Las decenas de fugitivos que huyeron a
Cuba tras cometer delitos en Estados Unidos no pueden descansar tranquilos: sus
días bajo el sol podrían estar contados.
Desde hace más de 40 años el Gobierno y
el Congreso estadounidenses vienen pidiendo la extradición de varios connotados
criminales.
Es posible que en las circunstancias
actuales, podría especularse que el gobierno cubano está dispuesto a llegar a
un acuerdo. Pero al igual que en ocasiones anteriores, en que Estados Unidos ha
tratado de llegar a un arreglo con el régimen de la isla, hay que deslindar entre
su interés de aprovechar una ocasión para hacer propaganda y no un esfuerzo serio
para resolver un problema pendiente desde hace décadas.
Hay que enfatizar que “intercambio” es la
palabra clave de cualquier negociación entre Washington y La Habana. En
diversos momentos, funcionarios cubanos se han expresaron en favor de un
intercambio de fugitivos de ambos países.
Por años, los nombres de Luis Posada Carriles y Orlando Bosch
siempre salían a relucir como respuesta de Cuba cuando se mencionaban a los
terroristas prófugos de la justicia estadounidense residiendo en Cuba.
En la actualidad este reclamo ha perdido
vigencia. Bosch falleció hace tres años en Miami y Posada es un hombre enfermo
y de edad muy avanzada.
De hecho, en la actualidad cuando Cuba
habla de intercambio se refiere a otro tipo de prisioneros: el contratista Alan
Gross cumpliendo prisión en la isla y los tres espías cubanos que quedan presos
en EE.UU., dos de ellos condenados a varias cadenas perpetuas. Pero este
intercambio no parece posible en la actualidad.
Hay que añadir, por
otra parte, que la retirada de Cuba de la mencionada lista puede producirse en
cualquier momento, producto de una negociación, y que por lo general los
nombres en dicho documento se colocan y retiran de acuerdo a determinadas
circunstancias, y por lo general estos cambios no ocurren cuando anualmente se
da a conocer el documento.
Sin embargo, el mantenimiento de Cuba en
la lista de países que Estados Unidos considera que patrocinan el terrorismo,
junto a Irán, Sudán y Siria, que Washington acaba de ratificar, se fundamenta
en buena parte en los fugitivos estadounidenses que aún permanecen en suelo
norteamericano.
De hecho, el texto del documento parece
una retahíla de justificaciones para sustentar la salida de Cuba de la lista.
De acuerdo a una información dada a
conocer por Radio Martí, el documento del Departamento de Estado considera que
“la isla aflojó en 2013 sus lazos con el grupo vasco ETA y que no proporciona
armas ni entrenamiento paramilitar a grupos terroristas”.
Según el documento, relativo a 2013,
durante el último año han “continuado los informes que indican que los lazos de
Cuba con ETA se han vuelto más distantes, y que alrededor de ocho de las dos
docenas de miembros de ETA en Cuba cambiaron de localización con la cooperación
del Gobierno español”.
El texto también reconoce el papel
mediador del gobierno cubano en el proceso de paz colombiano, aunque subraya
que Cuba ha dado refugio “desde hace años” a miembros de ETA o guerrilleros de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Estados Unidos reconoce que “a lo largo
de 2013, el Gobierno de Cuba apoyó y albergó las negociaciones entre las FARC y
el Gobierno de Colombia destinadas a forjar un proceso de paz entre los dos”.
“El Gobierno de Cuba ha facilitado el
viaje de representantes de las FARC a Cuba para participar en estas
negociaciones, en coordinación con representantes de los Gobiernos de Colombia,
Venezuela y Noruega, así como la Cruz Roja”, apunta el informe.
El documento señala, además, que “no hay
indicaciones de que el Gobierno de Cuba proporcionara armas o entrenamiento paramilitar
a grupos terroristas”, como indicaron también los informes de los dos últimos
años, según Radio Martí.
Sin embargo, el Departamento de Estado asegura
que el Gobierno cubano “siguió proporcionando refugio a fugitivos buscados por
EE.UU., y les dio apoyo al facilitarles un techo, raciones de alimentos, libros
y cuidados médicos”.
Cuba integra la lista desde 1982, lo que
supone la imposición de sanciones como la prohibición de la venta y exportación
de armas, prohibición de ayuda económica y restricciones a las transacciones
financieras entre ciudadanos.
