se
han registrado alrededor de 200 ingresos por semana. A fines de abril, otro
funcionario de Salud Pública, Yoel Torres, había dicho en la emisora provincial
Radio Ciudad del Mar que existían 2,000 casos reportados, agrega El Nuevo Herald.
Las declaraciones de Varens tuvieron eco
en el blog del periodista cienfueguero Omar George como un ejemplo de lucha
“contra el secretismo”. Según el periodista, Varens declaró fuera de cámara: “A
mí nadie me ha dicho que no dé cifras. Y por la verdad hay que matarme”.
Con anterioridad, George había publicado
en el sitio de la Unión de Periodistas de Cuba una nota en la que comentaba su
frustración por la negativa de las autoridades de Salud del territorio por
aportar datos precisos sobre la magnitud de la pandemia, a pesar de que
Cienfuegos atravesaba “una de sus peores epidemias de dengue”.
No es fácil que la verdad se abre paso en
la isla, sobre todo si es de forma oficial.
El
Nuevo Herald contactó el viernes al doctor
Varens, quien se sorprendió ante la cifra de 3,500 casos que, supuestamente, él
mismo había brindado a periodistas nacionales. Luego dijo no estar autorizado
para dar información sobre el tema, pero declaró que si estos números habían
sido publicados por los medios cubanos, debían ser ciertos pues “la prensa
cubana no miente”.
Si de acuerdo al médico la prensa
oficialista no miente, la situación es grave en Cienfuegos y resulta elemental
que lo conozcan tanto el resto de los habitantes de la isla como quienes
visitan el país.
Ahora se conoce que de nuevo hay dengue
en Cuba, y en parte se sabe por la prensa cubana. Sin embargo, no siempre ha
sido así. El miedo al mosquito ha llevado a un secretismo injustificado, que
puede haber puesto en peligro la salud e incluso la vida de muchos.
El periódico de Miami realizó una
búsqueda de la palabra “dengue” en los archivos de la Agencia Cubana de
Noticias, parte de la Agencia de Información Nacional (AIN), y obtuvo solo dos
resultados. El más reciente es un artículo publicado el pasado martes en el que
se cita al doctor Armando Garrido, director Nacional de Salud Ambiental del
Ministerio de Salud (MINSAP), quien declaró de modo general que “los niveles de
infestación por el mosquito Aedes Aegypti continúan siendo un problema en la
mayoría de las provincias”, sin referirse abiertamente a los casos de dengue.
Alertar
a la población
En 2006, durante los meses en que el
entonces gobernante Fidel Castro se encontraba grave o padeciendo una
enfermedad que le impedía aparecer en público, de nuevo una epidemia de dengue
azotó la isla, pero no se ofreció información al respecto.
Entonces esa mezcla de fragilidad y
poderío del gobierno de La Habana —que por décadas lo ha caracterizado— alcanzó
tal irracionalidad, que en ocasiones no solo penetraba el absurdo sino caía en
el terreno del ocultismo. Las reuniones para discutir la campaña para la
erradicación del mosquito Aedes Aegypti —el agente transmisor del dengue—
parecían cónclaves de iniciados, con palabras que no se podían pronunciar.
La palabra “dengue” era una de ellas. En esa
época, en Cuba se llevó a cabo dos batallas paralelas: una para combatir la
epidemia y otra que impedía nombrarla. Esta mezcla de recursos y silencios era
digna de la literatura, pero las muertes impedían concentrarse en el hecho
literario.
La epidemia no solo había sido excluida
de la narrativa y el cine, sino también de las noticias. El mosquito, visible y
pertinaz, era el único enemigo que no podía nombrarse.
El temor persiste, como demostró el
doctor Varens Álvarez, ante la pregunta de un medio extranjero, sobre todo si
ese medio procede de Miami. En la situación cubana se puede comprender ese
temor —lo que no impide combatirlo— y saludar al médico que optó por la verdad
frente al miedo.
La negación ridícula de un problema, como
la existencia de una epidemia —sea de cólera o de dengue— nos enfrenta con un
componente irracional propio de los gobiernos totalitarios: el mito del Estado
todopoderoso, que está más allá del orden común de las cosas; la obediencia
ciega y la confianza absoluta en ese poder que no admite fallas y defectos.
El dengue es precisamente una falla, un
defecto que el régimen se niega a reconocer, del cual jamás ha admitido sus
causas reales: algo ajeno al país, que cuando apareció por vez primera en forma
de epidemia grave, durante el proceso revolucionario, se culpó de su origen a
la CIA y a Washington. Entonces sí podía mencionarse porque era una amenaza
externa.
En aquel entonces se optó por nombrar al
mal, pero años después se ocultó su retorno y la extensión que estaba alcanzado
por todo el país. Y al igual que ocurrió con la salud de Castro, se prefirió la
incertidumbre. Los rumores y especulaciones sustituyeron a la falta de datos.
