Resulta curioso que mientras La Habana
aún mantiene un discurso revolucionario de cara al exterior, en el lenguaje
dirigido a la población enfatiza tesis reaccionarias, en su intento de infundir
temor ante el cambio que no sea pausado, a largo plazo y bajo un control
férreo.
Asistimos entonces a una confrontación
que se define fundamentalmente por las retóricas de la intransigencia, según
Albert O. Hirschman (The Rhetoric of
Reaction), en donde casi nunca se escuchan las voces de un pensamiento
opositor más avanzado, que se libre del estigma de ser considerado parte del
pasado en lugar de promotor del futuro.
Tres son los recursos fundamentales que
destaca este académico de Princeton:
La tesis de la perversidad, donde se
sostiene que toda acción deliberada para mejorar el orden social, político y
económico solo sirve para agudizar la situación que se desea remediar.
Cualquier tentativa de empujar a una sociedad en cierta dirección tendrá como
resultado que se mueva efectivamente, pero en la dirección opuesta.
La tesis de la futilidad, la cual
argumenta que los intentos para llevar a cabo reformas sociales serán nulos o
de alcance limitado debido a su fragilidad teórica. Todo pretendido cambio es,
fue o será en gran medida de superficie, de fachada, cosmético, y por tanto
ilusorio, pues las estructuras “profundas” de la sociedad permanecen intactas.
La tesis del riesgo, que afirma que el
costo político y social de las reformas propuestas solo sirve para poner en
peligro los logros precedentes. El cambio propuesto, aunque acaso deseable en
sí mismo, implica costos o consecuencias inaceptables.
Hirschman, que falleció en 2012, utilizó
estas tesis para describir lo que serían los argumentos empleados por los
pensadores reaccionarios a la hora de atacar las propuestas de avance social,
pero son igualmente válidas para ejemplificar el pensamiento de los supuestos
"revolucionarios" en Cuba, es decir quienes desde hace más de medio
siglo tienen el poder en la isla.
Basta invertir la ecuación y se pueden
igualmente aplicar las tesis del pensamiento reaccionario a quienes se niegan a
aceptar cambios profundos en Cuba. Esa retórica “revolucionaria” que proclama
el régimen no es más que un conjunto de tesis reaccionarias. Para ellos:
Quienes pretenden introducir cambios en
Cuba solo aspiran a lo contrario: traer una desigualdad mayor a la existente
(reconocida como un efecto temporal debido al embargo y la desaparición de la
Unión Soviética).
Cualquier acción de la disidencia y desde
el exterior es incapaz de hacer mella al régimen, y obedece a ambiciones
personales. Un argumento desarrollado con la intención de colocar a los
promotores del cambio en una posición que los deje humillados, desmoralizados y
con la población cuestionando la verdadera motivación de sus esfuerzos.
Los peligros de modificar al sistema
actual superan las posibles ventajas, ya que abren una cuña por la cual podrían
regresar quienes quieren “quitarles las casas” a los cubanos y explotar a los
residentes de la isla.
El socialismo cubano representa un
sistema superior, avalado por la historia y las leyes del desarrollo social y
económico. Transformarlo de raíz implica retroceder en el avance de la
sociedad. Es dar marcha atrás, lo que resulta imposible a menos de que quienes
tienen el control del país caigan en ese error, y entonces no sería una
modificación sino la destrucción de la nación.
Lo curioso en el caso cubano es que estos
tres argumentos han sido utilizados a la vez por el gobierno de La Habana y sus
opositores.
En este sentido, tanto los que a diario
se les catalogan de “castristas”, como a otros que se les cuelga el cartel de
“anticastristas”, difieren en objetivos y valores, pero en la formulación de
sus discursos recurren a un esquema retórico similar.
Ello hace que en gran medida un ideal
conservador estrecho defina hasta el momento buena parte de la discusión sobre
Cuba, en el plano teórico e igualmente en la toma de decisiones.
En última instancia, y pese a los
reiterados llamados al “cambio” —una palabra de la que se ha abusado en ambas
costas del estrecho de la Florida—, el objetivo es la estabilidad, considerada
como un estirar todo lo posible la situación vigente.
Las tres tesis de Hirschman han sido
usadas ampliamente para criticar a la revolución cubana, principalmente desde
una posición conservadora. Estas constituyen el discurso diario que se escucha
en Miami y son repetidas una y otra vez por los exiliados.
De esta forma, desde el exilio se
argumenta que tras un largo proceso —cuyos triunfos más amplios se posponen
siempre, dirigidos hacia un futuro y casi carente de resultados presentes—, la
mayoría de los residentes de la isla se encuentran en peores condiciones de
vida que antes del primero de enero de 1959.
