El pasado 28 de julio The New Yorker publicó un extenso
artículo sobre el vicepresidente Joe Biden, en que señalaba que en esta última
etapa de la administración de Barack Obama, la opinión de Biden —para mal y
bien— contaba menos en las más importantes reuniones de los principales
asesores de Seguridad Nacional.
Es más, señalaba la publicación, para el
verano de 2014 los principales asociados de Biden —Tom Donilon, Bill Daley y
Jay Carney— habían partido de la Casa Blanca y el círculo interno de asesores
de Obama —entre ellos su jefe de Despacho, Denis McDonough, y Valerie Jarrett,
Benjamin Rhodes y Susan Rice— ya no provenía de los veteranos vinculados al
vicepresidente.
La razón del cambio es profunda: el
hombre que llegó a la presidencia con la promesa de poner fin a la guerra en
Irak, y que al poco tiempo de su mandato recibió el premio Nobel de la Paz,
pudiera verse obligado no solo a enviar tropas al país árabe de nuevo, sino a involucrar
a la nación en un conflicto similar o peor al existente a su llegada al poder.
Las consecuencias de este fracaso para
Obama, en la recta final de su gobierno, se deben en gran medida la visión y el
desacierto de Biden, al forzar la elección de Nuri Al Maliki como primer
ministro de Irak.
No deja de ser paradójico este hecho para
el veterano político. Quien el 31 de diciembre de 2012 había sido caracterizado
por The Atlantic, con un titular que se preguntaba ¿El más influyente vicepresidente de la historia?, para responder a
los pocos párrafos que “durante los pasados cuatro años Biden había logrado
hacer valer su presencia en la Casa Blanca, algo que parecía difícil de lograr,
de una forma que no se recuerda en ningún otro vicepresidente”.
La razón para el cambio actual también
tiene nombre y apellido, John Kerry, que llegó a la secretaría de Estado con
una experiencia con la que no contaba en su momento Hillary Clinton, pero
también guarda relación con lo que fue un enfoque desacertado de Biden sobre la
situación de Irak.
En una reunión de seguridad nacional, en
junio de 2009, Obama se viró hacia Biden y le dijo: “Joe, encárgate tú de
Irak”. Tres años después que se había propuesto un plan que le otorgaría a las
distintas regiones de la nación árabe una mayor autonomía —el gran problema de
Irak es que continúa siendo una nación “fabricada” por Occidente, léase Imperio
Británico, en base a regiones no solo disímiles sino opuestas y hasta enemigas
entre sí—, el vicepresidente se enfrentaba a la tarea de mantener el país
unido. Al final, Biden apoyó un gobierno encabezado por Al Mailiki y le pidió
al rival de éste, Ayad Allawi, que retirara su candidatura para primer ministro
y aceptara un cargo más bajo.
La confianza de Biden en Al Maliki
resultó fatal. En 2011, Al Maliki rechazó pedirle al parlamento iraquí la
inmunidad para las tropas estadounidenses y EEUU puso fin a su intento de
mantener fuerzas en Irak. En diciembre, Biden visitó Bagdad, para la ceremonia
de la retirada de la presencia militar norteamericana, y llamó a Obama para
agradecerle por la oportunidad de haberle permitido poner fin a “esta maldita guerra”.
Biden, que aún no ha descartado la opción
de presentar su aspiración a la candidatura demócrata en las próximas
elecciones presidenciales —dice que tomará la decisión luego de los resultados
en las urnas de la votación legislativa este año— siempre se ha sido escéptico,
y lo ha hecho saber enérgicamente, al uso de la fuerza por parte de EEUU.
Esa fue su posición en diversos debates
con otros miembros del primer gabinete de Obama, ente ellos la excanciller
Clinton y León Panetta, el primer director de la CIA de Obama. No resulta
extraño entonces que ahora Clinton aparezca con fuertes declaraciones a favor
del gobierno de Israel, y que el domingo declarara a la revista The Atlantic que la decisión de EEUU
de no intervenir antes en la guerra civil en Siria era un “fracaso”, con lo
cual por primera vez se ha distanciado públicamente de la política exterior de
Obama, y no solo de Biden sino también de Kerry.
