La economía, las relaciones intergubernamentales
y las inversiones pasan a un primer lugar entre Cuba y la Unión Europea (UE).
Los derechos humanos a un segundo, tercero, cuarto… último.
El tema de los derechos humanos seguirá
siendo un tema “importante en el desarrollo del acuerdo”, que será incorporado
“de manera adecuada”, ha dicho Christian Leffler, director general para las
Américas del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), tras el fin de la
reunión en La Habana que estableció las bases para la negociación que pondrá
fin a la Posición Común.
Lenguaje diplomático pero que no deja
espacio a la duda. Si hubiera sido un cubano de la calle, el encargado de
hablar del asunto, lo habría resumido de forma más directa: “Olvídense del
tema”. Ese “de manera adecuada” no es más que otorgarle carta abierta a La
Habana.
El gobierno cubano, sin demostrar un
entusiasmo que pueda parecer excesivo, pero con satisfacción, ha visto un
cambio paulatino en su relación con Europa. No ha cedido nada y aportado poco.
Puede argumentarse que fueron liberados
los prisioneros de la tenebrosa “Primavera Negra”, pero el último informe de la
Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) muestra
un récord de 3,821 arrestos temporales de opositores en los primeros cuatro
meses de este año. La cifra más que duplica las 1,588 detenciones breves
reportadas en el mismo periodo del año pasado, y supera el máximo anterior de
2,795, para el primer cuatrimestre del 2012, de acuerdo a una información
aparecida en El Nuevo Herald.
Es decir, que mientras que el cambio en
la táctica represiva ha resultado efectivo en mantener el control del gobierno,
al imponer el terror anunciado —que se anticipa a cualquier actividad
opositora— y siempre presente, al mismo tiempo exige un precio cada vez mayor
para sostenerse, una espiral en aumento de detenciones temporales.
Sin embargo, los miembros de la Unión
Europea simplemente han decidido mirar para otra parte y apostar por los
cambios económicos —paulatinos, endebles, pero constantes— y el paso del tiempo
como garantía de que los hermanos Castro terminarán abandonando el poder…
cuando lo decida la biología.
Consideraciones aparte de que ese sistema
totalitario paulatinamente degenera en un régimen autoritario, donde las
libertades individuales continuarán restringidas. Para la UE las posibilidades
de negocio van en aumento. La “manera adecuada” puede esperar.
No es que la Posición Europea sirviera de
mucho, pero para quienes buscan la democracia en la isla se cierra una puerta,
aunque esta puerta siempre fue angosta y sin conducir a una vía eficiente.
El nuevo Acuerdo de Diálogo Político y
Cooperación entre Cuba y la UE tendrá que ver solo con el dinero. La nueva
actitud de Europa no solo enfatiza la colaboración y rechaza las sanciones. Va
un paso más allá: relega las consideraciones democráticas a favor de las
comerciales. Nada nuevo bajo el sol, pero bastante desagradable para los
cubanos y los propios europeos con dignidad.
No es una actitud lejana ni aislada. Con
el restablecimiento de relaciones diplomáticas de Cuba con Costa Rica y El
Salvador en 2009 (18 de marzo y 1 de julio, respectivamente) Centroamérica consolidó
sus vínculos regionales con la isla y se enterró en Latinoamérica la política de
aislamiento hacia el régimen. La segunda cumbre de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en enero de este año en La Habana, fue un
espaldarazo diplomático al gobierno de Raúl Castro.
Resultaba lógico que la UE comenzara a valorar
el dejar a un lado la Posición Común, adoptada en diciembre de 1996, y que es
considerada por La Habana como un “obstáculo fundamental” para el avance de las
relaciones.
Las políticas de confrontación hacia el
gobierno cubano son cada vez más obsoletas, y al menos hay una actitud común en
que los desacuerdos no se traduzcan en un aislamiento, que ha demostrado ser
contraproducente. Pero una cosa es un cambio de política y otra muy distinta el
adoptar una actitud cínica, en donde lo que importa es buscar ganancias por
encima de cualquier otra consideración. Se dirá que es así como siempre han
actuado los gobiernos, de todo el mundo y en cualquier momento, pero no por
ello hay que dejar de denunciarlo.
La
Posición Común
Patrocinada por el gobierno español de José
María Aznar en 1996, el mismo año del derribo de dos avionetas de Hermanos al Rescate por parte de
Migs cubanos, la Posición Común estableció como objetivo de la UE el impulsar
la democracia en Cuba, algo que el gobierno cubano consideró una injerencia y
un acercamiento europeo a la actitud hacia el régimen establecida por
Washington.
