Hay una diferencia fundamental entre un
enigma y un misterio.
Un enigma ocurre cuando no sabemos lo
suficiente sobre un hecho. Si contamos con la información necesaria, el enigma
desaparece. Cualquiera puede descifrarlo si tiene a su disposición los datos
necesarios.
El misterio, por otra parte, elude las
respuestas simples. Para resolverlo, se necesita tener una gran capacidad de
juicio, la habilidad necesaria para evaluar incertidumbres, realizar un
análisis lo menos apasionado posible y estar dispuesto a admitir la existencia
de varias respuestas o de una respuesta muy amplia.
El estado actual de salud de Fidel Castro
es un enigma. Lo que ocurrirá en Cuba tras su muerte es un misterio.
“Bueno, Fidel últimamente solo tenia ya
que preparar sus discursos. Pero no sabia lo que estaba pasando. Eso al menos
me comentaron”, dice Evo Morales en una entrevista publicada por la revista Vanity
Fair. ¿Senilidad del líder cubano? Lo cierto es que Morales. Desde hace
años, no se cansa de hacer referencias a la edad de Castro, y de llamarlo
“abuelo”. Un “abuelo” que, por lo que se desprende de esta entrevista, estaba
incapacitado para ejercer el mando incluso antes de enfermarse.
Al tiempo que el gobierno de Raúl Castro
ha ido afianzándose en el ejercicio cotidiano del poder, se ha mantenido el
hermetismo decretado por el propio Fidel, como una forma de eludir el misterio
de lo que ocurrirá a su muerte. Es más, ha declarado la ausencia del misterio:
la sociedad cubana y el gobierno de la isla no cambiarán de rumbo. Esto, sin
embargo, todo el mundo sabe que no es cierto.
Aunque el tiempo ha afianzado el proyecto
de continuidad y cambios paulatinos y extremadamente lentos, no hay duda que la
desaparición del líder revolucionario tendrá un efecto catalizador.
Sin embargo, en el exilio se ha
confundido un efecto con una causa, y en vez de analizar las razones que
explican la estabilidad del gobierno cubano, hay una apuesta, al desnudo o más
o menos encubierta, de cifrar las esperanzas —mejor sería decir sus ilusiones—
en la muerte de Fidel Castro.
Nada mejor para los intereses de La Habana
que este desenfoque. A fin de cuentas, se trata de una jugada estratégica que
ha rendido sus frutos, pero a la cual, involuntariamente o no, hemos colaborado
todos.
O resolvemos el enigma con una simpleza —por
una época fue decir que Fidel Castro estaba muerto, solo que desde La Habana se
negaban a dar la noticia— o encubrimos nuestra incapacidad de análisis sobre el
futuro de Cuba con propuestas alejadas de la realidad y juicios fundamentados
en premisas erróneas.
Uno de los errores que más se repite en
esta ciudad es confundir los términos. Tratar la situación que vivirá Cuba tras
el fin de Fidel como si fuera un enigma, el cual se podría resolver si se
contara con los datos necesarios. El problema con este enfoque es que, a
diferencia de lo que ocurre con la salud del caudillo, hay datos más que
suficientes para poder imaginar varios escenarios posibles tras su
desaparición.
Sin embargo, el fundamento de cualquier
escenario debe partir de una realidad: existe en Cuba un gobierno que hasta el
momento puede exhibir un control político y represivo casi absoluto, pero que
al mismo tiempo necesita con urgencia de un respiro económico y enfrenta una
situación propicia para que en cualquier momento se produzca un estallido
social o una situación caótica espontánea. Estos términos pueden parecer
contradictorios, pero así es el panorama actual cubano.
Remitir al hecho de que la salida de
Fidel Castro de la administración cotidiana del país significó que se ha dado
respuesta a la permanencia de un sistema, tras la desaparición de su creador, pasa
por alto un factor fundamental: el peso simbólico y real que esta figura
representa no solo en el imaginario nacional, sino como punto de referencia.
La muerte de Fidel Castro significará el
fin de la época de un régimen fundamentado en la “legitimidad de origen”,
obtenida por el triunfo frente a la dictadura de Fulgencio Batista, para dar
paso a una “legitimidad de ejercicio”, marcada por la promesa de una
prosperidad económica, aunque está por ver hasta dónde los cubanos pondrán de
nuevo sus esperanzas en promesas hechas por figuras vinculadas con el gobierno
actual.
2 comentarios:
De momento, la desaparición física de Fidel Castro no perturbará el orden, como esperan no sólo muchos exiliados, sino también una enorme masa de cubanos en la isla, pero a mediano plazo, lo más probable es que se comiencen a derribar los pilares de su modelo, sobre todo los monstruosos subsidios a la población (para mantenerlos paradójicamente a nivel de subsistencia) liberados ya de sus inapelables intervenciones y de su autoritaria sombra; tendrán más libertad psicológica de desmontar el sistema, cuya ruta está trazada, pero no se cumple ni cumplirá hasta tanto no ocurran las grandes exequias. La muerte de su hermano, también cercana, si por uno de esos extraños caprichos no ocurre primero, terminará estremeciendo todo el modelo, porque estas dos enormes autoridades morales, no estarán presentes. Pero ello no significa que los herederos, pues todo está preparado para una amable continuidad, pierdan necesariamente el poder, a pesar de las fuerzas reformistas (ahora sí en serio) que deberán enfrentar, desde su propio aparato y por presión de individuos ajenos al poder, pero activos políticamente. La historia nos ha enseñado que se puede cambiar de modelo económico con algunas reformas sociales concomitantes y continuar el grupo de poder que las llevó adelante. (John Fortes)
''el peso simbólico y real que esta figura representa no solo en el imaginario nacional, sino como punto de referencia.''
Bien dicho: Pesa mucho, muchisimo, en Cuba y en el extranjero aun mas
j.ramir
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