En la actualidad la Oficina de Intereses
de Cuba en Washington tiene interrumpida la tramitación de documentos
consulares, en particular la emisión de visas, debido a la falta de un banco
que atienda sus asuntos financieros.
Llama la atención esa aparente falta de
interés, por parte del gobierno cubano, en resolver el problema de los
fugitivos. Aunque al parecer desde años la isla no recibe a prófugos
procedentes de EE.UU., circulan versiones de que varios con delitos pendientes
en este país —fundamentalmente de estafas al Medicare y Medicaid— se encuentran
en Cuba.
Como en ocasiones anteriores, los
hermanos Castro pueden estar jugando varias cartas al mismo tiempo. De forma
sistemática, sus vínculos con la política norteamericana se han ido acercando
al establishment; los empeños contra
el embargo terminaron traducidos en compras al contado. Desde el inicio de
estas ventas, La Habana trató de crear conciencia en los legisladores —es un
decir marxista— con dinero: su internacionalismo conformado al mercado de
fuerza de trabajo barata y su lucha ideológica limitada al cabildeo. Pero estos
esfuerzos, que durante la década pasada llegaron a tener gran intensidad, no
condujeron a resultado alguno y han sido abandonados casi por completo.
En la actualidad el énfais se ha encaminado
por otros rumbos, con una aquiescencia tácita en ocasiones y una deliberada
campaña en otras: la posibilidad de inversiones en la isla por parte de cubanos
residentes en EE.UU., y la búsqueda de alguna forma que permita una mayor
colaboración económica entre el incipiente y limitado sector privado y quienes
viven en el exilio.
Pero el juego capitalista de apostar con
dinero —sea a través de grandes inversiones con empresas mixtas que incluyan la
participación del gobierno o con limitados recursos al sector privado— no lo
hace abandonar la táctica de proporcionar argumentos a sus defensores y trampas
a sus enemigos.
Un acuerdo sobre los fugitivos
contribuiría a verlo con ojos más favorables entre los que ya se inclinan a esa
mirada. Un nuevo intento de limpiar imagen dentro de una campaña iniciada desde
que el general Raúl Castro asumió la presidencia.
Si el Departamento de Estado incluye a
Cuba entre los países que apoyan el terrorismo es porque, entre otras razones,
la isla brinda amparo a miembros de grupos subversivos.
Si La Habana volviera a plantear un
intercambio entre prófugos de la justicia estadounidenses y personas que el
régimen considera responsables de actos terroristas en la isla —en la práctica
un cambio de ancianos de ambos bandos, algo que repito sigue sonando
imposible—, no solo colocaría a un mismo nivel a Washington y La Habana, sino
que rebajaría a Miami a la categoría de una cabeza de playa llena de
terroristas, mientras que a 90 millas hay un país dispuesto a cooperar en
mantener en la sombra a los peores criminales.
Si intercambio es la palabra clave, ¿qué
tiene Castro que ofrecer? Hay un grupo reducido de secuestradores de aviones
que viven en la isla, muchos de ellos casados y con familia cubana. Hay también
figuras más buscadas, como Joanne Chesimard, alias Assata Shakur, quien escapó
a Cuba en 1979, acusada de asesinar un policía de carreteras que detuvo su
automóvil en una verificación de rutina.
Por lo pronto, el tiempo y la muerte han
sido la única respuesta. Bosch murió en Miami y Robert Vesco en La Habana.
William Potts, acusado de secuestrar un avión hacia Cuba en 1984, pidió y
regresó a EE. UU., donde se declaró culpable del delito cometido.
Mientras tanto, al parecer Chesimard
sigue en Cuba —desde hace años se dice que es una protegida especial de Fidel
Castro— y el ex agente de la CIA Frank Terpil, un traficante de armas convicto,
volvió a salir a relucir en un documental sobre los crímenes de Gadafi,
transmitido por Showtime —Mad Dog: Inside
the Secret World of Muammar Gaddafi— y continúa en La Habana, con la
compañía de una novia cubana, la bebida y los ocasionales libros en inglés que
le brindan amigos bondadosos.
Por lo demás, con el tiempo que llevan en
la isla, deben saber ya que en algún momento se pueden volver “negociables” y
que la peor pesadilla no es ser un fugitivo: es no poder huir.