En lo político, el cambio
fundamental fue el adoptar —a la manera
europea— una táctica más cercana a la confrontación que el diálogo crítico o
constructivo, una posición que vinculaba la plena cooperación con la isla a los
avances en materia de derechos humanos y libertad política.
Pero esta actitud también tenía un
componente comercial y económico, que ahora ni siquiera se menciona.
Apoyado en esa posición, el entonces
presidente norteamericano Bill Clinton empleó su autoridad de veto para negar a
los estadounidenses el derecho de demandar a las compañías extranjeras que
realizaban negocios utilizando propiedades confiscadas por el entonces gobierno
de Fidel Castro.
Luego el expresidente George W. Bush
continuó ejerciendo ese derecho al veto y la Casa Blanca bajo Barack Obama siguió
el camino trazado por sus predecesores.
Uno de los problemas con la Posición Común
—que aún continúa vigente— es que, además de resultar poco efectiva, desde hace
algunos años se ha convertido en un factor de división dentro de la UE.
Un buen ejemplo de ello fue la posición
asumida por los gobiernos de Polonia y la República Checa durante los ocho años
de mandato de Bush hijo.
Estas dos naciones fueron las que
sostuvieron un punto de vista “menos europeo” en su conjunto, algo que fue más
allá del caso cubano y tuvo que ver con
la forma en que se relacionaban con Washington.
Así se explica en buena medida —junto con
el hecho de tomar en consideración la obtención de forma más o menos indirecta
de fondos provenientes de Estados Unidos por grupos como el checo People in
Need— sus simpatías hacia un enfoque de mayor presión hacia el régimen de La
Habana, más acorde la postura adoptada por EE. UU. entonces y menos cercano al tradicional enfoque
europeo de un diálogo crítico.
Con el paso de los años, entender esta
actitud no le restó legitimidad a los reclamos de Polonia y la República Checa
—cuando se mira solo a las declaraciones en favor de los derechos humanos—,
pero fue necesario definirla de una forma más realista, y no según una
explicación simplista: estas exnaciones socialistas son las que mejor entienden
el sufrimiento cubano, por haber padecido antes un régimen similar. El dinero y
apoyo de la Casa Blanca de entonces —y de algunas organizaciones del exilio que
en igual sentido recibían fondos de Washington— influía de forma determinante
en esa supuesta voluntad en favor de la democracia en Cuba, que se manifestaba
en un constante activismo político.
Tampoco se puede reducir a un problema de
dinero el conjunto de la actitud más crítica hacia el régimen de La Habana, y
favorable a la Posición Común, de las naciones europeas. Países como Reino
Unido, durante el gobierno de los primeros ministros laboristas Tony Blair y
Gordon Brown, e Italia, bajo la
presidencia de Silvio Berlusconi, se opusieron al levantamiento de la Posición
Común. Pero es indudable que la influencia de Washington contó mucho en el
asunto, y que al asumir Obama en EE. UU., las presiones al respecto
disminuyeron.
Las
“sanciones”
En la práctica la Posición Común nunca
avanzó mucho más allá de las “buenas intenciones” y las “sanciones” nunca
fueron tales.
Si se puede hablar de intrangencia, en lo
referente a los vínculos y la posibilidad de cooperación económica y planes de
ayuda de Europa hacia Cuba, ha sido siempre la del gobierno cubano, en especial
durante el mandato activo de Fidel Castro.
En enero de 2000, con la Posición Común
establecida, el grupo África, Caribe y Pacífico (ACP), sucesor del Acuerdo de
Lomé, aprobó la adhesión de Cuba al nuevo Acuerdo de Cotonou, pero Cuba nunca
llegó a formular la solicitud de admisión. Aunque la UE siguió insistiendo, e
incluso en 2003 llegó a establecer una oficina al respecto en La Habana, el régimen
no cedió.
Quizá el aspecto más visible de las
“sanciones”, tras la ola represiva de la Primavera Negra y el fusilamiento de
tres cubanos que secuestraron una embarcación en un intento fallido de llegar a
EE. UU., fue el invitar a los disidentes a las fiestas y conmemoraciones
nacionales en las embajadas, una práctica que luego fue abandonada, en 2008.
El Gobierno había dejado de participar en
las recepciones y para las embajadas europeas la presencia de los disidentes se
había convertido en un “engorro”, donde la firmeza moral restaba lucimiento a
las fiestas.
Por su parte, el gobierno español había
perdido el Centro Cultural Español en La Habana.
Para esa fecha de 2008, el canciller
español Miguel Ángel Moratinos, dedicaba sus mejores empeños en acabar con la
Posición Común.
Fue precisamente en octubre de 2008 que “la
Unión Europea y Cuba acordaron reiniciar el diálogo político y la cooperación
sobre bases recíprocas, con carácter incondicional y no discriminatorio, con
pleno respeto a la igualdad soberana de los Estados, al marco jurídico y al ordenamiento
institucional de las partes, y en total apego al principio de no injerencia en
los asuntos internos de los Estados”, según una declaración del viceministro de
Relaciones Exteriores de Cuba, Rogelio Sierra Díaz, ante la decisión del
Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, del 10 de
febrero de 2014, de reanudar las conversaciones.
En la práctica, tanto Raúl como Fidel
Castro han jugado ante Europa una actitud que les ha brindado resultados
favorables en múltiples ocasiones, y es la famosa táctica guerrillera de lucha
en diversos frentes al mismo tiempo: mientras Fidel Castro postulaba su intransigencia
frente a cualquier negociación que significara ceder en “los principios”, alentaban
el establecimiento de vínculos particulares con diversas naciones europeas, e
incluso comunidades. Respecto a la España de Aznar lo logró al acordar lazos
particulares con varias autonomías. En EE. UU., lo intentó sin igual éxito en
las compras agrícolas a diversos estados, como una fámula para dinamitar el
embargo. Pero en la práctica esta mezcla de intransigencia declarada y
negociación solapada siempre ha sido una carta de triunfo para La Habana.
Economía
y política
Toda relación entre dos países contempla
al menos tres posibilidades de intercambio: el político, el económico y el que
se establece por diversas instancias, que no forman parte del gobierno sino de
la nación.
Al estar aún Cuba bajo un régimen
totalitario, los tres aspectos se mezclan. El Estado cubano se convierte en
sinónimo de gobierno, y al final se limita a ser simplemente la expresión de la
voluntad del gobernante.
La diferencia que debe establecer una
nación democrática es que, aunque el régimen totalitario se beneficie en última
instancia de esa colaboración, no por ello debe imitarlo. La clave radica en el
carácter selectivo de la cooperación, los objetivos hacia los cuales debe
dirigir la ayuda.
Tras la “Primavera Negra” de 2003, la UE
reforzó una actitud de presión política. Dicha actitud tuvo paradójicamente un
efecto “liberalizador” para el régimen de los hermanos Castro: un
distanciamiento político que no afectó los vínculos comerciales ni paralizó por
completo las inversiones, al tiempo que limitó las visitas gubernamentales de
alto nivel y redujo los intercambios culturales. Las razones pueden haber sido
válidas, pero los resultados pobres o nulos.
Al estallar la crisis económica que
todavía afecta a buena pare de los países europeos, las prioridades sufrieron
un reordenamiento. Hasta cierto punto ha surgido una nueva Europa, donde el
dinero es más importante que nunca. Si en lo nacional esto se ha reflejado en
una disminución de las prestaciones sociales, por parte de los gobiernos, en lo
internacional ha significado una preponderancia de los nexos comerciales por
encima de cualquier otra consideración.
No es que en la práctica Cuba tenga mucho
que ofrecer, sino que ahora cuenta más cualquier posibilidad de negocio, aunque
sea limitada.
Además hay una razón fundamental: Europa
está apostando por la Cuba poscastrista, y ha relegado a un segundo plano las
consideraciones de momento sobre las violaciones presentes de los derechos
humanos.
La paradoja en este sentido —pero también
el mejor ejemplo para entender la situación—, la ofrece España. Si durante los
dos gobiernos socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero se hizo lo posible —y
también “lo imposible”— por eliminar o reducir la Posición Común, ha sido bajo
el mando conservador de Mariano Rajoy cuando este intento ha cristalizado.
Con objetivos diversos pero con fines
comunes, tanto los socialistas, antes en el poder, como ahora los populares, han
actuado a favor de aumentar los vínculos comerciales con la isla y lograr el
pago (dudoso) de una deuda acumulada.
A favor de Zapatero hay que recordar
—pese a los tropiezos posteriores— la liberación de los presos de la “Primavera
Negra”. Fue una jugada que le salió bien a Raúl Castro —y diseñada por él—
pero que sacó de la cárcel a quienes
estaban encerrados injustamente.
Lo peor de ahora es que todo parece
indicar que se está produciendo un bandazo a toda regla: si el tema de los
derechos humanos antes estaba sujeto a manipulaciones de todo tipo, ahora
parece que las supuestas intenciones de desarrollar una política que perjudique
menos a la nación cubana —por encima de las diferencias políticas— y que le
brinde un instrumento de mayor influencia sobre el gobierno de la isla, se está
convirtiendo en la práctica en un gesto de pasividad y complacencia económica
en toda regla. Esto es lo más lamentable.
Este artículo aparece también en la edición del miércoles 7 de mayo de 2014 de Cubaencuentro.
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