El miércoles pasado, muchos recibimos un
mensaje de la periodista venezolana Shirley Varnagy en nuestra cuenta de
Twitter. “Ayer ( el martes) no transmitieron la entrevista completa que le hice
a Mario Vargas Llosa. No haré silencio en mi espacio, hasta hoy trabajé en
Globovisión”.
El mensaje resultaba alarmante. Desde que
en abril del 2013 la emisora televisiva fue adquirida por Juan Domingo Cordero,
Raúl Gorrín y Gustavo Perdomo —que de entrada manifestaron que iban a ser
“sensatos” ante el gobierno de Nicolás Maduro— se han sucedido 51 salidas, ya
sea por despidos o renuncias.
Además, lo ocurrido a Globovisión durante
los últimos años no dejaba esperanza alguna. En marzo del 2010 había sido
arrestado temporalmente Guillermo Zuloaga, el dueño mayoritario del canal,
quien había asumido una actitud muy crítica hacia Hugo Chávez.
Se trata de una cruda advertencia a
quienes se atreven a alzar la voz en contra de Chávez, escribí entonces en este
mismo periódico. Lamento decir ahora que resultó cierto.
Agentes de la inteligencia militar habían
detenido temporalmente a Zuloaga, como parte de una pesquisa sobre supuestas
declaraciones “ofensivas” al mandatario venezolano, realizadas por el dueño de
Globovisión durante una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP),
una semana antes.
Para esa fecha, Globovisión era la única
estación de televisión que mantenía una línea crítica hacia el mandatario
venezolano, tras el cierre en el 2007 del canal de cable RCTV.
Debido a esas y otras presiones, Zuloaga terminó
por salir del canal y este pasó a manos “sensatas” con el gobierno venezolano.
Se acabaron las críticas, o casi.
Ahora lo ocurrido a Varnagy es típico de
lo que pasa en una dictadura cuando se afianza en el poder. No hizo falta
detenerla, bastó con censurar su programa. El miedo a lo que pueda pasar
complementa al temor por lo que pasa.
Si a Zuloaga Chávez lo acusaba de una
supuesta participación en el fracasado golpe de Estado en su contra, en el
2002, en estos momentos basta un comentario, durante una entrevista a uno de
los escritores más famosos del mundo, para que se desencadene el recelo de los
censores.
Lo ocurrido es simple, pero al mismo
tiempo ejemplifica ese terror cotidiano que se sufre bajo el totalitarismo; esa
forma de gobierno que el presidente Maduro trata a diario de implantar en
Venezuela, para concluir la tarea que la enfermedad le impidió llevar a cabo a
Chávez.
Varnagy entrevistó al escritor Mario
Vargas Llosa, quien recientemente estuvo en Venezuela, y le preguntó que
opinaba sobre una valoración de Chávez hecha por Gabriel García Márquez, en un
artículo publicado hace varios años, tras el encuentro del novelista colombiano
con el mandatario venezolano.
Con agudeza, García Márquez había escrito
sobre Chávez: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados
y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado
y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte
empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un
ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.
La respuesta de Vargas Llosa a ese
comentario de García Márquez no la vieron los televidentes venezolanos, porque
esa parte de la entrevista fue censurada.
Vargas Llosa había respondido: “Los
propios venezolanos se han dado cuenta de que esa utopía tarde o temprano va a
fracasar en el país y que eso ha creado unas tensiones muy fuertes que ha
heredado el presidente Maduro”.
En cualquier democracia, estas palabras
no pasan de una opinión más, con la que se puede estar a favor o en contra. En
la Venezuela de Maduro son inadmisibles, incluso si la formula alguien con el
prestigio y la fama internacional de Vargas Llosa.
En Cuba toda esta situación se hubiera
resuelto de forma muy sencilla, porque nunca habría ocurrido. Ni a Vargas Llosa
se le da entrada al país ni hay periodista que se atreva a una entrevista de
esta índole. Quienes trabajan en la prensa en la isla —decir oficialista es una
redundancia— tienen que guardarse ese tipo de comentario y actitud hasta que
vienen a Miami.
Como Venezuela aún no ha llegado a la
meta de Maduro, de ser otra Cuba de pies a cabeza, en Globovisión inventaron
todas las tretas y excusas posibles para dilatar la transmisión de la
entrevista, interrumpirla, acortarla y finalmente terminar por censurarla. Incluso
la emisora llegó a colocar en internet el video de la entrevista, en un intento
de limpiar imagen. Pero lo determinante aquí es que un programa de televisión
se hace para, en primer lugar, ser transmitido por su medio principal de
difusión.
Con su renuncia, Varnagy ha rescatado la
dignidad de la que carecen los ejecutivos y actuales dueños de Globovisión. Hay
que saludar esa actitud, destacarla, porque dentro de poco ya no será posible
sostenerla en Venezuela. Entonces solo quedará el silencio, el exilio y el
ruido.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 5 de mayo de 2014.
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