OPINION
Cuba, Fidel Castro, Raúl Castro
El gobierno cubano interpreta el acercamiento
con Moscú como una marcha atrás al reloj político e histórico
Vuelta al pasado
Alejandro Armengol
En el afán de repetirse, el llamado
proceso revolucionario cubano ha establecido varios récords.
Ahora el diario Granma recuerda la muerte de un
miembro del batallón fronterizo en Guantánamo, que el gobierno cubano atribuye
a marines de la Base de Guantánamo.
Además de los calificativos ad hoc a que
nos tiene acostumbrados la prensa cubana —”ilegal Base Naval Yanki”— el diario
oficial cubano encabeza su nota con un título “¡Qué viva la paz, pero con los
fusiles, cañones y tanques bien engrasados...!”, que es una frase del discurso
del actual gobernante Raúl Castro pronunciado durante el sepelio del joven hace algunas décadas.
Llama la atención de este reverdecimiento
de una retórica belicista en Cuba, cuya única justificación parece encontrarse
en el actual acercamiento entre Moscú y
La Habana.
La Plaza de la Revolución parece haber
confundido dicho acercamiento con una vuelta atrás del reloj, que estamos
viviendo de nuevo en la época de la guerra fría, que el campo socialista no ha
desaparecido y que las “banderas del internacionalismo proletario ondean de
nuevo. Pura ilusión. El presidente ruso Vladimir Putin está jugando una
peligrosa estrategia nacionalista y sin el menor pudor y reserva La Habana se
ha subido al carro. La realidad es mucho más compleja, pero para los hermanos
Castro todo se limita a una vuelta al pasado.
En igual sentido pueden interpretarse los
mensajes de Fidel y Raúl a Daniel Ortega por el 35 aniversario de la revolución
sandinista.
A Daniel Ortega podría saludarse por su
habilidad para volver al poder, pero de eso a considerar que su mandato actual
es una muestra del triunfo del sandinismo hay una distancia que solo salva la
imaginación y el oportunismo.
El Ortega actual poco tiene que ver con
el sandinismo, salvo la conveniencia de mantener su alianza con ese otro engendro
en decadencia, el chavismo, y la ocasional visita a la vivienda de Fidel Castro
para la foto de ocasión. Nada más.
Como consecuencia de esa vuelta al pasado
que está experimentando el gobierno cubano como tabla de salvación, está el
reverdecimiento también de la figura de Ramiro Valdés.
Para Raúl Castro, esta reafirmación reaccionaria
tiene un objetivo práctico: encubrir su fracaso como administrador. Sus
objetivos de reavivar la agricultura no han dado los resultados esperados; el
incremento de la actividad de producción privada esta amordazada por las
limitaciones impuestas por el régimen y los cambios migratorios solo actúan
como válvula para aliviar el deterioro económico que caracteriza a la actual
situación cubana. Al final, el panorama del país se limita a la ilusión de
inversiones futuras de resultado incierto, el paliativo de los viajes y remesas
que brinda la comunidad exiliada y el ir resolviendo a diario gracias al
mercado negro y las actividades que generan el cuentapropismo y las actividades
paralelas —más o menos ilegales— de una economía informal.
Cuando Raúl Castro llegó al poder se
apoyó en una legitimidad de origen (el triunfo durante la insurrección del
Movimiento 26 de Julio) para esquivar con éxito que su mandato comenzara a ser
analizado de acuerdo con la “legitimidad de ejercicio”, y justificar tanto su
herencia del poder como cualquier juicio sobre la eficiencia de su mandato, que
al principio despertó esperanzas sobre su supuesta capacidad como
“administrador”, a diferencia de su hermano mayor, ideólogo y político por
excelencia pero pésimo conductor de las labores cotidianas de un gobierno.
Ahora que la gestión raulista ha comenzado a demostrar fallas similares a su
predecesor, se ha vuelto imperativo recalcar la función ideológica que siempre
ha desempeñado La Habana y por ello ha vuelto a figurar Fidel Castro en las
declaraciones propias del gobierno. Si
Raúl Castro había podido hasta ahora limitar las definiciones ideológicas al
mantenimiento del status quo, le será más difícil mantener esa actitud si Fidel
Castro vuelve a acaparar la función ideológica y retomar su papel como el
máximo representante de la “legitimidad de origen”.
Fidel Castro ha intentado en varias
ocasiones este regreso, y siempre su hermano menor ha conseguido relegarlo y
enviarlo de nuevo al reposo obligado en Punto Cero, ya sea por razones de
gobierno o limitaciones de edad o salud. Pero ahora, con este retorno de Rusia
como factor fundamental en la determinación del rumbo del país, parece más
difícil mantener relegado a un segundo plano al “líder histórico” , y pese a su
edad Fidel parece determinado a sacar el máximo provecho a esta segunda
—tercera, cuarta…— oportunidad.
Mucho de este rejuego político, que
siempre ha caracterizado al mando en Cuba, depende de la próxima visita del
presidente chino Xi Jinping ll —con el cual ya Raúl Castro se reunió en Brasil—
en un encuentro que, a diferencia del que realizó Putin, estará más marcado por
una agenda económica que política.
El problema con Raúl es que aún no ha
logrado éxitos en su señalado pragmatismo, y sigue sin demostrar su eficiencia
en el terreno de la “legitimidad de ejercicio”, la cual tendría que ser
definida por los logros en conseguir cierto avance en el nivel de vida de la
población, alcanzado mediante la inversión extranjera adecuada y una limitada
liberalización económica. Así que estos aspectos continúan en buena medida sin
ser definidos, tras la frustración a consecuencia de que las esperanzas
despertadas tras su llegada al mando, y sus medidas de cambios económicos, no
han continuado a un ritmo creciente sino todo lo contrario: se han detenido.
De
verse obligado Raúl Castro a ocultar su fracaso administrativo en una
vuelta a una retórica agresiva —e incluso belicista— como todo parece indicar,
no solo se incrementaría el aislamiento de la isla frente a Occidente, que en
cierta medida la gestión del gobierno raulista había logrado opacar, sino que
la represión aumentaría aún más. Todo ello solo con el objetivo de asegurar la
permanencia en el poder, que en última instancia es el único objetivo de la
elite gobernante.