Miembro del Movimiento 26 de Julio.
Guerrillero en la provincia de Las Villas. Fiscal de la Junta Económica
Militar de La Cabaña. Ayudante y según él “confidente” de Ernesto “Che” Guevara. Con solo
estudios elementales de contaduría llegó a ser viceministro del Ministerio de
Industrias. Luego ministro del Azúcar cuando la fracasada “Zafra de los Diez
Millones”, durante la cual al parecer se enfrentó a Fidel Castro y le echó la
culpa del revés a la dirección política. Castro lo destituyó —hay un rumor de
que lo abofeteó en público— y a partir de ese momento y tras el usual castigo y
ostracismo, durante décadas se destacó únicamente por su contribución a
mantener bien alimentada la mitología sobre el Che, mediante libros y
artículos; servir de asesor del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y del
ministro del Transporte; adquirir un doctorado en Ciencias Económicas del
Instituto de Economía Matemática de la Academia de Ciencias de la Unión
Soviética (algo tan útil en estos momentos como una licenciatura en alquimia
para trabajar en la NASA) y asesor del presidente venezolano desde abril pasado.
A este hombre, Orlando Borrego, que podría escribir fácilmente un tratado de
fracasos acumulados —propios y ajenos— lo acaba de nombrar Nicolás Maduro para
llevar a cabo una “profunda renovación del gobierno de Venezuela”, como
garantía indiscutible de un descalabro acelerado.
“Borrego está incorporado a un equipo
especial junto al ministro de Planificación, Ricardo Menéndez (…) preparando un
conjunto de planes, uno de ellos para hacer una revolución total y profunda de
la administración pública”, dijo la noche del martes Maduro en su programa
semanal de radio.
Por lo demás, la asesoría de Borrego al
mandatario venezolano puede considerarse otro golpe hábil del gobernante cubano
Raúl Castro: nadie mejor para asegurar que el gobierno de Caracas siga empeñado
en el error y atado a una dependencia absoluta con La Habana,
Maduro ha pedido a su equipo de gobierno
asumir un "proceso de revolución en la revolución, de revolución dentro de
la revolución, que es una renovación en los métodos de trabajo".
En lo que podría considerarse la cumbre
del despiste y la locura, ese llamado del mandatario venezolano a realizar una
“revolución en la revolución”, con el fin de “mejorar la eficiencia socialista”
en la administración pública, debe traer amargos recuerdos a los militantes más
viejos, y servir de advertencia a los más jóvenes.
Si por un prurito ideológico o un gesto
ahorrativo, Maduro no quiere contratar un asesor de imagen, al menos que nombre
a un especialista en palabras.
Tanto para la derecha como para la
izquierda en todo el mundo, "Revolución en la Revolución" es sinónimo
de fracaso. Así tituló Régis Debray un folleto que buscaba ser la justificación
ideológica del guevarismo guerrillero, y ya se sabe como acabaron el Che, la
guerrilla y Debray en aquella aventura. Otra forma de "revolución en la
revolución" fue la Revolución Cultural china de Mao Zedong, y también se
conoce el final. Si se quiere emprender una renovación de cualquier tipo, hay que
escoger cualquier termino menos ese.
Por supuesto que esa retórica hueca
Maduro solo trata de comprar tiempo. Su popularidad está en picada, su partido
enfrenta profundas divisiones y los venezolanos cada vez están más hartos de su
presencia e ineficacia. Está por ver si la cortina de humo que acaba de lanzar
le resulta de alguna utilidad de cara al III Congreso del Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV), a celebrarse del 26 al 28 de julio, pero a la corta o a la
larga es una ruta al fracaso. La táctica de cambiarlo todo para dejarlo todo
igual se descubrió hace muchos años.
Esa es precisamente la principal limitación
de Maduro, que no se reduce a una total falta de originalidad, sino a una
carencia absoluta de sentido práctico. Vive encerrado en una burbuja que
desgasta día tras día, pese al petróleo y al legado de Chávez que ha
dilapidado. Porque su problema no se agota con ser un imitador. Es que no sabe
imitar.
Mantener un proceso político en plena
agitación —como clave para su permanencia— es un don que caracterizó a Fidel
Castro y Hugo Chávez. Pero no es un bien heredable, y en Cuba Raúl Castro lo
comprendió a la perfección desde el primer día. Maduro no. Cree que la realidad
puede ser sustituida por un libreto gastado.
Todo lo que se asocie con el Che Guevara,
en la práctica huele a fracaso. La figura del guerrillero puede servir para
camisetas al uso en alguna manifestación, pero nada más. Guevara nunca triunfó
en lo que hizo. Sus ideas económicas fueron desastrosas, su ideología
reaccionaria y su práctica política y guerrillera una pérdida absoluta.
“Fue compañero de Ernesto Che Guevara por
allá en las batallas de la revolución”, dijo Maduro al anunciar a Borrego. Hay
que reconocer al mandatario venezolano su habilidad para seleccionar la peor
carta de presentación posible.