Se sospechaba que la epidemia podía haber
venido de lugares como Venezuela y otros países del área que aún en la
actualidad envían a Cuba alumnos y enfermos. También abundaban los comentarios
de que en aquel nuevo desarrollo epidemiológico había estado influido por el
empeoramiento de las condiciones en los sistema de alcantarillado y suministro
de agua, la falta de higiene, el menor control fitosanitario y el desvío del
personal médico hacia otras naciones. Incluso se especuló que la ausencia de
Castro del poder era causa del brote y resultado del ocultamiento.
Hay que reconocer el esfuerzo que siempre
ha desarrollado el gobierno cubano para controlar este tipo de epidemia;
señalar que se han destinado amplios recursos a la labor y decir que, en otras
naciones del área, el mal es endémico y no se combate con igual rigor.
Nada de lo anterior, por otra parte,
impide enfatizar que las causas que han posibilitado una y otra vez el
surgimiento de nuevos brotes de dengue se encuentran en las deficiencias y
errores de ese mismo gobierno, que por lo general combate con intensidad una
crisis de salud de la cual es culpable por las pésimas condiciones sanitarias,
ya sea por descuido, mal trabajo o carencia de recursos.
El dengue siempre se ha enfrentado con
una combinación de profilaxis, tratamiento clínico, y un énfasis ideológico,
incluso bélico. Por décadas se ha caracterizado al mosquito portador como
“enemigo” y se han empleado términos como “combate” y “ofensiva” para
enfrentarlo, como si el pequeño animal portara cañones y ametralladoras. No se
trata del empleo del ejército para combatirlo —lo que han hecho otros países,
como Nicaragua— sino del uso de la retórica guerrera a la hora de enfrentar un
problema elemental de higiene y salud. Pero a los ojos de un gobierno militar,
todo se resuelve con tropas y jerga.
Siempre se ha intentado achacar a la
población —hogares, viviendas y familias— la culpa por las diversas epidemias; a
costumbres caseras, como mantener plantas en el agua —las “malanguitas en el
agua”—, sin reconocer que el desbarajuste nacional, y no el ambiente doméstico,
es lo que ha propiciado la propagación del mal y las deficiencias para
combatirlo.
Todo ello queda claro en un excelente
reportaje aparecido en 14ymedio, donde se ejemplifica tanto
el desvío de recursos —desde el robo de la gasolina de los equipos hasta la
venta del alcohol destinado a matar las larvas, que en el mercado negro es
adquirido por los padres para acabar con los piojos y liendres de los hijos—
como la falsificación de datos y el trabajo mal hecho por improvisados.
Los
años del dengue
La epidemia de dengue más grave reportada
en Cuba fue en 1981, cuando la cantidad de personas enfermas llegó a 344,203;
se notificaron 10,312 casos de dengue hemorrágico y 158 muertes; el mal retornó
en 1997 con 3,012 casos; hubo 11,432 casos en 2001 y 3,011 en 2002; para 2006
se habló de al menos 15,000 casos, según cálculos no oficiales; en noviembre de
2009 se informó que ese año se habían registrado 63 casos, “todos importados
por viajeros de otros países y ninguno grave”, de acuerdo a datos oficiales.
En 2006, informaciones que circularon
fuera de Cuba hablaron de que el dengue había causado más de mil muertes en la
isla ese año, pero el Gobierno siempre ha negado esa cifra de muertes, y la
situaba en “apenas unas 40”. Un funcionario del Ministerio de Salud Pública
admitió que podría haber “más de cien”, pero en ningún caso más de mil.
Durante años Cuba ha presentado una situación
epidemiológica “delicada”, por la presencia de diferentes tipos de gripe y la
aparición de casos de leptospirosis, hepatitis y otras infecciones. También han
circulado rumores de la presencia de infecciones apenas conocidas con
anterioridad, y que pudieron haber sido introducidas por los cientos de miles
personas que han viajado a la isla, para estudiar o recibir tratamiento médico,
procedentes de muchos países de América Latina y el Caribe.
En años anteriores se han encontrado en
la isla diversos serotipos que pueden producir la enfermedad, todos importados
por visitantes. El propio Gobierno ha considerado que la enfermedad no presenta
características endémicas en el país, pero que se ha mantenido “latente'', con brotes epidémicos ocasionales,
debido a la cantidad de viajeros —fundamentalmente de América Latina— y a la
presencia permanente del Aedes Aegypti como vector.
Los síntomas del dengue son fiebre,
dolores musculares, erupción cutánea y trastornos digestivos, pero también se
pueden presentar sangrados y la muerte puede sobrevenir por shock, señalan los especialistas.