La posición de Clinton —de claro
oportunismo electoral— se entiende mejor si se considera que, en este nuevo conflicto,
la frontera entre Irak y Siria está colapsando y las dos guerras, que antes
eran distintas, se están convirtiendo en una sola.
La
responsabilidad de Obama
Por supuesto que la responsabilidad, por
parte de EEUU, de lo que ocurre en Irak recae enteramente sobre Obama, y aunque
el Presidente hasta el momento ha fijado los límites de la actual participación
estadounidense en el conflicto —que no incluye planes para el empleo de tropas
en el terreno— hay pocas esperanzas de que se logre un cambio de gobierno efectivo y que funcione
dentro de la elite gobernante iraquí y que, en caso de que ocurra, la nueva
administración dentro del mismo Partido Islámico Dawa —al que también pertenece
Al Maliki— sea capaz de resolver el problema.
Para muchos, esta es una crisis creada
por el propio Obama, por no tratar con mayor firmeza de mantener una fuerza residual a finales de 2011 y por
su negligencia en reconocer la creciente amenaza de la guerra civil en Siria,
que ha terminado por extenderse a Irak. Un Estado en manos de los yihadistas es
algo más que la amenaza humanitaria en la que Obama viene enfatizando, señala Peter Baker en The
New York Times..
“Esto es un problema de seguridad
nacional para EEUU”, enfatiza Ryan Crocker, que fue embajador en Irak bajo el
gobierno de George W. Bush y en Afganistán bajo la administración Obama.
Durante meses, el Presidente se mostró
renuente a intervenir. Incluso después que el Estado Islámico (EI) se apoderó
de Afluya y otras regiones en el occidente del país, al inicio de la
confrontación, y avanzó a través de Mosul hacia Bagdad en el verano, Obama se
mantuvo pasivo.
Otros creen que no fue hasta que los
pozos petroleros, en el Kurdistán iraquí, se vieron en peligro, que
Washington tomó la decisión.
Para apoyar este argumento, se refieren
al hecho de que el primer bombardeo aéreo estadounidense tuvo como objetivo las
baterías de artillería del EI que atacaban posiciones kurdas en Erbil.
Citando a funcionarios cercanos al
mandatario, The New York Times informó
que la habitual reticencia de Obama a intervenir en Irak no fue vencida “hasta
que el EI obtuvo una serie de victorias rápidas y determinantes contra los
kurdos en el norte, que han sido un aliado leal y confiable de EEUU”.
Aunque el lunes el secretario de Defensa
de EEUU, Chuck Hagel , dijo que los ataques aéreos estadounidenses “han sido
muy efectivos”, durante una cumbre bilateral con Australia, en Sidney, en
realidad no han logrado detener el avance de los insurgentes del EI.
En el amanecer del lunes, milicianos del
EI lograron hacerse con el control de la localidad de Jalawla, a 115 kilómetros
de Bagdad, después de semanas de combates con las fuerzas kurdas (los
peshmergas), según informó la policía. Los yihadistas suníes han tomado también
dos aldeas vecinas en esta zona del nordeste iraquí, de acuerdo al diario
español El País.
La
caída de Jalawla llega días después de que un terrorista suicida matase a 10
combatientes kurdos en esa ciudad. El domingo pasado, las fuerzas kurdas
aseguraron que habían reconquistado dos ciudades del norte del país —tomadas
por el EI— por primera vez desde que EEUU lanzó la ofensiva aérea contra los
yihadistas.
Queda entonces en pie la pregunta: ¿Hasta
dónde Obama quiere o se verá obligado a llevar a cabo esta intervención?
Mientras el Presidente enfatiza que no
hay en perspectiva una “solución militar norteamericana” contra la insurgencia
iraquí, y sus asesores señalan lo limitado de
la operación, también éstos reconocen que
hay escenarios en los cuales la presencia bélica de EEUU podría expandirse.
Este artículo aparece también en Cubaencuentro.