Tengo que agradecer, pero no sé a quien,
haber llegado al saludable momento en que las palabras de Fidel Castro me
producen risa. En el ahora llamado ex gobernante cubano hay una maldad que el
tiempo no enmascara, una práctica de viejo pillo que le niega esa dignidad que
dicen traen los años, y que sale a flote a la primera oportunidad. La visita
del presidente ruso Vladimir Putin a Cuba, y esa especie de relanzamiento de
antiguas alianzas parecen haberlo rejuvenecido. Y aquí lo tenemos, con bríos
renovados. Solo que no llega al patetismo sino a la burla.
Fidel Castro escribe en Granma sobre el
derribo de un avión sobre Ucrania y a andanada inicial no tiene desperdicio: ”Cuba
(…) no puede dejar de expresar su repudio por la acción de semejante gobierno
antirruso, antiucraniano y proimperialista”, expresa Castro en un artículo aparecido
en Granma.
En primer lugar resulta inapropiado que
hable a nombre de “Cuba” cuando supuestamente ya no es gobernante del país. Sí,
la prensa oficial cubana lo llama “líder histórico” de la revolución y todo ese
cuento, pero ello no suena más que a caudillismo, tercermundismo y atraso
poscolonial. Un país soberano tiene un presidente, que es el encargado de
representarlo oficialmente y basta.
Lo segundo es la acumulación de calificativos,
que siempre ha caracterizado a la prosa de Fidel Castro y no es más que
retórica de peseta. Así, tenemos que Ucrania se encuentra bajo “el control del
gobierno belicista del rey del chocolate, Petro Poroshenko”, mientras los
palestinos le recuerdan “los heroicos defensores de Stalingrado”. Envidia y
adulación.
Castro recuerda impresionado la defensa
de Stalingrado y todo parece volver a los viejos tiempos en Cuba, donde de
inmediato y ante cualquier acontecimiento mundial La Habana se colocaba en la
órbita soviética, ahora rusa. Miseria de gobierno y Estado que no puede
prescindir de la abyección.
No se sabe aún quien es el responsable
del derribo del avión (escribo esta columna el viernes 18 de julio), pero de
acuerdo al gobierno de Estados Unidos las sospechas apuntan hacia los rebeldes
prorrusos. Ucrania no ganaría nada con este hecho vandálico. Los insurgentes sí,
en cuanto a escándalo internacional, táctica repetida hasta el cansancio por
cualquier movimiento extremista.
El presidente Barack Obama apuntó el
viernes que el misil partió de una zona controlada por separatistas entrenados
y armados con material procedente de Rusia. Sin embargo, evitó culpar
directamente a nadie y pidió cautela antes de sacar conclusiones.
Sólo siento una profunda tristeza ante
quienes tienen que vivir en una isla donde, sin el menor pudor, se lanza una
afirmación tan contundente contra otro país, sólo con el sostén de la
condonación del 90 por ciento de una deuda de $32,000 millones.
Siempre dispuesto al alboroto, el gobierno
de los Castro no puede sustraerse ni por un momento a estar siempre en la arena
internacional. En esto, el mayor de los hermanos encuentra su definición mayor.
No hay que extrañar su premura ahora, tras meses de silencio.
Mientras tanto, quienes viven en la isla
asisten pacientes al ejercicio estéril de la espera. El general Raúl Castro les
ha pedido de nuevo paciencia y trabajo. Ahora son las inversiones extranjeras
las que consumen las esperanzas de un régimen que aprovecha al máximo cualquier
coyuntura internacional, mientras desperdicia todas las posibilidades de
desarrollo que existen en el país. En la otra parte de esta ecuación —que
conduce al desastre pero al mismo tiempo lo pospone— está la infinita paciencia
de quienes escuchan el discurso sin creerlo, y siguen apostando a la salida del
país y las remesas procedentes del exterior.
Más que curioso resulta el reclamo y la
apelación constante al “nacionalismo”, para explicar la historia y hasta el
presente de la isla —la justificación socorrida de la soberanía— cuando las
figuras emblemáticas de ese proceso que se dice nacional no se cansan de dar
muestras de un entreguismo vulgar en cuanto distinguen cualquier posible
recompensa, por menor que sea.
No basta con mencionar el lucro y
provecho personal que dicha actitud ha demostrado para los gobernantes cubanos
—la última muestra de ella es Raúl Castro como huésped privilegiado de Dilma
Russeff—, sino enfatizar la necesidad de abandonar este concepto caduco para el
panorama nacional, tanto presente como futuro.
Una forma adecuada de ese avance es lo
que muchos de los nacidos en Cuba, ahora residente o ciudadano de EEUU, han
logrado al entrar en una etapa posnacionalista, sin que esto implique una
renuncia a las raíces —el patriotismo transformado en un concepto cultural, una
serie de recuerdos o la nostalgia ocasional— y convertido a Miami u otra ciudad
del mundo no en una patria pero sí en un hogar. Una madurez que permite reírse
del oportunismo castrista.
Esta es mi columna semanal en el Nuevo Herald. que aparece en la edición del lunes 21 de julio de 2014.