El otro día este periódico trajo una
nueva noticia vieja. El tema de Cuba volvía a una campaña electoral en este
país. Pensé que me había equivocado y estaba leyendo una edición antigua, pero
la fecha era inequívoca: miércoles 13 de agosto del 2014. Entonces me di
cuenta, una vez más, de lo difícil que resulta alcanzar la madurez política.
Las diferentes posiciones sobre el caso
cubano, entre el gobernador republicano Rick Scott y el aspirante demócrata Charlie
Crist, se han convertido quizá en el tema más polémico “en cuanto a asuntos de
interés para los votantes hispanos, considerados decisivos en la campaña”,
según el Nuevo Herald. Los votantes
hispanos conforman el 15 por ciento de los 11.9 millones de electores inscritos
en Florida. De los aproximadamente 1.7 millones de votantes hispanos en la
Florida, se estima que la mayoría, un 45 por ciento, son cubanoamericanos,
Sólo hay que esperar que, además de
polémico, no se convierta en un tema decisivo.
El gobernador Scott ha mostrado siempre
compartir lo que puede catalogarse como la “prueba de fuego” del exilio
histórico, tradicional, vertical o de línea dura de Miami —todos estos términos
son equívocos e incompletos, pero no por ello dejan de usarse por apatía o
costumbre—, que es estar a favor del mantenimiento del embargo económico de
Estados Unidos contra el régimen de Castro.
Crist, por su parte, ha declarado que
desea viajar a la isla como parte de una iniciativa para modificar la actual
estrategia nacional hacia La Habana que, según él, ha fracasado ya que el
actual gobierno sigue siendo el mismo esencialmente desde 1959 cuando Fidel
Castro tomó el poder. Crist también ha dicho que por ahora ha suspendido sus
planes iniciales de ir a Cuba. Tanto Scott como Crist rechazan el régimen
castrista.
Todo esto no deja de ser típico de Miami,
pero al tiempo representa una vuelta al pasado —o al presente—, donde un
argumento ajeno a lo que debiera ser la elección se convierte en elemento de
votación, para provecho de políticos demagogos.
Queda por verse si ha quedado atrás la
época en que, para triunfar en las urnas en esta ciudad, contaban decisivamente
quienes elegían a sus candidatos de acuerdo a una agenda limitada, donde
criticar al régimen de La Habana constituía una carta de triunfo. Los dos
triunfos de Obama en Miami-Dade parecieron indicar que sí. Vamos a ver ahora.
Durante décadas, a políticos locales,
estatales y nacionales les bastó una estrecha plataforma anticastrista. Lo
demás quedó a cargo de una maquinaria política, simple pero efectiva: recolectar
boletas ausentes, apelar a los beneficiados del Plan Ocho, montar en autobuses
a quienes almuerzan en comedores para personas de bajos ingresos y movilizar a
simpatizantes con una fe ingenua de que esos candidatos iban a contribuir al
fin del castrismo.
Luego los recién elegidos se limitaban a
beneficiarse de la propaganda obtenida gracias a frenéticas y repetitivas
declaraciones en contra de Castro, que carecían de efectividad pero no por ello
dejaban de hacer bulla. Después de pocos o varios años —en el caso de los
políticos locales— algunos terminaban destituidos o en la cárcel y otros
cumplían su mandato o continuaban en sus cargos laborando de forma eficiente.
Sin embargo, en todos los casos —y por
supuesto que esto excluye a los legisladores federales— su capacidad para
influir en un posible destino democrático para Cuba resultó casi nula; no por
falta de deseo sino al quedar fuera de su competencia.
Si a un político le interesa tanto el
respeto a los derechos humanos en la isla, y no forma parte del Congreso en
Washington, lo mejor que hace es buscar otros medios de satisfacer su saludable
intención.
De lo contrario se arriesga al ridículo,
como le ocurrió al gobernador Scott, cuando en el estado se presentó una ley
que impediría a las compañías que negocian con Cuba y Siria el participar en
licitaciones de contratos con fondos públicos, y Scott firmó primero y luego
dijo que no y después afirmó que sí, para que la medida terminara siendo
declarada inconstitucional.
Porque en el caso de una elección para
gobernador en Florida, lo importante no es estar a favor o contra del embargo,
sino la capacidad para hacer las cosas bien en este estado.
Los problemas de Cuba son de los cubanos,
no de los floridanos. Si alguien considera que el asumir esta actitud es antipatriótica,
en el caso de los ciudadanos norteamericanos nacidos en Cuba —los únicos que
tienen derecho a votar—, que comience por mostrar la parte del texto que se
repite durante el juramento de adopción de la ciudadanía estadounidense, donde
se declara la fidelidad al anticastrismo, el apoyo al embargo y a las
repúblicas de Hialeah y Calle Ocho.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 18 de agosto de 2014.