Los hijos de los dictadores son
diferentes. El poder heredado les brinda la facultad de hacer lo que estuvo
vedado, o incluso despreciado por sus progenitores. En el caso cubano, llama la
atención que eso que en otra época pudo haber sido considerado un acto de
herejía, sirva ahora a los objetivos del régimen.
Ni Fidel ni Raúl Castro han podido
librarse de la condena, o incluso el reproche, por la represión homosexual. no
importan las declaraciones, los premios repartidos a escritores —que recuerdan
el pasado y convenientemente olvidan el presente— o los recorridos
internacionales otorgados a ciertas víctimas.
Mariela Castro Espín se ha destacado como
defensora de la libertad de orientación sexual. Desde su puesto de directora
del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad ha sido una
activista constante de los derechos de los homosexuales y promotora de la
efectiva prevención del sida.
No deja de resultar paradójico, por no
decir irónico, el interés que desde hace años viene demostrando Castro Espín en
la defensa de los homosexuales. Su labor en este terreno ha resultado
destacada, si se tiene en cuenta no sólo el historial represivo del régimen
hacia el homosexualismo, superado en gran parte, sino también el machismo de la
sociedad cubana, todavía imperante en buena medida.
Tampoco hay que pasar por alto una
diferencia fundamental: el régimen practicó una represión política contra
ciertos homosexuales —al tiempo que admitía y premiaba a otros—, mientras que
el rechazo machista fue y es generalizado. La labor de Castro Espín tiene que
ver con esta última forma de discriminación, al tiempo que elude la primera.
Sin embargo, este empeño no se ha visto
libre de la sospecha de dedicarse a una labor desde una posición única
—privilegiada por su nacimiento— y a partir de un momento en que hubo un cambio
de política por parte del gobierno. Si bien su edad la salva del reproche de no dedicarse antes a
esta tarea, no por ello ha dejado de aprovecharse de la ventaja de llevar a
cabo una función en momentos en que ésta resulta plenamente aceptada por el
Estado.
Sería injusto acusar a Castro Espín de
buscar el satisfacer un capricho propio de “hija rebelde de papá”, pero tampoco
es ajena al hecho de cumplir un objetivo que desde hace años interesa al poder
castrista: presentar al exterior el “rostro humanitario, liberal y
progresista”, tanto del proceso revolucionario como de su familia.
Cuando se inició el proceso de sucesión
de mando, de Fidel Castro a su hermano Raúl, surgió la pregunta de si a partir
de ese momento Castro Espín tendría la posibilidad de comenzar a desempeñar un papel
más destacado dentro del gobierno, y si se convertiría en una impulsora de las
reformas necesarias.
Ello no ha ocurrido, la directora del
CENESEX es más pompa que circunstancia. Más que una verdadera reformista, su
labor se limita a presentar en el exterior la versión light de la familia Castro.
Alejandro Castro Espín, el hijo del general
que gobierna la isla, es otra cosa. En fecha reciente, el Consejo de Seguridad
de la Federación Rusa y el Consejo de Defensa Nacional de Cuba acordaron un
memorando de cooperación y acordaron crear un grupo de trabajo conjunto. ¿Y
quién firmó por la parte cubana? Pues el coronel Alejandro Castro Espín.
El Consejo de Defensa Nacional de Cuba es
la institución encargada de prepararse, en tiempos de paz, para dirigir el país
si estalla una guerra. Así lo establece la Constitución de la República de
Cuba. No solo tiene a su cargo la movilización general de tropas en caso de
emergencia, sino que asume el control total de la nación.
En representación de un órgano tan
poderoso, con la capacidad de firmar documentos, y ante un aliado tradicional y
futuro de primer orden, en el campo militar, Raúl Castro sólo envía a alguien
de su absoluta confianza: su hijo. ¿El heredero del poder, más allá del
Partido, del primer vicepresidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez y por
supuesto de la Asamblea Nacional del Poder Popular, que calla pero no otorga?
Está por verse.
Antonio Castro no reivindica el golf como
juego, más allá de la imagen burguesa, sino busca convencer que la isla es un
lugar ideal para practicarlo, si se cuenta con el dinero suficiente.
En ambos casos el objetivo es el mismo:
no son hijos rebeldes sino que obedecen a nuevas rutas. A diferencia de Corea
del Norte, la sucesión no se traza a través del rumbo partidista o la carrera
funcionaria. No se trata de un camino único. El coronel Alejandro Castro Espín representa
la vía tradicional. El tiempo dirá si este sendero que se bifurca, y que de
momento cumple un objetivo común, arribará a un resultado idéntico.
Las vías para destacarse que han optado
algunos miembros de la familia Castro parecen responder no sólo a la
circunstancia cubana sino a la actualidad internacional.
En un guión que se repetía casi sin
modificaciones, los herederos tenían como único objetivo prolongar las
dictaduras paternas Así ocurre aún en Corea del Norte, pero en otros casos,
como sucedió con Gadafi y sus hijos, el mecanismo dejó de funcionar.
Tras largos años de poder absoluto,
gobiernos totalitarios que parecían eternos se desmoronan en semanas, días,
incluso horas. Las plazas en que por décadas se realizaron discursos en que se
ensalzaba al dictador caen en manos de los opositores y son rebautizadas de
inmediatos; los cientos, miles de carteles con la imagen del hasta entonces
poderoso jefe de Estado son pisoteadas, escupidas, desechas en minutos.
De pronto el futuro se ha tornado frágil
para los hijos de los dictadores. Es un fenómeno nuevo que los debe tener
sorprendidos.
Podrá demorarse más o menos, pero en la
vida de muchos de estos dictadores llega el momento en que, como que se les
agota la cuerda. No hay sucesión segura. Es más, se impone que los herederos
piensen sobre la testarudez paterna, cuando aún es tiempo, y dediquen un
momento a hacer las maletas.
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