La crítica a La Habana desde Miami enfatiza
que los costos y consecuencias de contar con una cobertura médica y educación
gratuitas —de por sí cada vez más deficiente—no compensa las limitaciones
sociales, económicas y de libre expresión a que se ven expuestos los cubanos.
Al haber existido en la isla un cuerpo de
leyes avanzado (Constitución de 1940), sindicatos, clínicas mutualistas y un
desarrollo económico en marcha, no había razones para el surgimiento de una
revolución.
Una conclusión que puede deducirse, al
escuchar tales afirmaciones, es que la situación en Cuba, con anterioridad a la
llegada de Fidel Castro al poder, era superior a la actual. Otra es que el
exilio proyecta una visión de la isla que se fundamenta en una época anterior y
solo aspira a una vuelta al pasado.
La utilización de éstos y otros
argumentos similares permiten al menos dos acotaciones:
La primera es que la retórica que por lo
común emplea el exilio para criticar al gobierno cubano no se aparta en su
formulación a los recursos verbales y al pensamiento propios de la reacción,
incluso cuando son esgrimidos por quienes se niegan a ser catalogados de
derechistas, reaccionarios o contrarrevolucionarios.
La segunda ejemplifica lo difícil que ha
resultado —y resulta— que los motivos de los exiliados sean aceptados en otros
países, al tiempo que pone de manifiesto el sentimiento de aislamiento que
éstos enfrentan.
Lo que agrega mayor frustración a muchos
exiliados es que, pese a que muchos de los argumentos anteriormente mencionados
se encuadran en una retórica reaccionaria, son verdaderos.
La paradoja es que muchos que nacieron
sin propiedades y sin la más remota posibilidad de ser “explotadores” ―y ahora
viven en Miami― son vistos como enemigos de un sistema que hace mucho tiempo no
promulga una sola medida que implique el mejoramiento social y económico de la
ciudadanía.
Es más, el actual Código del Trabajo,
recién publicado en la Gaceta Oficial, contiene acápites que, desde el punto de
vista de la justicia social, representan un atraso con relación a las
condiciones labores imperantes antes de 1959.
El código limita a siete días naturales
de vacaciones anuales pagadas en el sector privado, mientras mantiene el mes de
vacaciones para el sector estatal. Eso establece un grave precedente con el que
tendrán que lidiar los cubanos en el futuro más o menos cercano del
poscastrismo —donde se espera que la esfera de producción privada aumente
considerablemente— y ya no resulte tan atractivo como ahora trabajar en un
"paladar" o de taxista con un automóvil ajeno, y de pronto se vean
convertidos en empleados de manufactureras al estilo chino, donde los
trabajadores solo disfrutan de un sistema de vacaciones similar, si acaso.
Así que lentamente en Cuba se van estableciendo
las condiciones para un capitalismo salvaje no solo en un reparto de empresas y
negocios, sino incluso en las nuevas leyes aprobadas.
Resulta entonces apropiado decir que la
retórica “revolucionaria” que proclama el régimen no es más que un conjunto de
tesis reaccionarias, que se apoyan en la apatía y desmoralización de la
población; la inercia y la falta de esperanza de los habitantes del país.
Junto al descrédito de que será el propio
régimen quien produzca un cambio significativo, se encuentra el hecho de que el
gobierno castrista ha matado —o al menos adormecido— el afán de protagonismo
político, tan propio del cubano. El exilio como futuro es un aliciente mayor
que un enfrentamiento callejero.
A esto hay que agregar que, en muchas
ocasiones, los exiliados se enfrentan al hecho de criticar un proyecto social
que hace muchos años ha dejado de ser de vanguardia, pero que se beneficia de
una especie de persistencia de imagen, al utilizarse no como un valor en sí
mismo, sino de referencia para criticar a la reacción representada por los poderosos,
y en última instancia Estados Unidos.
Entre el poder brutal y la pérdida de
valores se debate el presente de Cuba. Poco se ha avanzado en la creación de
los cimientos de una sociedad civil, poco han permitido hacer tanto Cuba como
Estados Unidos, y el camino no es fácil. Quizá no se han encontrado aún las
formas que se adapten mejor a la situación del país y a las características de
los cubanos. Mientras tanto, todos seguimos girando en torno a una retórica que
—en última y primera instancia— pertenece más al pasado que al futuro:
reaccionaria.
Este artículo también aparece publicado en Cubaencuentro.