Hasta ahora la carta abierta en que 44
políticos, expertos y empresarios estadounidenses y cubanoamericanos solicitan
al presidente Barack Obama que permita un aumento de las oportunidades de
negocios y viajes a Cuba no había tenido una respuesta oficial u oficiosa, ni
por parte de Washington ni de La Habana, pero una reciente advertencia de la
aduana de la isla podría interpretarse como la primera señal de que la Plaza de
la Revolución no está dispuesta al más mínimo cambio, sino todo lo contrario.
La Aduana de Cuba alertó el miércoles a
quienes visitan la isla que se abstengan de transportar bultos ajenos, llevar
“encomiendas” o simplemente de cargar con un paquete de encargo. Esto podría “acarrear
responsabilidades, no solo de carácter administrativas sino también penales”. Y
cuando el gobierno cubano advierte, hay que hacerle caso.
El texto de información de la Aduana
parecería ridículo, pero es lamentable. Las encomiendas “pueden ser utilizadas
para el traslado y enmascaramiento de sustancias y artículos empleados en el
terrorismo, operaciones de narcotráfico y contrabando de mercancías, que puedan
poner en riesgo la seguridad, la salud humana y el medio ambiente”, agrega el
documento.
Cuba no ha aprendido con China —que no es
un ejemplo de libertades, más bien un paladín de la represión— de que hay que
establecer una distinción entre los servicios de inmigración, aduanales,
policiacos y de inteligencia y seguridad nacional.
Cuando llegué al aeropuerto de Pekín
nadie me preguntó si traía cinco computadoras, dieciocho discos duros y
cuarenta y nueve memorias portátiles o pendrives.
Ningún funcionario de aduanas me contó los pares de medias, pantalones o
camisas. No hubo agente de inmigración que se acercara a verificar el número de
plumas, lápices y bolígrafos en los bolsillos de mi saco. Hay una razón
fundamental, y que esos artículos no se llevan a China, más bien se traen de
ese país. Pero otra más importante aún: si dentro del país un extranjero o nacional
que regresa comete un acto delictivo, para eso está la policía o la seguridad
del Estado.
Solo que en Cuba todas esas funciones,
aduanales, migratorias y hasta de transporte de pasajeros, responden a una
labor represiva única. Por eso están en esos cargos.
No es que en China la represión sea menor
que en Cuba. Simplemente es que está mejor organizada, compartimentada.
La excusa de que un paquete que te da un
vecino, para que se lo lleves a una sobrina en Cuba, pueda servir para camuflar
material de uso por los terroristas es pueril.
Sólo hay dos motivos para que el gobierno
cubano lance esta advertencia. Una es económica. Pese a la pequeña expansión
del trabajo por cuenta propia, los gobernantes se aferran al monopolio del
comercio. Para vender están ellos, al precio que ellos decidan, en el momento
que crean conveniente.
En este sentido, esta advertencia está
acorde a la prohibición de venta de ropa en puestos callejeros y el
desmantelamiento de los “timbiriches” en que se llevaba a cabo esa actividad.
El segundo motivo es de índole político.
No por gusto el ejemplo que se ofrece es
un video, según el cual una persona fue
detenida cuando intentó entrar 150 pendrives
(memorias flash) camuflados en una lata de leche en polvo, artículo cuyo número
máximo de entrada es de cinco unidades.
Se sabe que los pendrives son utilizados en Cuba para brindar el llamado “paquete”,
que contiene desde películas y programas de televisión hasta anuncios
comerciales. La aparición del portal informativo de la bloguera Yoani Sánchez,
que desde su inicio anunció la utilización de estas memorias portátiles como
medio de difusión, es razón de sobra —para el gobierno cubano— a la hora de
considerar necesaria una mayor persecución de estos artículos. Que en ningún
lugar del mundo se considere a un pendrive
como una sustancia terrorista no detiene, por supuesto, a la élite gobernante
cubana.
Es por ello que, lamentablemente, la
carta a Obama parece destinada al fracaso, si lo que se busca es un aumento de
la sociedad civil cubana y mayores oportunidades para quienes se dedican al
sector privado en la isla.
Para el régimen, no solo lo único que
importa es el cash, sino también la
propaganda. Mantener viva la ilusión del cambio y atrincherarse en el poder.
Si La Habana tuviera algún interés en
mejorar sus relaciones con Estados Unidos, lo primero que habría hecho es
liberar a Alan Gross, bajo el manto de las “razones humanitarias” (la
liberación de Gross está incluida en el texto la ya famosa carta). Pero
prefiere afrontar a diario el riesgo de que se muera en Cuba.
Nada más fácil que permitir a quienes
viajan a Cuba que lleven encargos, sean tanto para la hija del vecino como
destinados a mejorar la sazón del “paladar” de la esquina. Bastante es ya el
pago de derechos aduanales excesivos. Pero el régimen nunca falla a la hora de
mantener una constante: siempre decepciona.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 2 de junio de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario